Resentimiento, sociedad, poder

El análisis político no alcanza, y exige recurrir a categorías como el resentimiento, un clásico de la mentalidad social argentina

  1. Militancia, política, poder
  2. Resentimiento, sociedad, poder
  3. Inmadurez, incompetencia, poder
  4. Oportunismo, liderazgo, poder
  5. Corrupción, impunidad, poder

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“El ejercicio del poder del kirchnerismo está vinculado a la humillación del otro”, afirmó Elisa Carrió. “Cuando se ve perdido, llama al diálogo sólo para tener aire y volver a humillar. El poder kirchnerista es perverso”. La UCR denunció “maniobras perversas” por parte del gobierno. Carlos Reutemann habló de su persistente “capacidad de daño”. Así habló la oposición.

En la otra vereda, la presidente acicateó el encono de pobres contra ricos, mientras en perfecta sintonía un subconjunto del grupo oficialista Carta Abierta defendió la profesión pública de odio racial y social hecha por el agitador kirchnerista Luis D’Elía, con el argumento de que esa manifestación se incorporaba a una larga tradición histórica (cosa que es trágicamente cierta).

Perversión, humillación, daño, encono, odio, son términos propios de la psicopatología. El análisis político flaquea cuando se trata de dar cuenta de las actitudes del oficialismo, actitudes arraigadas en un clásico desgraciado de nuestra idiosincrasia, que explica, creo, tanto el fracaso episódico de un gobierno como el fracaso crónico de la sociedad argentina: el resentimiento.

El resentimiento ha impregnado el comportamiento de nuestra sociedad, y de modo particular el de las clases medias urbanas, a lo largo del siglo XX; ha sustentado la mentalidad llamada “progresista” (lo que explica su arraigo en esas clases medias), y ha alimentado el lenguaje y las actitudes de los protagonistas del actual gobierno.

Dicho rápidamente, el resentimiento supone incapacidad para procesar los agravios normales de la vida; tendencia a culpar a otro de las propias limitaciones o fracasos; encono contra lo que se percibe como por encima del propio nivel, y convicción de que todo aquello que sobresale lo hace merced a un despojo practicado sobre el resentido, quien encuentra la situación intolerable.

El resentimiento puede referirse a cualquiera de las áreas en las que los hombres se distinguen unos de otros, o a todas juntas: riqueza, poder, belleza, fuerza, inteligencia, desempeño, simpatía, don de gentes, etc. El resentido ambiciona obtener eso que un destino injusto puso fuera de su alcance, o por lo menos borrar las diferencias, lograr que el otro no tenga lo que él siente que le falta.

El resentido enmascara sus pretensiones bajo un ropaje moral.

Enmascara esa pretensión enfermiza bajo el ropaje moral de un indignado reclamo de “igualdad”, de “justicia social”, de “no discriminación”. Pero también intuye que su ambición es imposible, y entonces entabla una relación neurótica, de deseo y repulsión, de atracción y desprecio, con la riqueza, el poder, el éxito, en fin todo eso que le genera el conflicto.

Escapa a los límites de esta nota determinar por qué el resentimiento, ese “veneno del alma” como lo describió Max Scheler, arraigó con tanta fuerza y durante tanto tiempo en la clase media de nuestras grandes ciudades, y por qué parecería ahora haber entrado lentamente en remisión (tal vez haya que agradecérselo al cambio de paradigmas durante el gobierno de Carlos Menem).

Al menos es un hecho comprobable que todo los intentos del matrimonio Kirchner por imponer el discurso del resentimiento (contra los ricos, contra el campo, contra la oligarquía, contra los que andan en cuatro por cuatro, contra los militares, contra la Iglesia, contra los Estados Unidos, contra el Fondo Monetario) no encontraron el menor eco en la sociedad.

El relato vigente dice que los Kirchner se iniciaron en la vida política militando en las filas de la Juventud Peronista de los 70, lo que pretende dar a entender que compartían un conjunto de valores como la justicia social, el privilegio del bien común por encima del enriquecimiento individual, la solidaridad y la generosidad con el desvalido o el oprimido.

Una injusticia humillante, que clama al cielo, que demanda reparación, que pide venganza.

Pero todo indica que, como para no pocos de sus compañeros de generación, esos valores eran en realidad las máscaras del resentimiento: esa frustración insoportable que resulta de considerar fuera del propio alcance cosas de las que otros parecen disponer naturalmente, sin esfuerzo. Una injusticia humillante que clama al cielo, que demanda reparación, que pide venganza.

“El origen de esta pasión suele localizarse en el momento de la adolescencia; porque es entonces cuando el sentido de la competencia y el sentimiento de la preterición, fuente del resentimiento, se inician, ya en las escuelas y colegios, ya en los primeros pasos por la vida libre, que tienen un claro acento de trascendencia social”, observó el médico y escritor español Gregorio Marañón.

Porque la biografía también consigna que tras el golpe militar de 1976 la pareja se mudó al sur, donde emprendió una denodada (y, algunos dicen, socialmente despiadada) carrera tras el poder político y económico, que se da de bruces con los proclamados ideales setentistas.

Y es típico del resentido desdeñar, devaluar, aquello que no tiene pero cree merecer, sin cejar al mismo tiempo en el empeño por conseguirlo. Esa devaluación inicial es un acto defensivo que no calma el afán de reparar el despojo que se cree haber sufrido.

Allí nace la referida actitud neurótica ante el objeto del deseo. Néstor juega con el bastón de mando en el momento de asumir, y lo pone de cabeza: quiere el poder y desprecia sus formas. Viste desaliñadamente: desea la riqueza y aborrece sus manifestaciones, aquéllas que lo humillaron en el pasado.

Una característica del resentido es su incapacidad para comunicarse con los demás.

Un rasgo característico del resentido es su incapacidad para comunicarse positivamente con los demás. La construcción política de Kirchner -tan celebrada por los analistas- no se basó en la persuasión sino en la extorsión, en la conquista de lealtades por la fuerza (del dinero). Es incapaz de dialogar con sus ministros, toma las decisiones en un minúsculo círculo de allegados.

El resentimiento, señaló el estadounidense Robert C. Solomon en su estudio sobre las pasiones, “constriñe el mundo en un apretado anillo defensivo y hace imposible toda confianza, toda intimidad, toda intersubjetividad, excepto por las siempre inseguras alianzas que forma en recíproca defensa y con el solo propósito de llevar adelante sus planes vindicativos”.

A diferencia de Menem, Kirchner rehúye los escenarios internacionales: los poderosos del mundo lo inhiben, le evocan las dolorosas humillaciones del pasado. Cuando se ve en la obligación de tratarlos, actúa como típico argentino de clase media: sobreactúa, los sobra, los rebaja (en la primera visita del matrimonio a Washington, Néstor le palmea la pierna a Bush).

Esa incapacidad comunicativa explica además la escasa simpatía, cuando no vivo rechazo, que el matrimonio ha logrado despertar en la población. Muchos dicen no poder soportar su aparición en la radio o la televisión, y en todo caso prefieren leer sus discursos. Marañón, ese gran conocedor del alma humana, advirtió la relación entre resentimiento y antipatía.

“Así nos explicamos también la frecuencia con que el resentido es antipático”, escribió en su estudio sobre el emperador romano Tiberio. “La raíz última de la antipatía está en la ausencia de generosidad, raíz también del resentimiento. La antipatía aumenta a medida que la personalidad rezuma hacia fuera el amargor contenido del resentimiento.”

“El triunfo puede tranquilizar al resentido, pero no lo cura jamás.”

Otros rasgos característicos del resentimiento, señalados por Solomon y fácilmente observables en los Kirchner, son la tendencia, que ya analizamos en una nota anterior, a dividir el mundo en campos enfrentados, la obsesión por el poder (“del que nunca se tiene lo suficiente”), y la pretensión de ver destruidos (de rodillas) a los enemigos, a todos.

Observó Marañón que “el triunfo, cuando llega, puede tranquilizar al resentido, pero no le cura jamás. Ocurre, por el contrario, muchas veces, que al triunfar, el resentido, lejos de curarse, empeora. Porque el triunfo es para él como una consagración solemne de que estaba justificado su resentimiento; y esta justificación aumenta la vieja acritud.”

“Ésta es otra de las razones de la violencia vengativa de los resentidos cuando alcanzan el poder; y de la enorme importancia que, en consecuencia, ha tenido esta pasión en la Historia”, señaló el humanista español. Como reflejan las frases citadas al comienzo de esta nota, la oposición percibió esa “violencia vengativa” en el comportamiento post-electoral del gobierno.

El resentido no construye poder para el estado o para el partido, sino para sí.

A diferencia del político o el estadista, el resentido no construye poder para el partido o para el estado que representa sino para sí. Es capaz incluso de hacer trizas ese partido o ese estado si con eso siente que personalmente acumula más poder, cegado por el afán de compensar una carencia que se revela infinita.

Así se comprende la temible “capacidad de daño” que preocupa a los dirigentes opositores, y que se manifiesta en una inclinación a destruir lo que no se puede controlar (INDEC, Consejo de la Magistratura, Congreso, campo) y a rebajar (“no tiene cara de hacer goles”) lo que se empine al punto de resultar desafiante para un poder que sólo se concibe como indiscutible y absoluto.

“Ahora los pueblos tienen gobiernos que se les parecen”, dijo una vez la presidente. Por cierto, como se dijo, ella y su marido son emergentes de una sociedad que durante demasiado tiempo estuvo dominada por la pasión ponzoñosa y autodestructiva del resentimiento. Son hijos de nuestra clase media urbana, orgullosa cultora del fracaso y la mediocridad igualitarios.

–Santiago González

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8 opiniones en “Resentimiento, sociedad, poder”

  1. Este gobierno debe concluir, sea como sea… Basta de golpes ( Militares 76- Civicos 1989 y 2001). A la democracia se la disfruta, y tambien se la banca…

  2. excelente artículo, gracias Santiago desde Venezuela, es increíble como se asemejan estos personajes con el que tenemos acá, lo peligroso de esto es que estos personajes logran conectar emocionalmente con una gran proporción de la población, sin importar nivel social, cultural, político, etc. Tal cual como hicieron en su momento Hitler y Mussolini …

    1. Debo decirle que aquí la sociedad ya le ha dado definitivamente la espalda al actual gobierno. Y presiento que lo mismo habrá de ocurrir en Venezuela, aunque más lentamente. Gracias, Andrés, por su visita a este sitio y por su comentario.

  3. Excelente, lástima que haya gente de clase media, no bruta, que les cree.
    Ejemplo, docentes que no se dan cuenta que no pueden con o sin su sindicato (como los de SUTEBA.) defender a un gobierno autoritario corrupto.
    Cómplices son también lo siquíatras, sicólogos que no difunden la sicopatología de este matrimonio sadomasoquista.
    Lo que correspondería sería juicio político. ¿O qué?

    1. Bueno, no es obligación de los psicólogos difundir análisis sobre el matrimonio presidencial. En todo caso, es responsabilidad de la prensa consultar sobre el tema a especialistas como los que usted menciona. Y varios medios lo han hecho, por ejemplo la revista Noticias. Gracias por su comentario.

    1. Para los amigos de este sitio estoy ensayando un sistema de aviso por e-mail sobre la publicación de nuevas notas. Espero tenerlo funcionando pronto. Gracias como siempre por su interés.

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