Segregación e intolerancia

  1. ¿Quién quiere noticias?
  2. Una práctica higiénica
  3. Malas nuevas
  4. De Neustadt a Lanata
  5. Eliminar el intermediario
  6. Ser en los medios
  7. Para Fulano que lo mira por TV
  8. Un poder en dispersión
  9. Segregación e intolerancia
  10. Narcisismo 2.0

Hace unos quince años, en un seminario sobre Periodismo e Internet organizado por la empresa Telecom, dije que la red como medio era asimilable a los medios gráficos. Esto causó sorpresa: la inercia tendía a ubicarla entre los medios audiovisuales, por entonces destino rutinario de todo lo nuevo. Hoy ya está generalmente aceptado que, en tanto medio de comunicación, la red es un lugar para leer, y que fotos y videos ocupan en ese contexto un lugar ancilar. Después de décadas de reinado absoluto de lo visual, después de varias generaciones educadas casi a la fuerza en la gramática de la imagen, volvimos a leer, es cierto. Pero ya es tarde. “Un mundo concentrado sólo en el hecho de ver es un mundo estúpido –escribió el ensayista italiano Giovanni Sartori–; el homo sapiens, un ser caracterizado por la reflexión, por su capacidad para generar abstracciones, se está convirtiendo en un homo videns, una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende”.

¿Qué nos dicen hoy las palabras? Volvimos a leer, pero no volvimos a aprender a leer, a reflexionar, a abstraer, a hacer uso, en fin, de la inteligencia (que significa leer en el fondo de las cosas, inter legere). “Se percibe que un 50 por ciento de la población está integrado por analfabetos funcionales. No entienden lo que leen, lo que dicen, lo que piensan. ¡Es eso! No entienden lo que piensan”, escribió Rolando Hanglin, en perfecta sintonía con Sartori. Su observación, hecha a ojo de buen cubero, está tristemente respaldada por las pruebas realizadas entre egresados del ciclo secundario. Apenas una minoría entiende lo que lee. Y no saber leer, no entender lo que se lee, es no saber escribir ni saber hablar. Ni saber pensar.

La idea de un mundo donde los mensajes que atraviesan la sociedad no provengan sólo de una decena de emisores para millones de receptores y donde todos seamos, democráticamente, a la vez emisores y receptores, empieza a perder entonces un poco de su atractivo. Proyectando la apreciación de Hanglin, agregándole incluso un margen de tolerancia, podríamos suponer que el 50 por ciento de los que ventilan sus opiniones en la red no tiene bien claro lo que piensa, y que el 50 por ciento de los que las leen, no comprende del todo lo que lee. La aleatoria posibilidad de una comunicación exitosa entre alguien que entiende lo que dice y otro que entiende lo que escucha se reduce así a niveles peligrosamente insignificantes. Lo peor del caso es que el cien por ciento de los intervinientes están convencidos de haber entendido lo que dijeron o lo que leyeron.

Esa incapacidad manifiesta para leer y escribir, para hablar y escuchar, para conversar (dirigirse uno al otro) se puede comprobar cotidianamente en los comentarios que acompañan en la red las noticias de los diarios, y en los intercambios que los comentaristas mantienen entre sí. El prejuicio, la agresión, y el insulto liso y llano, prevalecen sobre la reflexión, la comprensión y la tolerancia. Las palabras ya no son el logos que ordena e ilumina, sino piedras que se arrojan para golpear, o que funcionan como santo y seña para suponer, no para entender, lo que el otro quiere decir, y responder con la energía del caso. Rara vez se asiste a un diálogo entre personas, y todo parece más bien un encontronazo de hinchadas, de barras bravas. Dado el gusto nacional por la autoflagelación, dejemos ya sentado que esta clase de cosas no ocurren sólo en la Argentina.

Chris Lehane, consultor político y vocero de la Casa Blanca en tiempos de Bill Clinton, tiene algo que decir acerca de lo que pasa en los Estados Unidos: “Cualquiera con una conexión Wi-Fi puede elegir de quién, cómo, cuándo y dónde recibe información. Las noticias ya no provienen de tres cadenas de televisión y un matutino, sino de decenas de miles de fuentes potenciales. La gente puede, y de hecho lo hace, rechazar informarse por determinados medios y aceptar hacerlo por otros. Según el Edelman Trust Barometer, la confianza en la información recibida de sitios elegidos por uno –redes sociales, agregadores de contenidos, blogs y micro-blogs– aumentó en un 75 por ciento sólo entre 2011 y 2012.”

Según Lehane, esta situación es potencialmente peligrosa porque, dice, “gracias a esta dinámica de aceptaciones y rechazos, segmentos cada vez más grandes de la población pueden creer en teorías conspirativas completamente infundadas” pero multiplicadas virulentamente en miles y miles de sitios como los mencionados. Esa misma dinámica de aceptaciones y rechazos refuerza una tendencia de la sociedad norteamericana a la autosegregación: la gente elige “vecindarios e iglesias a fin de instalarse entre otros que viven como ellos y piensan como ellos, y que cada cuatro años votan como ellos”, dice Lehane citando una investigación sociológica del 2008. “En cada uno de esos vecindarios –agrega– el público consume información de fuentes diametralmente opuestas a las del otro. Obtiene la información que quiere, y rara vez escucha una voz que disienta”.

Haga la prueba el lector de ver cómo se agrupan y ordenan espontáneamente los miembros de redes sociales tales como Facebook, Google+ o Twitter, y encontrará esa misma tendencia a la división en parcialidades, principalmente ideológicas y políticas, pero también turbiamente racistas y clasistas. Entre los seguidores de este sitio por Twitter me llamó la atención uno que incluyó en su perfil la siguiente advertencia: “RT no siempre significa estar de acuerdo”. Me pareció a la vez un indicador de infrecuente sociabilidad la disposición a priori a difundir algo que se valora por alguna razón, aunque no refleje las propias convicciones, pero al mismo tiempo entreví que la necesidad de hacerla explícita era indicadora de los niveles de intolerancia existentes.

Es imposible desligar esta tendencia a la segregación y la intolerancia del elevado porcentaje de analfabetismo funcional que menciona Hanglin. La dispersión del poder mediático en multitud de semillas comunicacionales sembradas a los cuatro vientos como en el logo de Larousse ha encontrado terrenos mal preparados como para germinar y producir un florecimiento saludable.

Pero, ¿de qué estamos hablando en realidad? A la gente, lo hemos venido comprobando una y otra vez, no le interesa la información política o económica, y basta con mirar un poco alrededor para darse cuenta de que es minoritaria la proporción de personas que acude a la red para participar de esos intercambios de datos y opiniones, para buscar fuentes alternativas de información, para ratificar o revisar sus convicciones. Las redes sociales están recorridas por otra clase de mensajes. La información que se entrega y que se busca es de otro orden.

–Santiago González

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2 opiniones en “Segregación e intolerancia”

  1. Muy interesante reflexión sobre el fenómeno de las redes. A raíz de esto, percibo que el concepto del “gran hermano” que nos guía y propone lineas de pensamiento específicos, está dejando lugar a un concepto más abierto, individualista (por suerte) y hasta caótico. Comparto ampliamente sus conceptos.
    Lo felicito por la claridad. Un cordial saludo.

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