La destrucción de la escuela pública

Resulta sumamente injusto, me parece, atribuirle exclusivamente al kirchnerismo el mérito de haber destruído la educación pública en la Argentina. El kirchnerismo nunca tuvo políticas sobre nada, ni sobre defensa, ni sobre relaciones internacionales, ni sobre economía, ni sobre transportes, ni mucho menos sobre educación. El kirchnerismo aplicó todas sus energías intelectuales al complejo arte de desviar fondos públicos a bolsillos privados, y el presupuesto destinado a educación no se presta a esos ejercicios porque los gremios docentes se le adelantaron en la captura de la parte interesante de la torta. La escuela argentina fue en realidad destruída por el progresismo, que se hizo cargo de los destinos del país en los alborozados años del regreso de la democracia, mantuvo el control del sistema educativo durante los tremebundos noventa, y ha seguido manejándolo –es una manera de decir– en tiempos de la pareja cleptómana que vino del frío. El mérito mayor de la destrucción del sistema educativo que logró hacer de la Argentina el primer país del mundo en reducir el analfabetismo a términos insignificantes le corresponde al venerable Raúl Alfonsín, que al impulso del demandante rock nacional se ensañó particularmente con la enseñanza media. Tango feroz. Con los guardapolvos de las niñas y el saco y corbata de los varones, se fueron al demonio las nociones de enseñanza y aprendizaje, de convivencia civilizada y de respeto por el prójimo. Quién diría, las formas son importantes. Saturados de lecturas de cuestionables pedagogos franceses, los educadores progresistas convocados por el ministro Carlos Alconada la emprendieron contra todo lo que significara autoridad en los colegios y en el aula, degradando a rectores y directores al nivel de empleados administrativos, y a profesores y maestros al de animadores de fiestas infantiles. Ah, y por supuesto fueron los primeros en eliminar las calificaciones estigmatizantes, reemplazando los números crueles con discretas palmaditas de advertencia: Alcanzó, No alcanzó, Superó, No se ofenda. Carlos Menem tuvo como ministros al desarrollista Antonio Salonia y a los ex tendencia revolucionaria Jorge Rodríguez y Susana Decibe. Ya no me acuerdo quién hizo qué, pero entre todos siguieron adelante con la demolición progresista, alentada por la necesidad “neoliberal” de reducir el déficit: el Ministerio de Educación transfirió todo lo que tenía a las provincias. La red de orgullosos, históricos, Colegios Nacionales se desintegró con destino incierto. (Años después tuve la oportunidad de recorrer el mío, que había albergado una de las mejores bibliotecas del gran Buenos Aires y contaba con instalaciones de excelencia, convertido ya en una tapera.) Pero quizás lo que mejor defina la contribución menemista a la educación pública haya sido la eliminación de la enseñanza técnica, aporte invalorable para las nacientes filas de los jóvenes que ya empezaban a no estudiar ni trabajar. El gobierno de Fernando de la Rúa, que no pudo enderezar el curso del Estado en ningún sentido, tampoco logró hacerlo en el terreno de la educación. El primero de sus ministros, Juan José Llach, encendió luces de esperanza, pero tropezó con la oposición de los gremios docentes, empeñados en mantener sus privilegios, y renunció al año de asumir. Después de la crisis del 2001, la escuela pública argentina dejó de ser el lugar donde se enseña y se aprende para cumplir otras funciones sociales, como las de guardería y merendero. Los ministros kirchneristas Daniel Filmus, Juan Tedesco y Alberto Sileone nunca lograron, ni se ha visto que lo intentaran, devolver a la escuela su función educativa, ni en términos progresistas ni en ningún otro; su mayor logro ha sido repartir computadoras que se pagan con los aportes de los jubilados. La retórica progresista no suele ser más que una coartada para ocultar niveles descomunales de fracaso escolar, tal como acaba de ponerlo en evidencia el gobierno de la provincia de Buenos Aires al suprimir los aplazos con el pretexto de que son estigmatizantes. En la ciudad de Buenos Aires no hay progresistas, pero el populismo conservador del PRO hizo con la educación lo que hace con todo: poner dinero allí donde puede tercerizar un servicio. Reparó los edificios escolares, repartió computadoras que nadie necesita, y en general dirigió más recursos hacia la administración que hacia el aula: cinco asesores para una directora de menor nivel no es señal de buena gestión. Tampoco que no se hayan previsto escuelas especiales para redireccionar y atender adecuadamente a los alumnos violentos, que son uno de los principales problemas en el distrito.1 El PRO, sin embargo, sabe que las formas importan: en las escuelas de la ciudad se canta el Himno a Sarmiento.

–Santiago González

  1. En un reportaje publicado en Infobae el 21-9-2014, Alberto de Luca, director de la escuela técnica privada Philips, contó que la ciudad de Buenos Aires le obliga a avalar el plan Fines, instalado por el kirchnerismo para facilitar la aprobación del ciclo secundario. De este modo, alumnos de su escuela que deben materias las rinden en otras donde se las aprueban, dijo, sin saber nada, y él está obligado después a extenderles un título que no se distingue del de los que sí estudiaron. El PRO no sólo adhirió al plan citado, sino que hace propaganda callejera invitando a alumnos de todo el país a recibirse en la capital federal… []

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6 opiniones en “La destrucción de la escuela pública”

  1. Este artículo me trajo a la memoria , una vez más, un día especial en mi primer año de secundaria que vuelve a mi memoria una y otra vez. Era el año 1984 y mi camada sería entonces la última en haber tenido que pasar un examen de admisión para ingresar al secundario. Se iniciaba la democracia y con ella la demagogia de venir a consultarnos a nosotros (¡nosotros! ¡mocosos de 13 años!) si estábamos o no de acuerdo con el ingreso irrestricto a la universidad. Ese día, de un aula de 45 alumnos, fuimos sólo 2 que nos pronunciamos en contra, mientras se me acusaba de egoísta al grito de “¡vos porque sos una traga de mierda que sabés que vas a entrar!”. Es difícil borrar ese día de mis recuerdos…

    Creo ya haber hecho mención en este sitio de lo ridículo y sólo guiado por la demagogia populista de un ingreso irrestricto a la universidad…porque así como es tan obvio que se requieren ciertas habilidades para la música, el deporte, o las artes, también se las requiere para la actividad profesional. Salvo que esté equivocada…¡y mañana mismo me acepten en el equipo olímpico de gimnasia artística para Brasil 2016!

  2. Así es; resuelto ese acuerdo, lo demás (marcos, metodologías, sistemas de promoción, sabiendo previamente qué es lo que se quiere promover) se va resolviendo como “involuntariamente”… Se encuentra; y, si no está dado, se crea, que para eso estamos, para crear.
    La nuestra es una sociedad “interferida”. Nuestras potencialidades múltiples están trabadas por problemas viejos y envejecidos, por falsos dilemas que ya no son más que pantallas y distractores para la única actividad política verdaderamente exitosa: aplicar, como dice usted, “todas las energías intelectuales al complejo arte de desviar fondos públicos a bolsillos privados”.
    Usted estará al tanto del cúmulo de estupideces (distractores) que los docentes de todos los niveles se han visto obligados a considerar en los últimos treinta años…
    ¿Tendremos que llegar al extremo del proceso actual para que, por inversión, suframos un cambio?

  3. Un docente sabe que el marco administrativo y las metodologías generales (sistema de calificación y promoción, etc.) condicionan la enseñanza y el aprendizaje, y, en ese sentido, no es lo mismo un marco (y una metodología) que otro. Condicionan el proceso, pero no lo determinan. Lo que determina el proceso de enseñar (basado en la capacidad de aprender, que es la verdadera base de la enseñanza: si no tuviésemos capacidad espontánea para aprender, no habría enseñanza organizada de nada… ), lo que lo determina es que se produzca el “encuentro” entre el docente y el estudiante. Si se produce el encuentro hay transferencia (mutua), se adoptan actitudes comunes, recíprocas, y se comparten perspectivas, cada uno desde su rol. El docente cuenta con “autoridad”, pero con la autoridad que, en última instancia, importa: la que le concede el estudiante-alumno (y su familia por detrás) para actuar como guía, no solamente la que le otorga el sistema educativo. Con lo cual, las claves de un buen proceso se encuentran en ese factor dónde no pueden faltar, de lo contrario a la corta o a la larga, todo lo que se intenta construir acaba arruinándose: en el ambiente y en el clima; un clima de confianza mutua, de credibilidad, que no tiene nada que ver con complicidades. En un ambiente social como el actual – que no es nuevo, como se desprende de su nota, pero que ha intensificado sus características -, saturado de desconfianza, de anomia, de falta credibilidad, de vacío de autoridad (la que se concede, no la de los cargos, la del voto de mayorías y minorías, la que se demanda), cualquier “reforma” se anota en la misma pendiente general y, por más que esté bien intencionada, agrega uno más a la larga serie de abortos que jalonan la pendiente educativa, que forma parte de la pendiente general de un país que se cierra sobre sí mismo, porque cayó en manos de un grupo de superparásitos; como un organismo cuando es atacado por sus parásitos, que ponen en peligro sus funciones y su vida misma.
    En el presente caso (que, analizado en lo particular, parece un poco ridículo…, un jueguito de escondidas, una operación de eufemización y neologización a las que somos tan afectos, particularmente en el ámbito de las Ciencias de la Educación), lo general es más importante que lo particular. Estamos, otra vez, perdiendo el tiempo con detalles. Su nota, que repasa treinta años de gestión, así lo demuestra.

    1. Para hablar de educación en términos generales deberíamos decir que no hay educación eficaz si la sociedad no sabe qué es lo que quiere enseñar, qué saberes, qué creencias, qué valores. Y nuestra sociedad, lamentablemente, no se ha puesto de acuerdo todavía sobre qué saberes, creencias y valores privilegia, acaricia y defiende como para estar en condiciones y en interés de legárselos a sus descendientes. Una vez resuelto esto, lo demás son problemas menores. Pero para resolver esto, la sociedad necesita dirigentes políticos con capacidad para interpretar el momento y para orientar el debate hacia los temas sustanciales, para hacer que la sociedad piense sobre sí misma. Gracias, Enrique, una vez más por sus reflexiones.

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