El 23 de octubre, según todas las encuestas, una mayoría de argentinos va a reelegir un gobierno que despilfarra el dinero público, falsea las estadísticas, miente sobre el pasado, el presente y el futuro, arbitrariamente favorece a unos y perjudica a otros, hostiga a la prensa, se burla de la división de poderes, desatiende la seguridad interna y la defensa nacional, no educa ni cura, extorsiona para conseguir apoyos, persigue a quienes se le oponen, y en fin, le roba a todos mediante el simple expediente de imprimir dinero falso. Lo votarán seguramente aquéllos cuya supervivencia depende del socorro del estado, los beneficiarios de su vasta maraña de subsidios, regímenes especiales y mecanismos de protección, la masa siempre creciente de empleados públicos, y todos los que aprendieron a enriquecerse en el desorden de una economía inflacionaria. También lo votarán los que no pueden percibir la realidad sino a través de la ideología, los que atribuyen el crecimiento de la economía a la acción de gobierno, los que creen que los billetes de cotillón son de verdad, los indiferentes, los pusilánimes y, tristemente, los ignorantes. En todos ellos prevalece una visión de corto alcance.
Los que tienen una visión de más largo plazo, los que piensan más en sus hijos o sus nietos que en sí mismos, los que creen que no se puede vivir en la anomia, la mentira y la corrupción, los que entienden que sin instituciones no hay república, sin república no hay ciudadanos, y sin ciudadanía rige la ley de la selva, los que no están dispuestos a resignar su libertad, política, económica o de cualquier tipo, los que no toleran menoscabos a su dignidad, parecen sumidos en un profundo desasosiego: ante un resultado desalentadoramente previsible, el comicio inminente se convierte en una instancia adicional de humillación. Continuar leyendo “La dignidad de la política”