La descomposición del poder

“Cuando un sindicalista sospechado se desmarca y dice con sorna: ‘Dejen de robar por dos años’ o cuando una legisladora insospechada, aunque propensa a sobreactuar, denuncia a los corruptos, le están hablando a un sistema, no sólo a actores individuales. Se refieren a la elite del poder, con sus prerrogativas, licencias, privilegios y complicidades. A lo que Wright Mills llamó ‘minoría poderosa’ y María Elena Walsh, con más humor, retrató como la clase de ‘los que tienen la sartén por el mango y el mango también’. En esa cima es donde se deciden las políticas de un país. La democracia ofrece formalmente opciones, pero si la elite del poder no las llena de contenidos regeneradores, el delito seguirá campeando. Dentro de este marco, podría considerarse el estallido del narcotráfico como un síntoma de la descomposición del poder. Ello ocurre al cabo de un gobierno que construyó un relato virtuoso mientras institucionalizaba comportamientos deshonestos y minaba la independencia de la Justicia y los organismos de control. Un régimen que seducía y pudría a la vez. Por eso, el cuestionamiento que le cabe tiene dos vertientes. Una, la propia corrupción; dos, el doble discurso. Ambas prácticas son igualmente dañinas. Empobrecen y enloquecen. No obstante, sería una simplificación asignar la responsabilidad por la corrupción y la doble moral sólo al Gobierno o a la política. Se trata de una cultura mucho más vasta que el kirchnerismo. En realidad, es la tentación y el riesgo de todos los que detentan el poder. De aquellos que determinan, según sus evaluaciones y estrategias, el destino de la sociedad.” –Eduardo Fidanza, en La Nación, 10 de mayo de 2014

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