Progresismo y nueva conciencia

El progresismo argentino no es más que fascismo ilustrado: varias veces lo escribimos en este sitio. Ante la derrota de su candidato en la capital federal, la reacción de un amplio espectro de destacados progresistas –la mayoría, pero no todos, identificados con el actual gobierno– ratifica la validez de esa afirmación y la ejemplifica acabadamente.

El triunfo de Mauricio Macri significó para esta clase de progresistas, que desde los años de Raúl Alfonsín venían cómodamente instalados en la seguridad del triunfo, una derrota más en una serie que se inició en los agitados días del “que se vayan todos” y se prolongó en sucesivas instancias, cada vez más contundentes, a lo largo del ciclo kirchnerista.

Buena parte de ese progresismo fascista se asoció al kirchnerismo y se está hundiendo con él. La violencia de su reacción, condensada en el asco de Fito Páez o el odio de Norberto Galasso, denuncia la impotencia de quienes soñaron con imponer a la sociedad su hegemonía, y se enfrentan ahora al surgimiento de una nueva conciencia.

Aclaremos los términos: describimos como fascista la pretensión por una parcialidad de encarnar la totalidad del espacio político, desconociendo o desestimando como espurio todo aquello que se le opone o simplemente le es ajeno, y la calificamos de ilustrada porque libra sus batallas preferentemente en el ámbito simbólico o cultural.

Para observar este fascismo ilustrado en acción basta con ver los artículos que dos conspicuos integrantes de la fraternidad kirchnerista Carta Abierta –Ricardo Forster y Horacio González– escribieron para analizar el triunfo de Macri. En ellos están sentadas claramente sus opiniones, allí no hay frases sacadas de contexto.

Lo primero que llama la atención es la coincidencia de los articulistas en negarle espesor político al pronunciamiento electoral porteño, en describirlo bien como expresión de una actitud contraria a la política, o desconfiada de ella, bien como emergente de un amasijo de prejuicios, miedos y vulgaridades varias.

Ninguno de los dos hace el menor intento por interpretar el macrismo, o el voto a Macri, como una afirmación, como una actitud positiva, como una toma de posición política. No. El macrismo, o el voto a Macri, sólo pueden ser explicados desde fuera de la política: desde la teoría de la manipulación de masas o desde la psicología social.

Explicados es una manera de decir. Ambos ensayistas se limitan a acumular sobre el PRO y sus votantes todo el repertorio de calificaciones negativas o despectivas que tuvieron a mano. El macrismo, dice González con envidiable autoridad, “no es un fenómeno genuinamente popular, pero sus votantes forman alarmantes mayorías electorales”.

Para Forster, el macrismo empleó “un discurso forjado en los talleres de la desideologización y la antipolítica” con el que logró “penetrar el núcleo antipolítico que persiste en un amplio sector de ciudadanos porteños juntándolo con esa base de derecha histórica que tiene la ciudad”.

Gracias a “las marcas dejadas por la dictadura y, sobre todo, la sedimentación de la cultura menemista”, asevera el pensador de Carta Abierta, el PRO consiguió su contundente resultado electoral, que no expresa otra cosa que “una mezcla de gorilismo, prejuicio social, racismo, resentimiento y banalización neomenemista”.

Quiero advertir a los lectores que estoy haciendo un gran esfuerzo para volver más o menos comprensible el escrito de Forster, que al igual que su cofrade González cultiva un estilo gongorino, difícil de traducir. Debo admitir, igualmente, que con el texto del director de la Biblioteca Nacional tuve menos suerte.

A ver si alguien me puede ayudar con esta gema del barroco latinoamericano: “Macri pudo dar su mensaje y encontrarse finalmente con una gran médula empedernida de creencias de un vasto sector social porteño, que hace varias décadas viene amasando una ideología soterrada basada en diversos encriptamientos”.

El concepto de la médula emperrada parece ser importante para González porque lo retoma más adelante cuando aconseja al oficialismo “indagar aún más en esa médula pertinaz de la urbe ensimismada, con un macrismo popular amasado en miedos harapientos”. Uno puede imaginarse a Daniel Filmus embarcado en esa pesquisa.

Si González es oscuro en la descripción del votante macrista, no lo es tanto en el retrato del macrismo: “El PRO surgió en algún momento como la última instancia de una borradura”, afirma, reprochándole lo que describe como su falta de historia y su desdén por, o, lo que es peor, su escamoteo de la ideología.

“El macrismo, sostiene el director de la Biblioteca Nacional, parece portador del orgullo de haber sido creado ex nihilo. Todo en medio de globos de cumpleaños y de un desenfado para exhibirse orgullosamente sin marcas de una historia nacional, cualquiera que fuera.” La fiesta de cumpleaños obsesiona a González tanto como la famosa médula.

Afirma que el PRO no es más que una gran jugada de las “derechas económicas, publicitarias, culturales y comunicacionales, con sus marionetas gozosas de extinguir la política como felices cumpleañeros”, y lo acusa de encubrir su “verdadera raíz ideológica, rellena por demás de pliegues empresariales, gerenciales y mercadotécnicos”.

* * *

Más que lo que dicen estos dos empinados intelectuales kirchneristas, hasta cierto punto previsible en personas que tienen partido tomado antes de ponerse a escribir, lo que llama la atención, como dijimos más arriba, es su incapacidad, o su falta de voluntad, para considerar al macrismo y al voto macrista como un hecho político afirmativo.

Pero esto tiene su explicación. Los intelectuales de Carta Abierta, y el kirchnerismo, gustan describirse a sí mismos como inscriptos en el “campo nacional y popular”. El problema es que cuando alguien reivindica para sí ese lugar, todo lo que está afuera, todo lo distinto, se convierte ipso facto en el enemigo. Jamás en un socio.

En sus respectivos artículos, tanto Forster como González hablan apenas de pasada de una “derecha macrista”, pero no extraen conclusiones de esa descripción ni plantean su análisis desde una opuesta visión de izquierda. En ningún momento, ni uno ni otro ven el espacio político de la ciudad dividido entre una derecha y una izquierda.

En verdad, no pueden verlo porque la existencia de una izquierda y una derecha supone la existencia de un ambiente más amplio que contiene a todo el espectro político, y que al mismo tiempo posibilita y exige su convivencia y su polémica. Pero, para quien reclama la representación de todo el espacio, la presencia de algo distinto es una anomalía.

Esto es lo grave. El sistema democrático es precisamente ese espacio donde izquierdas y derechas, y todos los matices intermedios, discuten, chocan, y conviven. Los partidos, en tanto partes, expresan esa gama de posiciones. Ahora bien, cuando una parte reivindica para sí el todo fulmina la democracia, niega al otro, impone su pretensión totalitaria.

Por eso, para esta mentalidad, el voto a Macri no es ni puede ser indicio de una posición política, sino apenas un síntoma de que hay algo anómalo, enfermo, dañado, podrido, “algo más profundo que habita en las entrañas de Buenos Aires” (Forster), por cuya causa “la ciudad ha perdido su espíritu” (González).

Por eso, los dos artículos que aquí comentamos terminan por convertirse en sendos ejercicios de semiología médica orientados a des-entrañar la naturaleza del mal.

* * *

En su artículo, Forster hace una observación que es posible compartir: “La larga sombra de las cacerolas de diciembre de 2001 más las que emergieron durante el conflicto con la mesa de enlace siguen desplegándose en el interior del sentido común de una parte significativa de los habitantes de Buenos Aires”.

En las agitadas jornadas de una década atrás, la sociedad argentina pronunció su sonoro “que se vayan todos”. Ese todos incluía a los dos grandes partidos tradicionales y a la mentalidad populista que ambas agrupaciones expresan. Pero también incluía al progresismo y su pretensión totalitaria, expresada hoy en la retórica kirchnerista.

Las asambleas populares que se constituyeron en torno de las hogueras ardientes en las esquinas de Buenos Aires, recordemos, se esfumaron rápidamente cuando el activismo progresista intentó tomar su control. Había habido un quiebre en la conciencia política de la sociedad, y a partir de allí se iniciaba una búsqueda que aún hoy continúa.

Esa nueva conciencia ganó la calle en varias oportunidades: con las marchas que acompañaron al ingeniero (le reconozco el título deliberadamente, uno es lo que hace) Juan Carlos Blumberg, y las que respaldaron el indignado reclamo de los productores agropecuarios en el conflicto con el campo.

Esa nueva conciencia apoyó además la formación y el crecimiento de nuevas formas políticas, y así les fue concediendo oportunidades a Ricardo López Murphy, a Mauricio Macri, a Elisa Carrió. El PRO logró afirmarse en la capital federal y llegar al gobierno, la Coalición Cívica logró construir un partido de alcance nacional.

Esa nueva conciencia determinó incluso cambios en la dirigencia de partidos tradicionales como el radicalismo, el peronismo y el socialismo. El discurso de un Ricardo Alfonsín, un Eduardo Duhalde o un Hermes Binner no puede eludir hoy un compromiso explícito con la institucionalidad democrática y con la libertad de mercado.

Esa nueva conciencia no persigue partidos sin historia ni ideología, sino que está harta de cargar con el peso de los muertos –llámense Yrigoyen, Perón o Kirchner—y de repetir las recetas ideológicas que la han conducido al atraso, la decadencia y la pobreza. Quiere recuperar la dignidad del individuo y mirar al futuro confiada en sus propias fuerzas.

El 10 de julio la ciudad de Buenos Aires votó abrumadoramente contra el gobierno nacional, que está en las antípodas de esa nueva conciencia, pero también votó a favor de Mauricio Macri. Fue un voto sereno, meditado, y resuelto mucho antes de ir a las urnas, que se expresó en un comicio coherentemente tranquilo y amable. Sin ascos ni odios.

–Santiago González

Referencias

Buenos aires, por Ricardo Forster
El espíritu de Buenos Aires, por Horacio González

Califique este artículo

Calificaciones: 4; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

4 opiniones en “Progresismo y nueva conciencia”

  1. Los Kichner han jugado siempre a la polarización – “con nosotros o contra nosotros” – con una concepción (ya probada en S. Cruz) de “divide y reinarás”. No se trata de una polarización basada en “convicciones”, tal como la que desencadenó la revolución francesa, la rusa y la china; la cubana, también; y, lógicamente, los movimientos independentistas. Han sido siempre pragmáticos, es decir, oportunistas. Se han “adaptado” perfectamente, ajustadamente, a los períodos políticos desde 1976: a la dictadura, a la reapertura democrática, al menemismo y a la recuperación de movilidad, independencia y soberanía que se reinicia desde el 2002 con la mediación de Duhalde/ Remes/ Lavagna. Una vez que Néstor se convenció de que “la cosa funcionaba y cómo funcionaba” (recordemos que hasta las vísperas del 2002, él no se atrevía a romper con el 1/1, al que tan bien se había adaptado y con el que había hecho “negocio” financiero y político), se deshizo de Lavagna y, progresivamente, de todos los controles de la función pública. Lo que sigue es conocido y está “perfectamente” adaptado a los tiempos que corren en América Latina (son políticos totalmente carentes de originalidad, por ello es ridículo hablar de “kirchnerismo”…) y es un caso más de lo que el periodista de este espacio denomina (presencia de intelectuales adictos mediante) fascismo ilustrado, una denominación alternativa de populismo menos eufemística. En efecto, al grupo de intelectuales autoconvocados en torno a Néstor parece habérseles disparado una fantasía largamente reprimida: creen ver en Néstor y en Cristina poco menos que a revolucionarios… Ostentan una incondicionalidad infantil, sin distancia; carente, por ello, de crítica del poder y de autocrítica; estan… “enamorados”; son intelectuales (¿por vocación?) oficiales que cumplen un servicio: justificar al poder y consolarlo… Y participan de un “ismo” que parece haberse apoderado de una buena parte de la actual élite gobernante que no es ni el “kirchnerismo”, ni el “peronismo”, ni el “populismo”, si no el narcisismo… Y mucha gente, en todas las capas sociales, parece (es mi percepción, y a lo que apunto con esta breve nota) estar harta de tanta autoatribución espuria, de tanto relato autorreferencial, de tanta aureola y brillo fabricado, de tanto narcisismo y el concomitante desprecio de los que no se sienten deslumbrados por las actuales luminarias.
    Gracias por su atención.

    1. Grac ias a usted por acercar su comentario. Me parece muy acertada su observación sobre el narcisismo adolescente de nuestros demorados setentistas.

  2. “Esto es lo grave. El sistema democrático es precisamente ese espacio donde izquierdas y derechas, y todos los matices intermedios, discuten, chocan, y conviven. Los partidos, en tanto partes, expresan esa gama de posiciones. Ahora bien, cuando una parte reivindica para sí el todo fulmina la democracia, niega al otro, impone su pretensión totalitaria.·”

    Hacia tiempo que no veia tan bien descripta la “democracia” que nos tenemos que aguantar. El problema principal que sufrimos es justamente lo que expresa en la última oración: TODOS reivindican para sí el todo, porque en una sociedad hostil y depredadora como en la que sobrevivimos reina el pensamiento de que el que reconoce es débil y el que se enfrenta es fuerte. Ésto se ve clarísimo en el tono desfachatado y desvergonzado que ha ido tomando la política en la última década, donde cualquier soquete sale a decir estupideces y los medios le dan pantalla (como el funesto delia o como sea que se escriba, ni mayúsculas se merece), o podemos ver como los políticos de turno y los candidatos despotrican utilizando todo tipo de falacias y discursos baratos de película para desmerecer a sus oponentes.

    La democracia cada día se aleja más de una forma de gobierno y pasa a ser otra forma más de perpetuar el autoritarismo y el absolutismo. Hoy en día el que puede comprar las urnas es el que gana; el que puede someter las masas y lavarles mejor el cerebro (es decir, la corporación más populista del momento) es la que tiene el poder. Digo corporación y no partido porque la política va más allá de la “política” estrictamente hablando: Ya no se hace política con fines organizativos, políticos digamos, se hace política como medio para satisfacer los intereses de las grandes corporaciones corruptas.

    Lamentablemente la misma idea de los “partidos” políticos sostiene ésta mentalidad, ya que cada grupo que tiene su propia forma de pensar se enfrenta a los otros por ver quién impone su verdad. No hay una idea de construcción social, no es ese el objetivo… si así lo fuera ¿para qué queremos partidos políticos? ¿No deberíamos ser *unidos* políticos? Todos sabemos que tirar para el mismo lado es la forma más eficiente de conseguir cambios, pero el statu quo dicta que hay que hacer lo opuesto.

    La única forma de conseguir un cambio real a ésta parodia barata de democracia en la que vivimos es que los individuos empecemos a pensar diferente, a dejar de ser masa impensante, imbéciles al servicio de algún empresario-político. En la medida en que nos independicemos de ese espectáculo mediático que es la política argentina podremos ir encontrando nuevos pensamientos que purguen un poco la escoria mental que azota la sociedad, ese separatismo inútil que produce tanta miseria y que, aunque nos cueste reconocerlo, tenemos que empezar por eliminar de la propia mente.

    Saludos.

    1. Entiendo su planteo sobre “partidos” y “unidos”. En una democracia los partidos son necesarios porque no todas las personas coinciden en una misma manera de resolver los problemas. Entonces, cada “parte” propone al resto de la sociedad su solución, y la sociedad elige la que le parece mejor. A pesar de sus diferencias, estas “partes” están “unidas” en un mismo propósito: resolver los problemas comunes. Así funciona una democracia ideal pero, como usted observa, así no funciona la democracia argentina. Especialmente porque es la propia sociedad la que no está unida, cada uno tira para su lado, y la actitud primera hacia el compatriota es la desconfianza. De alguna manera, nuestros partidos reflejan eso. Y creo que la cuestión política en nuestro país no se va a resolver mientras no arraigue una conciencia nacional, esto es la comprensión de que estamos todos en el mismo bote, que es mejor remar todos para el mismo lado, y que, aún con todas las prevenciones, tenemos que confiar en el otro, porque de lo contrario nos vamos todos a pique. Gracias por su comentario.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *