El nombre de la mafia

Tal vez su creador se inspiró en el corporativismo fascista, pero la criatura se le escapó de las manos y el peronismo se convirtió en el nombre argentino de la mafia. En Sicilia está la Cosa Nostra, en Nápoles la Camorra, en Calabria la ‘Ndrangheta, en Apulia la Sacra Corona Unita… y en la Argentina el peronismo. Quienes traten de entender este fenómeno político no necesitan acudir a Mussolini, ni revisar la supuesta genealogía histórica Rosas-Yrigoyen-Perón, ni someterse al suplicio de la prosa de González (Horacio) o de los mamotretos de Feinmann. Les propongo esta alternativa: vuelvan a ver de un tirón las tres partes de El padrino, la impresionante saga de Mario Puzo y Francis Ford Coppola. Allí está todo, claro como el agua clara.

Allí están la organización vertical, las lealtades personales, el sistema clientelar, la recaudación extorsiva, el asistencialismo, el control territorial, la violenta discusión del poder, el relato justificador de la defensa del grupo contra las amenazas externas, la idealización de la familia y su proyección social, la gran familia, y al mismo tiempo el reconocimiento explícito de que en el fondo todo es cuestión de negocios. ¿Acaso barras, punteros, intendentes, no son la réplica de los soldados, los capodecime, los caporegime? ¿No es posible reconocer en la historia peronista a cada capo de tutti i capi, a cada don? ¿No se valió cada uno de ellos del apoyo de un notable consigliere? Jorge Asís, el brillante causeur de la picaresca peronista, escribió hace poco que el peronismo tuvo tres grandes capos (líderes, dijo él): Perón, Menem, Kirchner, y dos armadores de transición: Cafiero y Duhalde. Como en la mafia, los momentos de liderazgo fuerte son momentos de estabilidad y buena marcha de los negocios. Pero cuando esos liderazgos se debilitan sobreviene un desorden violento cuyos efectos, también como en la mafia, padece toda la sociedad. Cafiero y Duhalde trataron en su momento de moderar esos efectos. En los sangrientos setenta no hubo nadie en condiciones de jugar ese papel. “La violencia es mala para los negocios”, dice Michael Corleone. Por eso los Montoneros nunca pudieron infiltrar realmente el peronismo: su estética fascista y su ética stalinista nada tenían que ver con los negocios, que son la razón de ser de la mafia, del peronismo. Aún cuando familias rivales matan a su hijo Santino y atentan contra su propia vida, Vito Corleone llama a los suyos a la calma, procura evitar las venganzas. Uno se acuerda de Menem y su reacción frente a los tres atentados, uno de ellos contra su hijo. “No es nada personal”, dice el fundador de la familia que anima la saga, “son solo negocios”. Del mismo modo, los enfrentamientos violentos entre peronistas no tienen nada de personal: simplemente se están reproduciendo, explicó alguna vez en tono similar Antonio Cafiero.

Hay varios aspectos, sin embargo, que distinguen al peronismo de la mafia. En primer lugar, digamos que la mafia es un emprendimiento privado. Ha buscado aprovecharse de las debilidades del Estado, y de otras instituciones, como la Iglesia Católica o los sindicatos, cada vez que pudo, pero nunca se confundió con ellas. El peronismo en cambio es la mafia como estructura organizadora y orientadora del Estado, y de cuantas instituciones de la sociedad civil pueda echar mano, siempre con la vista puesta en el objetivo común de todas las mafias: los negocios. Toda la historia del peronismo está marcada por los negocios oscuros realizados al amparo, en complicidad, o a expensas del Estado. Otro elemento diferenciador es la falta de códigos. No existe en el peronismo el famoso código de secreto de la mafia, la omertà. A la corta o a la larga, en el peronismo todo se sabe, como lo prueban las columnas que Asis viene escribiendo desde los albores del kirchnerismo. Tampoco se distingue el peronismo por los códigos de honor, como el que obedece Frank Pentangeli, un caporegime resentido que promete revelar ante la justicia los negocios oscuros de los Corleone pero se arrepiente a último momento y, avergonzado, responde a una sugerencia de la famiglia y se quita la vida. ¿Fariña, Elaskar, Codarin? Bueno, no pidamos tanto: no son peronistas propiamente dichos, no pertenecen a la familia, son sólo associate, giovanne d’onore

La tercera parte de El padrino, en la que la belleza y la tragedia se combinan como en una ópera, pone el acento en un tema que recorre toda la trilogía, y que consiste en la imposibilidad del don de legalizar su situación, de blanquear sus negocios, por más que lo intente: Michael Corleone recorre el mismo camino de su padre Vito, y fracasa como él. Los dos sucumben a una forza del destino más poderosa que sus poderosas voluntades. Lo mismo que les pasa a los peronistas cuando quieren reconvertirse en un partido democrático.

–Santiago González

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3 opiniones en “El nombre de la mafia”

  1. Se me ocurre que habría una diferencia más que las que usted anota entre la mafia originaria y la élite K: los mafiosos, aunque suelen ser tradicionalistas, paternalistas y sentimentales hasta las lágrimas en lo que hace a los valores familiares (¡la famiglia!), son también, por otro lado, descarnados en cuanto a su concepción de los negocios (nada hay por encima de los negocios) y no intentan disimularlo con ideología como hace la empresa capitalista organizada para el lucro y la empresa (capitalista también, pero parasitaria) kirchnerista.
    Los k son una empresa capitalista parasitaria de un estado nacional (sí, una mafia) preparado por años de peronismo, pero con “ideología”, el Relato en este caso. No son nada muy diferente de los barrabravas (tomemos nota de la actitud ambigua de la presidente cuando se refirió a ellos), parásitos de importantes instituciones deportivas donde “corre la guita”. Parásitos del Estado sin concepción alguna de nación salvo la que les convenga en una situación dada. En esta ocasión, por ejemplo, les convino hacerse de la política de derechos humanos; en ocasiones anteriores (en Santa Cruz) no fue necesario. Ya se está haciendo evidente que jamás tuvieron concepción alguna de derechos humanos… Y como eso, todo lo demás. La única variable de la gestión permanentemente atendida es la del enriquecimiento de los jefes y del primer y el segundo círculo de la oligarquía gobermante. Esa siempre creció, y exponencialmente. Dicen que necesitan 10 años más. En el delirio colectivo del grupo, ya hubo quien dijo que necesitan 50…

    1. Me parece que la mafia original también tenía su relato: protección de quienes quedaban bajo su “amparo”, protección de unas familias respecto de otras, protección de los inmigrantes italianos respecto de una sociedad hostil, etc.

      1. Pero esa justificación de sus actividades, por parte de la mafia, era menos que un relato, era una excusa, una justificación con fundamentos endebles. Ya escuchamos decir a los barrabravas, más de una vez, que ellos “prestan un servicio”. El relato debe recoger una trayectoria pasada y proyectarse, sobre la base de valores, en el presente y hacia el futuro. Hay relatores oficiales y muy capacitados como Heller, Forster, Abal Medina, Laclau, etc. que invisten al régimen de legitimidad… ¡revolucionaria! Parece una broma…
        Muchos venimos viendo al rey y a la reina desnudos – sus artículos contribuyen a eso -; pero son muchos, también, los que los ven bien vestidos. “Vamos por más” y “vamos por todo” son consignas fascistas ¿no?; pero una parte de la clase media educada los toma como “una manera de decir”… y no como lo que son: una confesión.

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