Que se rompa, pero que no se doble

Si el pan-radicalismo no logra ofrecer una opción creíble y contundente de poder basado en la ley, como quiere Carrió, la gente se va a inclinar en el 2011 por un liderazgo fuertemente personal.

Según relató un discípulo, el pensador francés Raymond Aron solía decir en sus clases que la política era el arte de la transacción permanente, excepto en “un extraño país”, la República Argentina, donde había escuchado consignas estremecedoramente contrarias a esa concepción, tales como “Que se rompa, pero que no se doble”.

Esta consigna le pertenece a Leandro N. Alem, el fundador del radicalismo, formulada en los albores del partido y en los fragores de la lucha contra el “régimen”. Sometidos a presiones, los materiales flexibles se amoldan, los rígidos se quiebran. Para Alem, era preferible el quiebre a la transigencia con aquello que el radicalismo se proponía cambiar.

Alem es uno de los mentores políticos, frecuentemente invocado, de Elisa Carrió, líder de la Coalición Cívica, que acaba de dar un “portazo” a radicales y socialistas, con los que compartía el armado del Acuerdo Cívico y Social, una alianza orientada a ofrecer una alternativa socialdemócrata al populismo kirchnerista en las elecciones del 2011.

Patricia Bullrich, forzada a cumplir el rol de exégeta de la decisión de Carrió, afirmó que la política argentina está necesitada de portazos, esto es de posiciones claras e inclaudicables. Para Aron, actitudes como esa suponen lo contrario de la política, desconocen el diálogo, y por su propia intransigencia conducen al conflicto.

Ese principio de filosofía política puede ser válido para sistemas más o menos estables, pero éste no es, ni ha sido nunca, el caso de la Argentina, donde la contienda se ha librado más bien entre quienes pretenden justamente instalar un sistema republicano, y los que defienden un poder más basado en la autoridad personal que en el imperio de la ley.

Ese conflicto atraviesa la historia política argentina, y a grandes trazos sus términos aparecen expresados desde hace medio siglo por el radicalismo y el peronismo, dos corrientes políticas que, por lo demás, son bastante similares en sus concepciones ideológicas fundamentales.

El reconocimiento de esa identidad de fondo condujo, desde el regreso de la democracia, a un progresivo acercamiento entre las partes: los peronistas se allanan un poco más a la ley, los radicales dan más espacio a las componendas personales por sobre los principios. Y los dos sueñan con una benéfica alternancia libre de sobresaltos.

La alternancia se dio, y fue un fracaso: los dos gobiernos radicales (Alfonsín, De la Rúa) han terminado en el colapso; los dos gobiernos peronistas (Menem, Kirchner), abrumados por las causas judiciales. Y en ese ir y venir, han posibilitado el tramado de una madeja de intereses político-económicos cuasi-mafiosos que los supera y amenaza con devorarlos.

Tras la implosión del 2001, varios dirigentes radicales se apartaron de la UCR con la esperanza de crear opciones para romper esa alternancia perversa. Con extraordinaria tenacidad, firmeza y coherencia, Elisa “Lilita” Carrió fue la que mejor suerte tuvo en el empeño, y logro devolverle cierta dignidad al papel de “dirigente político”.

Necesitada de estructuras más amplias que las que ella misma había creado, para hacer frente al implacable azote del kirchnerismo se aproximó a nuevos dirigentes de su viejo partido, constituyó el ACyS, y su prestigio personal contribuyó a rescatar a la UCR de los sótanos del descrédito a los que la había arrojado la experiencia de la Alianza.

Sin rivales a la vista, Carrió se sintió entonces llamada a conducir ese acuerdo hacia la contienda presidencial del 2011. Mas, ay, la vida te da sorpresas. Un radical K como Julio Cobos, con sólo una balbuceante desobediencia, salta al primer plano de la consideración pública. Muere Alfonsín, y su hijo hereda toda la simpatía popular por el ex presidente.

La derecha radical se enamora de Cobos, los progresistas ven en “Ricardito” el regreso del líder que los hizo soñar en los albores de los 80. Sólo se trata entonces de atar a los dos en un mismo paquete para que el vago ensueño de un próximo turno presidencial comience a tomar visos de realidad. ¿Acaso el viejo partido necesita ahora a Lilita?

El aroma seductor del poder sacó entonces del sepulcro al fracasado estado mayor de la Alianza, y las viejas mañas del centenario partido, sumadas a las mañas nuevas que le aportó Raúl Alfonsín, salieron nuevamente a relucir en la familiar, febril tarea de aceitar el aparato, armar listas, anudar respaldos, renovar amistades. Chau Lilita.

Y de inmediato reverdecieron las nunca interrumpidas relaciones con sectores del peronismo, particularmente en la provincia de Buenos Aires; esas relaciones que se iniciaron con Menem, prosiguieron luego con Duhalde, y ahora unen a éste con Terragno en pos de un pacto de gobernabilidad que para Carrió no es otra cosa que un pacto de impunidad.

El portazo era inevitable. “No deseo, ni puedo, ni sirvo para tapar bajo la alfombra las grandes complicidades que en el proceso de destrucción de la Argentina han tenido actores concretos, tanto del peronismo como del radicalismo, como de terceras fuerzas que quedaron fagocitadas”, escribió Carrió en una carta a los otros dirigentes del ACyS.

“No estoy dispuesta a volver a transitar el fracaso estrepitoso de la Alianza fundado en la traición electoral, la corrupción, la impunidad y la irresponsabilidad. A Kirchner no lo va a derrotar el pasado, sino el futuro. El futuro que se expresa en la transparencia, la república, el desarrollo económico y la justicia social, y no en los viejos pactos corporativos.”

Y, tras denunciar sin rodeos a “los gerentes que manejaron la UCR durante años” (los capitostes del alfonsinismo que le están robando la gerencia), afirmó: “Lo que fundamos para ganar las elecciones del 28 de junio, basado en conductas, principios y programas, no puede caer en las manos de los que manejan los hilos desde atrás para que nada cambie.”

La carta ha sido generalmente descripta como un portazo, pero más bien es un llamado de atención, un ultimátum si se quiere, que deja a su agrupación con la última palabra. Carrió, y la Coalición Cívica, quieren ser escuchados en el ACyS a la hora de definir principios, programas y candidatos con vistas al 2011. Entienden, razonablemente, que tienen derecho.

Pero resulta incómodo incorporar a Carrió a esos debates, porque ella trae su propia lista de réprobos y elegidos, con quiénes sí y con quiénes no. Y el criterio de selección no se entiende muy bien: “Macri es mi límite. Duhalde es mi límite”, suele decir, sin explicar por qué pero sembrando dudas sobre esas personas. A los ojos de algunos, no parece una conducta muy republicana.

“Soy dura en los principios y flexible en los acuerdos”, dice Carrió en su carta. Pero, otra vez, muchos no entienden muy bien cuáles son esos principios: apoyar el matrimonio homosexual, prometer el 82 por ciento a los jubilados, y abandonar a Mauricio Macri a la furia kirchnerista les parecen posturas más oportunistas que principistas.

Como quiera que sea, en la respuesta de la UCR mucho va a tener que ver seguramente “Ricardito” Alfonsín, quien inicialmente se acercó a Carrió para frenar a Cobos y ahora ha quedado en la incómoda posición de tener que optar entre el “abrazo” del aparato creado por su padre o el “amor” de la intransigente líder coalicionista. Hay cariños que matan.

Probablemente, a “Ricardito” y a otros dirigentes radicales les resulte beneficioso un módico baño de realismo. Si no logran ofrecer al electorado una opción creíble y contundente de poder basado en la ley, como quiere Carrió, la gente se va a inclinar en el 2011 por un liderazgo fuertemente personal. Mejor otro Kirchner que otro De la Rúa.

Y en ese caso, bastará con que el solitario habitante de Llambí-Campbell se decida a “salir de boxes” y quebrar con una única palabra el enigmático mutismo que lo emparenta a través del tiempo con el venerado don Hipólito, para que las ilusiones radicales de un turno próximo en la alternancia se consuman de inmediato como fuego en el rastrojo.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 2; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *