Cuestiones explosivas

La acusación del fiscal Alberto Nisman contra la presidente Cristina Kirchner y su canciller Héctor Timerman tiene a primera vista la potencia explosiva de un obús de gran magnitud lanzado contra el corazón mismo del poder. Les atribuye haber ofrecido a Irán retirar las imputaciones contra varios funcionarios y ex funcionarios de ese país por su presunta participación en el atentado contra la AMIA, a cambio de un acuerdo comercial que le permitiera a la Argentina obtener petróleo y... Continúa →

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Anticavallismo

cavalloDomingo Cavallo fue absuelto en la causa que se le seguía por su papel en el programa de reestructuración de deuda conocido como Megacanje. El fallo alegró a la minoría de quienes lo aprecian y respetan, y obviamente al propio Cavallo, y encendió las iras de muchos anticavallistas, incluso de varios que suelen acusar a la justicia de fallar siempre según las pautas ideológicas gubernamentales. Demás está decirlo, el kirchnerismo se ubica en las antípodas de las ideas de Cavallo, y la propia presidente lo ha fustigado en sus discursos. No me interesa particularmente defender aquí a Cavallo, y en todo caso no estaría en condiciones técnicas de hacerlo. Por otra parte, en sus libros y en su artículos, el ex ministro se ha defendido, creo, razonablemente bien. Me interesa en cambio explorar el anticavallismo, ese fenómeno que lo ha convertido en una de las figuras públicas más resistidas del país. El anticavallismo es punto de encuentro de opiniones procedentes de los sectores más dispares, cada uno de los cuales guarda antiguos resentimientos contra el ex ministro. Lo que no se le perdona a Cavallo es haber demostrado la virtud de una moneda estable, haber puesto en evidencia que una moneda estable exige disciplina fiscal al sector público, y disciplina administrativa al sector privado, haberle permitido experimentar a la gente común que sólo una moneda estable protege el valor de su salario y de sus ahorros.

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La destrucción de la escuela pública

Resulta sumamente injusto, me parece, atribuirle exclusivamente al kirchnerismo el mérito de haber destruído la educación pública en la Argentina. El kirchnerismo nunca tuvo políticas sobre nada, ni sobre defensa, ni sobre relaciones internacionales, ni sobre economía, ni sobre transportes, ni mucho menos sobre educación. El kirchnerismo aplicó todas sus energías intelectuales al complejo arte de desviar fondos públicos a bolsillos privados, y el presupuesto destinado a educación... Continúa →

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Tres peronismos, y un cuarto

El peronismo muestra a lo largo de su historia tres momentos marcadamente diferentes. Los análisis políticos suelen confundir esos tres momentos y atribuir a unos características de los otros, sea para elogiarlos, para repudiarlos, o simplemente para tratar de entenderlos. El propio peronismo, en tanto parcialidad política, ha aprovechado esa confusión, reivindicando algunos momentos y ocultando otros, para renacer tras cada fracaso o para reclamar apoyos a fin de seguir gobernando. A esta altura de la historia, en que el peronismo ha dejado de ser una parcialidad política para convertirse en un problema nacional que urge resolver, parece conveniente distinguirlos para saber de qué se está hablando en cada caso, y advertir los peligros que se ciernen en el horizonte.
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El nombre de la mafia

Tal vez su creador se inspiró en el corporativismo fascista, pero la criatura se le escapó de las manos y el peronismo se convirtió en el nombre argentino de la mafia. En Sicilia está la Cosa Nostra, en Nápoles la Camorra, en Calabria la ‘Ndrangheta, en Apulia la Sacra Corona Unita… y en la Argentina el peronismo. Quienes traten de entender este fenómeno político no necesitan acudir a Mussolini, ni revisar la supuesta genealogía histórica Rosas-Yrigoyen-Perón, ni someterse al suplicio de la prosa de González (Horacio) o de los mamotretos de Feinmann. Les propongo esta alternativa: vuelvan a ver de un tirón las tres partes de El padrino, la impresionante saga de Mario Puzo y Francis Ford Coppola. Allí está todo, claro como el agua clara.

Allí están la organización vertical, las lealtades personales, el sistema clientelar, la recaudación extorsiva, el asistencialismo, el control territorial, la violenta discusión del poder, el relato justificador de la defensa del grupo contra las amenazas externas, la idealización de la familia y su proyección social, la gran familia, y al mismo tiempo el reconocimiento explícito de que en el fondo todo es cuestión de negocios. ¿Acaso barras, punteros, intendentes, no son la réplica de los soldados, los capodecime, los caporegime? ¿No es posible reconocer en la historia peronista a cada capo de tutti i capi, a cada don? ¿No se valió cada uno de ellos del apoyo de un notable consigliere? Jorge Asís, el brillante causeur de la picaresca peronista, escribió hace poco que el peronismo tuvo tres grandes capos (líderes, dijo él): Perón, Menem, Kirchner, y dos armadores de transición: Cafiero y Duhalde. Como en la mafia, los momentos de liderazgo fuerte son momentos de estabilidad y buena marcha de los negocios. Pero cuando esos liderazgos se debilitan sobreviene un desorden violento cuyos efectos, también como en la mafia, padece toda la sociedad. Cafiero y Duhalde trataron en su momento de moderar esos efectos. En los sangrientos setenta no hubo nadie en condiciones de jugar ese papel. “La violencia es mala para los negocios”, dice Michael Corleone. Por eso los Montoneros nunca pudieron infiltrar realmente el peronismo: su estética fascista y su ética stalinista nada tenían que ver con los negocios, que son la razón de ser de la mafia, del peronismo. Aún cuando familias rivales matan a su hijo Santino y atentan contra su propia vida, Vito Corleone llama a los suyos a la calma, procura evitar las venganzas. Uno se acuerda de Menem y su reacción frente a los tres atentados, uno de ellos contra su hijo. “No es nada personal”, dice el fundador de la familia que anima la saga, “son solo negocios”. Del mismo modo, los enfrentamientos violentos entre peronistas no tienen nada de personal: simplemente se están reproduciendo, explicó alguna vez en tono similar Antonio Cafiero.

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