Oportunismo, liderazgo, poder

Están los que se adelantan a su tiempo, los que se quedan en el tiempo, y están los oportunistas, que se aprovechan del tiempo

  1. Militancia, política, poder
  2. Resentimiento, sociedad, poder
  3. Inmadurez, incompetencia, poder
  4. Oportunismo, liderazgo, poder
  5. Corrupción, impunidad, poder

A la memoria de Alicia Speco

El ejercicio del liderazgo, en cualquier instancia, reclama una toma de posición frente al tiempo. La conducción es un proceso que se despliega en el tiempo. Y supone por lo menos un rumbo, una dirección que es menos espacial que temporal. El líder dice a quienes le han confiado esa función: “¡Vamos hacia allá!”, y ese allá es un punto en el tiempo. En el tiempo histórico.

El liderazgo se asienta así sobre una suerte de incomodidad temporal, que comparten tanto el conductor como sus conducidos; una sensación de desajuste con el presente que demanda un desplazamiento colectivo para alcanzar nuevos equilibrios. El líder combina de este modo una aguda percepción del tiempo y un oído fino para captar la insatisfacción temporal de sus liderados.

Ocurre a veces que por error o desidia las organizaciones confían el liderazgo a personas ciegas al tiempo histórico y sordas a la inquietud de sus conducidos. Incapaces de captar el largo plazo de la historia, sin vocación por escuchar, se mueven al acecho del instante, a la caza de la oportunidad, absortos en sus propios desequilibrios personales, presos en el estrecho horizonte de la inmediatez.

Dijimos que el liderazgo exige una toma de posición frente al tiempo histórico. ¿Pero acaso estamos hablando de una materia opinable? ¿Acaso no es el tiempo una flecha inexorable disparada hacia un futuro que nunca acabamos de vislumbrar, que nunca estamos en condiciones de anticipar con precisión?

Por lo pronto, digamos que la historia humana avanza a los tumbos, según sea el grado de aceptación o rechazo que sus protagonistas, individuales o colectivos, han demostrado frente al tiempo histórico que les ha tocado vivir. Y agreguemos que el rechazo suele expresarse mediante audaces fugas hacia el pasado (reaccionarias) o hacia el futuro (progresistas).

Pero también puede haber aceptación, y en este caso la incomodidad temporal puede surgir de una falta de acomodación al zeitgeist, el espíritu de la época. En este caso, una sociedad que se siente “atrasada” avanza impulsada por la ambición de ser contemporánea de los tiempos que le han tocado vivir.

A los líderes capaces de conducir esa marcha los describimos como “hombres de su tiempo”, capaces de percibir las singularidades del momento histórico en que fueron llamados a actuar y de colocar a sus sociedades “a la altura de las circunstancias”. Roca y su generación fueron hombres de su tiempo, como lo fueron después Yrigoyen, el Perón del 45, y más tarde Menem, Cavallo y Di Tella.

No todos los líderes, como dijimos, comparten esta conformidad con su tiempo histórico. Están también aquellos que pueden ver más allá de su tiempo, y denodadamente se esfuerzan por persuadir a sus contemporáneos de la necesidad de dar un “gran salto adelante”, de prepararse de antemano para el tiempo que, están seguros, habrá de sobrevenir.

Decimos de estos líderes que “se adelantaron a su tiempo”, que pugnaron por hacer progresar a sus sociedades a velocidades mayores que la normal. Algunos tuvieron éxito, como Alberdi, Sarmiento, Mitre, y el Roca de la Conquista del Desierto. Otros fracasaron, arrollados por corrientes opuestas, como Frondizi, que al unísono con Kennedy había vislumbrado otro futuro para Sudamérica.

Frondizi fue víctima de otra clase de disconformes con su tiempo: los abrumados por la nostalgia de una edad de oro perdida en algún punto del pasado, y que reaccionan frente a cualquier proceso de cambio tratando de convencer a sus sociedades sobre la virtuosa conveniencia de retornar a los viejos valores, a las viejas usanzas, a las viejas creencias.

Decimos de estos líderes que “se quedaron en el tiempo”. Su resistencia a aceptar el tiempo histórico ha culminado habitualmente en el fracaso, y causado grandes sufrimientos a sus sociedades. Lo prueban Rosas y los caudillos en el siglo XIX, Uriburu y los golpistas del 30, Aramburu-Rojas y los golpistas del 55, Onganía en el 66, la Junta Militar en el 76, y la pandilla golpista que promovió a Duhalde en el 2001.

Un rasgo común de estas tres clases de líderes es que perciben el tiempo en términos de largo plazo, sea para proponer a sus sociedades la marcha hacia un omega venturoso o el regreso a un alfa edénico; incluso los que pugnan por ponerlas al día con el espíritu de la época lo hacen pensando en que ese zeitgeist habrá de prolongarse en el tiempo.

Pero a veces las sociedades necesitan atender problemas inmediatos, y buscan dirigentes capaces de resolverlos sin importarles en ese momento su visión de largo plazo. Ese fue el caso de Alfonsín, llamado a restablecer el andamiaje institucional y colocar a las juntas en el banquillo, y de Kirchner, llamado a restablecer el poder del estado en una Argentina al borde de la disolución.

Alfonsín y Kirchner tuvieron éxito en su misión inmediata, pero fracasaron en cuanto trataron de ejercer un liderazgo más ambicioso. Alfonsín porque su percepción del espíritu de la época atrasaba varias décadas (estaba incluso más atrás que la de su correligionario Frondizi), Kirchner porque simplemente no tenía ninguna percepción.

Los más gruesos errores de Kirchner (y de su posterior encarnación en Cristina Fernández) arraigan en su aparente incapacidad para percibir el tiempo histórico y para tomar posición en él. En política exterior y en economía, en el área de derechos humanos y en el de construcción de institucionalidad, en el discurso y en los símbolos va siempre a contramano de lo que la sociedad reclama en este momento.

Su experiencia previa en Santa Cruz lo muestra como un político con singular habilidad para moverse en el corto plazo y acumular poder acorralando a quienes intentan disputárselo. En este caso, parece percibir claramente las posibilidades que le ofrece cada oportunidad, y aprovecharlas en beneficio del único objetivo que aparenta animarlo: la acumulación de poder.

A esta clase de dirigentes, que sólo practican un empleo instrumental del tiempo, de la oportunidad, se los llama “oportunistas”. El lenguaje político local ha acuñado la expresión “los tiempos”, así en plural, y dice por ejemplo “a fulano no le dan los tiempos para postularse” o “zutano le maneja los tiempos a perengano”. Estos tiempos plurales son los tiempos del oportunista.

El oportunista nunca le dice claramente a su grupo “¡Vamos hacia allá!”, porque en realidad no tiene la menor idea de hacia dónde va. Entonces practica toda clase de manipulaciones, esgrime antiguas consignas, viejos símbolos, frases grabadas en la memoria colectiva, cualquier cosa que le sirva para sugerir un propósito, un rumbo, un desplazamiento en el tiempo histórico.

Pero no hay tal tiempo histórico. Sólo una miríada de “tiempos” de corto plazo, oportunidades que el oportunista aprovecha para plantear su juego. La oposición a Kirchner ha quedado atrapada demasiadas veces en la oportunidad, y por otra parte tampoco ha ofrecido hasta ahora figuras que expresen una clara conciencia del tiempo histórico, ni perciban la incomodidad temporal de la sociedad argentina.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 4; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *