Tres peronismos, y un cuarto

El peronismo muestra a lo largo de su historia tres momentos marcadamente diferentes. Los análisis políticos suelen confundir esos tres momentos y atribuir a unos características de los otros, sea para elogiarlos, para repudiarlos, o simplemente para tratar de entenderlos. El propio peronismo, en tanto parcialidad política, ha aprovechado esa confusión, reivindicando algunos momentos y ocultando otros, para renacer tras cada fracaso o para reclamar apoyos a fin de seguir gobernando. A esta altura de la historia, en que el peronismo ha dejado de ser una parcialidad política para convertirse en un problema nacional que urge resolver, parece conveniente distinguirlos para saber de qué se está hablando en cada caso, y advertir los peligros que se ciernen en el horizonte.

I

En primer lugar, está el momento del peronismo histórico, esto es el peronismo de Juan Perón, que nace el 17 de octubre de 1945 y muere diez años más tarde, con el golpe cívico-militar de septiembre de 1955. El peronismo fue en su origen un proyecto de desarrollo económico y social fuertemente estatista, en parte porque la idea de una nación organizada desde el Estado era intrínseca a su filosofía, en parte porque el sector privado había desertado de su papel transformador y sólo imaginaba una economía rentística y no productiva. La filosofía que cristalizó en el peronismo venía desde más atrás y se había gestado en el seno de las fuerzas armadas, que veían con preocupación la debilidad estructural de un país que no desarrollaba sus industrias básicas. Las grandes empresas estatales que caracterizaron la economía peronista, algunas creadas antes del peronismo, no desplazaron al sector privado sino que ocuparon espacios que el sector privado desatendía. A pesar de haber sido la novena economía del mundo, el país nunca hizo acumulación de capital, ni creó un mercado de capitales, ni encontró una burguesía capaz de tomar los capitales de origen agropecuario y multiplicarlos en el comercio o la industria en escala suficiente como para convertirse en motor de la economía nacional. Perón asimiló la situación argentina a las de Italia o Alemania que, en su caso por carecer de colonias, tampoco habían logrado un desarrollo capitalista como el de Gran Bretaña o Francia. Parece que no se le ocurrió mirar lo que estaban haciendo los Estados Unidos. Al tomar los países del Eje como modelo, el peronismo se propuso modificar desde arriba un estado de cosas que, con peronismo o sin peronismo, igualmente habría mandado al país por el camino de la decadencia. Lo único que logró, sin embargo, fue crear un empresariado corporativista y prebendario, sin audacia, inventiva ni disposición al riesgo, que se acostumbró a vivir del Estado, como proveedor o contratista del Estado, o protegido por el Estado. La mentalidad rentística se extendió a toda la economía. El peronismo histórico produjo además una drástica transformación social, eliminando virtualmente todo resto de exclusión, incorporando a la vida política y económica a los sectores más desvalidos, haciendo valer para ellos derechos que el sistema legal y constitucional reconocía solo formalmente, y dotándolos de organizaciones políticas y sindicales para defenderlos. Lo que hizo en este ámbito fue la inversa de lo que hizo en el ámbito económico. No llenó un vacío, porque la Argentina tenía una larga tradición de organización y lucha social y sindical, sino que se apoderó de esos sindicatos y organizaciones y los puso al servicio de un partido y del Estado con el que el partido se confundía. El peronismo afectó varios intereses del establishment tradicional, especialmente a través de las juntas de granos y de carnes, y de su voluntad de reservar para el país el negocio de los seguros y los fletes, que en la época representaban el “valor agregado” de las exportaciones primarias. Pero pesaron más en su caída el estatuto del peón y la insolencia de las mucamas: a diferencia de lo ocurrido en otros procesos de reivindicación social, en el peronismo el odio de clase fue probablemente más intenso de arriba hacia abajo que a la inversa.

II

Desde que Perón marcha al exilio se inicia un largo proceso de dos décadas que podríamos llamar momento de la resistencia, y que concluye en 1975, cuando muere en Buenos Aires mientras ejercía la presidencia por tercera vez. En 1955 los poderes fácticos volvieron a hacerse cargo del país, y a retomar su estrecha relación con las fuerzas armadas, que el peronismo había puesto en peligro. Formalmente procuraron desterrar hasta el más mínimo recuerdo de la época peronista –el decreto 4641 de la llamada Revolución Libertadora prohíbía el uso de los símbolos peronistas, incluídos el nombre de Perón y la palabra peronismo— pero en los hechos dejaron mayormente en pie la organización del Estado, la economía prebendaria y la legislación estatista que habían impuesto los generales de 1943 y luego Perón. En un primer momento, el peronismo resistió más o menos desorganizadamente su proscripción con actos de sabotaje, y hasta con un intento de rebelión militar cuyos líderes fueron fusilados en 1956. A partir de entonces, desde el exilio, Perón condujo una refinada acción política orientada a conseguir la rehabilitación de su partido y de su persona. Apoyó la candidatura de Arturo Frondizi, y aseguró su llegada a la presidencia en 1958, pero esa jugada irritó a los militares, que derrocaron a Frondizi en 1962, cuando permitió que un candidato peronista, Andrés Framini, fuera electo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Los militares llamaron a elecciones al año siguiente. Como el peronismo seguía proscripto, Perón sugirió a sus seguidores votar en blanco y ganó las elecciones. El radical Arturo Illia asumió la presidencia con algo más del 20 por ciento de los votos. Dos años más tarde Perón intentó regresar a la Argentina, pero el avión que lo traía desde Europa fue detenido en Brasil a pedido de la Casa Rosada.

Illia encabezó la última presidencia a la vez decente y exitosa que tuvo el país, pero los poderes fácticos volvieron a conspirar. Así como rechazaban a Perón y el peronismo, evidentemente había algo en el sistema corporativista inaugurado por aquél que les resultaba más seductor que la República. Illia fue derrocado en 1966 por un golpe cívico-militar encabezado por Juan Carlos Onganía que, a pesar de estar marcado por una fuerte impronta corporativista y clerical, tuvo el más amplio e irrestricto apoyo del sector privado y las organizaciones empresarias que haya tenido cualquier gobierno en toda la historia del último siglo. Un propósito central de esos golpistas era la cooptación del sindicalismo peronista, porque los gremios tenían un lugar en el modelo corporativista. Desde antes del golpe, sus organizadores mantuvieron reuniones con varios dirigentes, particularmente con Augusto Vandor, líder de las llamadas 62 Organizaciones que congregaban, sin usar la palabra prohibida, a los sindicatos peronistas. La palabra resistencia comenzó entonces a adquirir otro significado: el de la resistencia al intento de propiciar un “peronismo sin Perón”. Desde el exilio en Madrid, el fundador del justicialismo se vió obligado a maniobrar mediante una complicada estructura de delegados personales y comandos tácticos (se suponía que la estrategia le pertenecía), y de mensajes verbales, escritos, grabados y filmados, para rechazar el intento de cooptación lanzado desde el establishment y mantener el control de sus seguidores. Para esa tarea recibió una colaboración inesperada, que acabaría por ser tan peligrosa como el caballo de Troya: la experiencia cubana había revolucionado el pensamiento y la acción de la izquierda en América latina, que integró en una sola fórmula socialismo, nacionalismo y antiimperialismo y rebuscó en la historia de luchas sociales de cada país para definir un camino propio. En la Argentina, los ojos de esa izquierda se volvieron hacia el peronismo, cuyas banderas de soberanía política, independencia económica y justicia social calzaban perfectamente con su ideología. Perón los recibió con los brazos abiertos para contrarrestar la ofensiva del establishment, y Vandor fue asesinado por quienes más tarde integrarían Montoneros. Entre las organizaciones subversivas que florecieron en la época, hubo varias que reivindicaron una genealogía peronista, pero Montoneros fue la que alcanzó mayor dimensión y contó con una red de organizaciones políticas que se definían como peronistas. Aunque siempre se cuidó de reconocerlas por su nombre y apellido, Perón describía amablemente esas organizaciones armadas como formaciones especiales e implícitamente las alentaba a seguir con la campaña de acciones terroristas que terminaron por obligar a los militares a permitir el regreso del caudillo y la participación libre del peronismo en unas elecciones presidenciales. Tarde se dio cuenta Perón de que en la juventud maravillosa que se había acercado espontáneamente a su movimiento anidaba un propósito de cooptación todavía más decidido que el de quienes habían adherido al franquismo ectópico de Onganía, que en el fondo sólo se proponían sobornar cristianamente a los dirigentes sindicales para que no les embromaran los negocios.

Cuando el peronismo volvió al poder en mayo de 1973 el gobierno encabezado por Héctor Cámpora estaba totalmente copado por simpatizantes de los Montoneros cuyo gesto inaugural fue abrir las puertas de las cárceles para que escaparan los terroristas que habían sido condenados por la justicia. Perón obligó a Cámpora a renunciar, regresó al país en junio, en medio de un cruento tiroteo entre los Montoneros y los sectores tradicionales del peronismo, entre los que se encontraban tanto los leales como los no tan leales de la vereda opuesta, y en octubre, con la salud quebrantada por los disgustos, asumió la presidencia respaldado por un aluvión de votos. Incapaz de someter a los Montoneros, los repudió públicamente, y dio rienda suelta a un grupo armado paraestatal, un somatén de prosapia también franquista destinado a enfrentar a las formaciones especiales. El país se encontraba envuelto en un baño de sangre cuando Perón murió en 1974. Su viuda, María Estela Martínez, debió hacerse cargo de la presidencia, y ordenó por decreto la aniquilación de las organizaciones subversivas, sin distinción.

III

El tercer momento del peronismo, período que podemos describir como de la familia mafiosa y que dura hasta hoy, se inició en 1983. Perón había muerto, los que intentaron cooptar el peronismo desde la izquierda habían sido aniquilados por las fuerzas armadas cumpliendo de la peor manera posible la orden de su viuda, y la ciudadanía prefirió ser guiada hacia el reencuentro con la democracia por los radicales de Raúl Alfonsín. Por primera vez el peronismo era derrotado en las urnas, pero no estaba dicha todavía la última palabra. Alfonsín no supo gobernar. Puso a salvo su memoria con el ejemplar juicio a las juntas, pero el resto de su gestión fue un desastre, especialmente en el terreno económico. El establishment corporativista y prebendario ya no podía apelar a los militares para que le arreglaran las cosas como había hecho en los pasados treinta años, y buscó alguna alternativa. La encontró en el peronismo, con el que ya había tratado durante su intento de cooptación. Hay testimonios de que para mediados de la década de 1980, el poder fáctico ya había detectado a Carlos Menem y su particular interpretación de la doctrina peronista. Contra todos los pronósticos, Menem se impuso a Antonio Cafiero en la interna partidaria, y ganó las elecciones presidenciales de 1989 con promesas que jamás cumpliría. Castigado por la hiperinflación, el establishment pidió anticipar el recambio, las patotas peronistas armaron unos saqueos para la televisión, Alfonsín se asustó, y Menem asumió anticipadamente. Los años siguientes fueron una fiesta para el poder económico: unos hicieron pingües negocios con las privatizaciones, otros vendieron sus empresas a capitales extranjeros a precios que nunca habrían imaginado, el campo se modernizó tecnológicamente, había más sucursales bancarias que quioscos. Les fue muy mal en cambio a una miríada de pequeños emprendimientos que se habían gestado al calor de los proyectos industrialistas del peronismo histórico y del frondizismo. Los numerosos importadores que los reemplazaron no compensaron ni de lejos la pérdida de empleos. Por primera vez, bajo las banderas peronistas se destruía trabajo y se desnacionalizaban resortes críticos de la economía. Menem gobernó a contrapelo de la retórica peronista, pero su gobierno tal vez no habría disgustado al propio Perón. “Si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”, reconocería más tarde. El cinismo del riojano hizo escuela, e indujo la reconversión del peronismo en lo que es hoy: una máquina de conquistar el poder y ponerlo al servicio del establishment corporativista y prebendario, un aparato mafioso cuya retórica gira en torno de la patria (la familia) y cuya acción tiene por norte exclusivo los negocios. Estructuralmente, cumple la misma función que cumplieron las fuerzas armadas hasta que se autodestruyeron. Tanto es así que el peronismo encabezó en el 2001 el primer golpe de estado desde que los militares desaparecieron de la escena política; la caída de Fernando de la Rúa fue orquestada por el peronismo bonaerense, y, a diferencia de los incruentos golpes militares, se cobró decenas de muertos. La pesificación asimétrica dispuesta por Eduardo Duhalde permitió al poder económico licuar sus deudas en dólares, y transferir la carga a los ahorristas, que fueron despojados de sus depósitos. El peronismo que llegó luego al poder siguió por el mismo camino, y para no pocos sectores de la economía, que lo sostuvieron con la opinión y con el voto (el 54% que reeligió a Cristina no se forma sólo con clientelas políticas), la década kichnerista fue una década ganada: el kirchnerismo perjudicó a asalariados y jubilados, y produjo lo que probablemente sea la mayor transferencia de recursos de la historia hacia unos pocos grupos, no todos nacionales, gracias a unas condiciones económicas internacionales excepcionalmente favorables y a niveles récord de recaudación impositiva, y a expensas incluso de la infraestructura del país, que se deterioró sin pausa.

IV

En el 2015 habrá elecciones presidenciales en la Argentina, y el poder fáctico ya ha empezado a coquetear con el peronismo, buscando la alternativa que permita cambiar para que nada cambie. Como dice Elisa Carrió, “el miedo del establishment argentino es que un decente gobierne”. La gran prensa se interesa por peronistas mediocres como Daniel Scioli o Sergio Massa, a los que presenta una y otra vez en reportajes como si fueran grandes estadistas, y sobre los que difunde sospechosas encuestas que los muestran en los primeros lugares. Dado que todas esas operaciones no lograron hasta ahora instalar ni a uno ni a otro en la imaginación del electorado, han comenzado a prestar atención últimamente a Mauricio Macri, cuyos dos períodos de gestión al frente de la ciudad de Buenos Aires han replicado todas las prácticas habituales del peronismo en su etapa mafiosa, sobre todo la capacidad para proclamar principios imprecisos y generales y hacer después cualquier cosa, y la ductilidad a la hora de entrar en componendas con grupos económicos cuyos intereses no necesariamente corren en la misma dirección que el bien común. Para prueba, basta y sobra el feliz y aceitado entendimiento que han alcanzado macristas y kirchneristas en la legislatura porteña para aprobar proyectos relacionados con intereses particulares afines a uno u otro grupo. En la tradición del “peronismo sin Perón” ensayado el siglo pasado, Macri puede imaginarse a la cabeza de un “peronismo sin PJ”, puesto al día, lejos de símbolos, retórica y personajes que poco significan, más bien espantan, para las generaciones criadas en el contexto de Facebook y de Whatsapp, en el que Gilda sustituya a Hugo del Carril y Freddy Mercury a Antonio Tormo, y en el que las vagas referencias a la justicia social sean reemplazadas por igualmente vagas referencias al liberalismo y el republicanismo. A los peronistas cualquier traje les sienta bien, como lo demostraron con Menem. Como ya ha sido dicho en este sitio, Mauricio Macri será el árbitro de las elecciones del 2015. Solo no puede llegar al poder: necesita un aparato partidario como sólo pueden brindarle el peronismo o el radicalismo. Carrió lo invitó a participar de la interna de UNEN, pero sus socios de la coalición no están de acuerdo y al parecer prefieren que Macri se vaya con los peronistas. Y que todo siga como hasta ahora.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 5; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

1 opinión en “Tres peronismos, y un cuarto”

  1. He leído ésta sinopsis varias veces. No hay nada tan difícil como escribir una sinopsis, porque hay que saber muchísimo y tenerlo todo muy digerido y ordenado.
    En el recorrido del texto se puede apreciar, como en una película (siempre que uno tenga memoria, claro) cómo se construye esa amalgama inestable que es el peronismo, esa trenza, y cómo se desteje y se vuelve a trenzar cambiando el orden de las hebras, eliminando alguna y haciendo entrar a otra…
    Esta es labor de historiador y, por cierto, no tiene nada, pero nada que ver con los “relatos” políticos.
    Tan tempranamente cómo en 1991, Pablo Giusiani escribió un librito memorable: Menem y su lógica secreta, donde hay, también, una investigación amplia y detectivesca, muy esclarecedora.
    Hasta ahora, no logré que nadie leyera su reseña; todos “saben” qué es el peronismo. Pero, me parece que ya nadie sabe qué es el peronismo: su identidad política es un fantasma y cada uno ve lo que le viene en mente, casi siempre un estereotipo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *