La Prensa, de Gainza

El diario La Prensa jugó en los años de la última dictadura militar un papel que el progresismo no está dispuesto a reconocerle.

En un reciente acto público, agitadores oficialistas pusieron en tela de juicio el comportamiento del diario La Prensa, entonces propiedad de la familia Gainza, durante los años de la última dictadura militar. El alegato desconoce arbitrariamente la actitud asumida en esos difíciles momentos por los responsables del diario y por los periodistas que trabajamos en él, entre los cuales me incluyo.

En el contexto del periodismo acobardado, gris y uniforme de la época (cuando no cómplice), el diario La Prensa, junto al Buenos Aires Herald, marcó una diferencia que el progresismo siempre tuvo dificultades para reconocer. Se la reconoció al Herald, porque es sapo de otro pozo y está al margen de la contienda política local. Pero no a La Prensa.

El progresismo, en el que pueden inscribirse los participantes del acto mencionado, se erige en implacable crítico del pasado mientras elude las incomodidades del presente. Como las circunstancias puestas ahora en entredicho ocurrieron hace tres décadas, muchos pueden tomar por cierto lo afirmado en esa tribuna. Este testimonio personal pretende aportar otra visión.

Cuando empecé a trabajar en La Prensa, en enero de 1970, el diario era el más importante y mejor informado del país, y se lo consideraba entre los diez mejores del mundo. Todavía resonaban los ecos de su primer centenario: había sido fundado en octubre de 1869 por José C. Paz, quien condensó su código de ética en una frase: “Nadie debe escribir como periodista lo que no puede sostener como caballero”.

Sus instalaciones eran las de un diario pensado en grande para un país grande: una amplísima planta (la “cuadra”), corresponsalías en todo el país vinculadas por teletipo, un sistema de tubos neumáticos que unían la redacción con los talleres ubicados en el bajo, y la última novedad tecnológica: una flota de autos comunicados con “motorolas”.

La Prensa había sido concebida como un servicio público: ofrecía consultorios médicos y jurídicos, una rica biblioteca y un programa anual de disertaciones en su Instituto Popular de Conferencias. Había tenido además una escuela de música, y un servicio de estafeta, que empleaban los inmigrantes para comunicarse cuando aún no habían fijado domicilio aquí.

La famosa farola que preside el edificio de la avenida de Mayo, inaugurado en 1898, lleva por título “El periodismo en la construcción de una sociedad libre”, y el diario no se apartó de ese ideal de su fundador. Me tocó trabajar en varios medios nacionales, pero en ninguno respiré el aire de auténtica libertad, hacia dentro y hacia fuera, que respiré en La Prensa.

El diario mantenía una línea genuinamente liberal, como no la tuvo ni la tiene ningún otro medio (ni corriente política) en la Argentina. Era decididamente antiperonista y anticomunista, y lo proclamaba sin rubores, con lo que sus lectores sabían a qué atenerse. Los editoriales marcaban la posición del diario, y la información era sólo eso: información.

A los pocos meses de ingresado, el diario me encomendó participar de una visita a las obras de la represa de El Chocón, organizada por el secretario de prensa del entonces presidente de facto Juan Carlos Onganía, coronel Luis Premoli. Allí habían sido sofocadas unas huelgas salvajes, y el gobierno quería mostrar que ya estaba todo en orden.

Mientras funcionarios del gobierno y voceros de las empresas contratistas daban su visión luminosa del asunto y agasajaban a los numerosos periodistas participantes, logré escabullirme y tomar contacto con los trabajadores del lugar para conocer su versión de las cosas. La crónica que escribí recogía las dos campanas.

Cuando la leyó, el secretario general de redacción Juan José Navarro Lahitte, un señor muy solemne y formal, me llamó a su oficina. “¿Cómo puede ser que el gobierno organice un viaje para mostrar que está todo bien, y usted nos dice que está todo mal?”, me preguntó. Le señalé las carillas que había entregado y solo le dije: “Allí está escrito lo que yo vi”.

La nota no salió al día siguiente, sino al otro. Pero salió intacta, y nunca más mientras trabajé en el diario hasta 1982 nadie me pidió cuentas ni explicaciones sobre lo que escribía, ni tocó una coma de mis artículos. Ni siquiera cuando se apartaron de las posiciones circunstancialmente adoptadas por el diario.

* * *

La Prensa recibió el golpe militar de marzo de 1976 con el mismo alivio esperanzado que mostró el 95 por ciento de la sociedad argentina, harta al cabo de un lustro de terrorismo, secuestros, asesinatos, atentados dinamiteros, y enfrentamientos continuos entre bandas armadas sin que el grueso de la población lograra entender qué era lo que se dirimía.

Pero pronto entendió que el orden tan ampliamente deseado se apoyaba en un nuevo terror sordo, arbitrario e implacable. La prensa argentina, nunca demasiado osada, se encogió hasta convertirse en un medroso catálogo de trivialidades, adornado con oportunas reverencias al poder. La Prensa, y el Herald, pronto iban a distinguirse en ese panorama desolador.

El director Máximo Gainza contó años más tarde cómo había recibido un llamado del capitán Carlos Corti, de la Secretaría de Información Pública del gobierno militar, acerca de que no se debía publicar noticia alguna relacionada con operativos de la subversión o de la antisubversión.

“Le pregunté: ‘¿Es un consejo o una orden?’ ‘Es una orden’, me respondió. ‘Bueno, entonces dígale a su superior que me la mande por escrito’. Esa orden se publicó en la página uno del diario para que los lectores supieran cuál era la razón por la cual faltaba la información. Pero el mismo día hubo un violento tiroteo en las cercanías, y publicamos la noticia. No pasó nada.”

Buena parte de la opacidad de los medios se debía no sólo a la censura, sino también a la autocensura, cosa que es más frecuente entre los periodistas y especialmente entre los editores que lo que muchos están dispuestos a admitir, y que seguí encontrando hasta más de una década después del restablecimiento del gobierno constitucional.

Según la opinión de Máximo Gainza, citada por la periodista Patricia Marchak en su libro Los asesinos de Dios, sus colegas “tenían miedo desde hacía mucho tiempo, y seguían teniendo miedo. No podían cambiar. Los Gainza somos vascos. Gente muy cabeza dura. Tampoco podíamos cambiar.”

Cuando la sociedad civil comenzó a organizarse en defensa de los derechos humanos, La Prensa abrió su espacio a las solicitadas que reclamaban información sobre el paradero de las personas –la primera, firmada por “Madres y esposas de desaparecidos”, se publicó el 5 de octubre de 1977–, con lo que acentuó su diferencia con el resto de los diarios, que rechazaban esos avisos.

Al año siguiente, La Prensa fue todavía más allá al publicar, esta vez junto a La Opinión, una solicitada de las organizaciones de derechos humanos con los nombres de más de 2.000 desaparecidos, que llevó al diario y pagó en efectivo Adolfo Pérez Esquivel. Todos los demás diarios se negaron a aceptarla.

“La repercusión que ese hecho tuvo fue que aproximadamente diez a veinte mil lectores del diario dejaran de leerlo porque no estaban de acuerdo con la prédica del diario, que es lo que la Constitución establece: en un país civilizado se debe juzgar. Y si es necesario, se fusila. Pero no se hace desaparecer a la gente”, declaró Gainza durante el juicio a las juntas.

El solo hecho de publicar las solicitadas exigía no poco coraje personal. Ni el apellido ni la posición social daban garantías, como atestiguan los casos de Elena Holmberg, cuyo hermano había sido ministro de Onganía, del embajador Héctor Hidalgo Solá, y del periodista Edgardo Sajón, que había sido jefe de prensa del presidente de facto Alejandro Lanusse.

Pero las solicitadas eran espacios de publicidad, no contenido editorial. El problema que afrontaba el secretario de redacción Ricardo Constenla (que había sucedido a Navarro Lahitte) era cómo romper el gris, cómo desarticular el discurso autoritario y monocorde que emanaba del gobierno, cómo plantear los temas que la sociedad debía conocer y debatir.

Este hombre de escasas palabras, bigote nitzscheano, y admirable olfato periodístico intentó todo lo que su imaginación le sugirió, y recogió todas las iniciativas que surgían desde la redacción. En primer lugar, cubriendo las actividades de las organizaciones de derechos humanos, cosa que sólo hacían, una vez más, La Prensa y el Herald.

Me tocó ocuparme varias veces de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos. Allí conocí a un Alfredo Bravo recién liberado por sus captores, a un joven y enérgico Raúl Alfonsín, a una tenaz Alicia Moreau de Justo que con la espalda doblada en ángulo recto subía penosamente la escalera del local socialista de la avenida Rivadavia donde se realizaban las reuniones.

Del mismo modo conocí tempranamente a Pérez Esquivel, también recientemente liberado del cautiverio, cuando la irlandesa Mairead Corrigan, que había ganado el premio Nobel de la Paz, vino a Buenos Aires a mediados de 1979 en un viaje tendiente a protegerle la vida, y le puso su medalla en la mano, anticipando la decisión del comité noruego.

Nadie cubrió esa visita, excepto La Prensa, el Herald y los corresponsales extranjeros. El diario publicó una amplia nota, con fotografía, pero al año siguiente, cuando Pérez Esquivel recibió el Nobel, en las redacciones de Buenos Aires nadie sabía quién era. O sea que los otros medios no sólo no informaban a sus lectores, sino que tampoco ellos se informaban.

A veces había que recurrir a métodos que hoy parecerían poco dignos para romper el silencio. Por ejemplo, haciendo una crónica pretendidamente escandalizada sobre un video de la BBC que denunciaba la existencia de campos de concentración, La Prensa fue el primer diario en poner el tema en circulación. Me tocó escribir esa nota, publicada en julio de 1978.

Al poco tiempo me encontré frente a frente en una conferencia de prensa con el general Ramón Camps, y lo interrogué sobre los campos de concentración. La pregunta provocó un silencio aterrorizado en un auditorio acostumbrado al “de eso no se habla”. Camps negó todo, pero me bastaba con tenerlo “on the record” respondiendo sobre el tema. De eso empezaba a hablarse.

Otras veces apelábamos al humor, satirizando alguna trivialidad del régimen para dar a entender que “no les teníamos miedo”; o cambiábamos el ángulo rutinariamente esperable al cubrir algunas de las monocordes, abrumadoras actividades del gobierno militar, de manera de no ser simples reproductores de sus campañas de desinformación.

Constenla advirtió un día que la estatua de Esteban Echeverría, que se encuentra allí donde la calle Florida se encuentra con la plaza San Martín, había sido retirada para reformar el lugar, y su restitución se demoraba. Hicimos entonces una nota que recordaba y comentaba las palabras del escritor en favor de la libertad y contra las tiranías, inscriptas en los lados de la base.

En otra oportunidad, el diario recibió una llamada de la Secretaría de Información Pública para que se quitara relieve a la noticia sobre un paro general anunciado para el día siguiente. Esa noche, el diario demoró la salida para poder tomar las fotografías de los andenes desiertos de Retiro, y titular “Se inició el paro…” con elocuente efecto demostrativo.

Hoy estas cosas pueden parecer casi infantiles, pero en el clima de inseguridad absoluta y miedo generalizado que se vivía en esos años, las vivíamos como pequeños triunfos. Pero trabajábamos sin miedo, sin paranoia. La dirección del diario no tenía miedo, y supongo que eso se transmitía hacia abajo. Tampoco nos sentíamos héroes, simplemente hacíamos nuestra tarea.

Esa tarea encontró una amplificación inesperada. Magdalena Ruiz Guiñazú había percibido la intencionalidad de lo que hacíamos en el diario, y glosaba las notas que le gustaban en su programa de Radio Continental. Y era toda una recompensa cuando al llegar a la redacción Constenla me susurraba detrás de sus bigotes: “Hoy Magdalena le leyó la nota…”.

En La Prensa nadie firmaba. Pero con la llegada de Manfred Shoenfeld, que venía de una larga temporada como corresponsal del diario, primero en Alemania y luego en el Reino Unido, se abrió un espacio de columnas de opinión, al que luego nos sumamos otros miembros de la redacción. Compartíamos el seudónimo de Observador para los temas más arriesgados.

Schoenfeld se cansó de advertir al poder sobre las graves consecuencias que iba a tener en el futuro su manejo de la situación, y a la sociedad sobre los efectos de su inerte aceptación de los hechos. Este “nacionalista liberal”, como gustaba definirse, tomaba su trabajo diario tan a pecho que dañó su corazón. Y una patota gubernamental le hizo saltar varios dientes a trompadas.

Otro columnista que se hizo famoso en esos años fue Jesús Iglesias Rouco, quien se dedicaba a dar cuenta sin excesivo rigor periodístico de las continuas reyertas entre las tres armas, y dentro de cada una de ellas. Gainza, con la aguda ironía que no perdió nunca, describía a sus dos principales articulistas diciendo que Schoenfeld era un primer violín, e Iglesias Rouco un rockero.

Nunca tuve particular aprecio por Jacobo Timerman, al que considero poco más que un oportunista inteligente, comparable hoy a un Daniel Hadad. (Timerman hizo cosas mucho más cuestionables que las que hizo Hadad, pero en el relato progresista Timerman es “bueno” y Hadad es “malo”.)

Sin embargo, en un momento dado la retórica del gobierno militar contra Timerman era tan desmesurada que escribí una nota en su defensa en La Prensa, tratando de poner las cosas en una perspectiva más adecuada. Gainza le tenía una tirria particular a Timerman, pero la nota salió publicada, sin tachaduras ni enmiendas, ni preguntas sobre mis motivos.

El liberalismo de los Gainza era tan genuino como su vocación periodística. Recuerdo algunas tardes en que Máximo me llamaba a su oficina para leerme el editorial del día siguiente. “Mi-mire lo qu-que va-vamos a pu-publi-car ma-mañana”. Y tartamudeando me leía el artículo con un apasionamiento que me hacía recordar las épocas en que yo soñaba con ser periodista.

El tartamudeo de Máximo Gainza era notable y en cierto modo sorprendente en un hombre tan aplomado. Dan Newland, editor del Buenos Aires Herald, recuerda cuando un jefe naval citó a los responsables de los diarios en vísperas del desembarco en Malvinas y les dijo que debían abstenerse de publicar información “delicada”, sin entrar en más detalles. Una invitación a la autocensura.

“Esto es una locura, Máximo, censurarnos a nosotros mismos. Esto no va a ser un problema para Clarín, pero para ustedes y para nosotros… ¿Qué piensan hacer”, le dijo Newland al director de La Prensa. Éste le respondió con un gesto, desestimando la cuestión, y agregó: “A m-mí qu-qué me p-puede im-po-portar lo qu-que diga este g-gordo ch-chantapufi”.

La frase refleja bien la actitud de Gainza ante los militares, y explica la interpretación que dio a Marchak sobre los años de plomo: “Pensaban más como burócratas que como locos. Había algunos locos también, pero la mayoría eran puros burócratas con uniformes y armas. Pensaban que la mejor forma de resolver el problema era hacerlo desaparecer. Y eso es lo que hicieron con seres humanos”.

Volví a encontrarme con Máximo Gainza en 1994 ó 95, cuando ya había vendido el diario, durante una reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa realizada en Bariloche en la que se le iba a entregar una distinción. Muchos se acercaban a estrecharle la mano. “T-todos estos qu-que me s-saludan n-no me pueden n-ni ver”, me dijo con su certera ironía intacta.

* * *

La firmeza doctrinaria de La Prensa se volvió cada vez más incómoda desde que el país se abandonó a la comodidad del facilismo, a la falaz ilusión de los atajos, al desdén por las instituciones. Y así como el diario conservó siempre una base de lectores tremendamente leal, sufrió el ataque creciente de una sociedad que simplemente no quiere que le digan la verdad.

El progresismo nunca reconoció el papel jugado por La Prensa en los años del Proceso. En su libro Decíamos ayer, Eduardo Blaustein y Martín Zubieta hacen lo posible por amontonarla con los demás medios, y dicen por ejemplo que el diario daba espacio a las solicitadas sobre desaparecidos “por las razones que fueran”.

Las razones eran que el director, los secretarios de redacción y los periodistas de La Prensa creían en la libertad, en la Constitución y en el estado de derecho. El único reconocimiento implícito provino de Fernando “Pino” Solanas: en El exilio de Gardel los argentinos desterrados andan en París con un mate y un ejemplar de La Prensa en la mano.

La Prensa fue hostigada por todos los gobiernos, desde Uriburu en adelante, con excepción del surgido del golpe de 1955. Incluso Alfonsín, por vía administrativa, mantuvo preso en 1985 durante dos meses al columnista Horacio Daniel Rodríguez, que firmaba como Daniel Lupa. La manipulación de la publicidad oficial y de los precios del papel, y errores propios, terminaron por ahogarla.

La farola de La Prensa es ahora apenas un adorno urbano. El país ya no percibe en ella el faro que señalaba el camino de la libertad, de la democracia, del respeto a la ley, que le permitió nacer hace doscientos años, y alcanzar un siglo después lugares privilegiados en el concierto de las naciones. La Prensa ya no está, y la Argentina está como está porque desoyó su prédica.

–Santiago González

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64 opiniones en “La Prensa, de Gainza”

  1. Me gustó mucho este artículo. También, como muchos otros foristas, me topé con él tardíamente buscando un artículo de Iglesias Rouco.
    Mi padre era asiduo lector de La Prensa y muchas veces nos leía en voz alta los editoriales y artículos interesantes. Con motivo de los DNU de Milei, recordé una vez, durante el gobierno de Alfonsín, un artículo de Iglesias Rouco donde se anunciaban desregulaciones y demás medidas liberales con las que mi padre, a medida que leía el artículo, iba quedando más y más exitado y contentos, solo que al finalizarlo, el periodista cerraba el artículo con un “que la inocencia les valga” pues era un 28 de diciembre.
    Me gustaría encontrar ese artículo.

  2. Fui periodista del diario La Prensa. Ingresé con sólo 20 años en 1969 y renuncié en 1987 porque requirieron mis servicios en un canal de televisión, tarea que me demandaba “tiempo completo”. Mi desempeño fue en la Dirección de Noticias y tuve el honor y la felicidad de cumplir las directivas que daba a los periodistas Ricardo Constenla, secretario general de redacción. Aquí ya se ha abundado en cantidad y calidad, sobre lo que fue el diario La Prensa, motivo por el cual solo deseo dejar sentado mi reconocimiento inquebrantable a ese diario republicano. También a todos los profesionales que allí tecleaban las Lexicon 80 sin desmayos y sin temores porque estábamos amparados por la verdad, la dignidad y un sentimiento de libertad irrefrenable.

  3. Recuerdo con mucha satisfacción que mi padre no sólo leía La Prensa cotidianamente, compartiendo su información y las caras de preocupación con mi pediatra que era una eminencia de la Sociedad Pediátrica que también las leía, sino también que allá por 1978, cuando tenía sólo 8 años y con motivo de ir a importante colegio inglés, me compraba el Herald para que lo leyera.
    Fue otra faceta de su parte en mi educación librepensadora, una guiñada de ojo cómplice entre caballeros, algo que era para mí tan natural en ese tiempo y que claramente por la edad no comprendía y que más tarde supe por mí mismo, cuando él ya no estaba… incluso recordar sus comentarios al volver a casa luego de haberse encontrado con una vieja conocida Alicia Moreau de Justo dentro de un banco y ambos hablando en voz alta de la locura que acontecía en el país.
    Gracias por compartir sus tan importantes recuerdos y saber sobre Gainza, y refrescar los míos, como hombres con mentes libres. Pocos, pero necesarios 😉

    1. Muchas gracias a usted, Jorge, por ofrecer en este sitio una evocación tan sentida de su padre y del diario que acompañaba sus preocupaciones.

  4. Mi padre era radical y profundamente antiperonista, y en casa se leía La Prensa, al igual que en la casa de mi abuelo, que era socialista. La lectura de La Prensa me hizo liberal. El grado de valentía e independencia del diario era desconocido para muchos argentinos, que se quedaban en el prejuicio de que era un diario de oligarcas. En una oportunidad me encontré en el tren con un ex compañero que al ver que estaba leyendo La Prensa me hizo un comentario despectivo, y entonces le hice leer el editorial del día, donde se hablaban pestes de López Rega, en una época en que ningún otro diario lo hacía con tanta claridad y valor. El asombro de mi excompañero fue mayúsculo, no paraba de decirme que era increíble y que no entendía cómo no lo censuraban. Años más tarde todos los diarios hablaron mal de López Rega, pero en ese momento, en el pináculo de su poder y comandando la triple A, el único diario de alcance nacional con el coraje para hacerlo era La Prensa. Ahora leo La Nación y comparto muchos de sus editoriales y columnas de opinión, pero sigo extrañando a La Prensa.

  5. Mi familia materna tenia un tambo pequeño cerca de La Emilia donde se recibía todos los días el diario, mi madre me contaba cómo lloraba el peón que tenian cuando luego de la expropiación salió en las páginas centrales en una la foto de Peron y en la otra la de Eva diciendo qué han hecho con mi diario.
    Siempre lo leí y más que nunca a mis 20 años en la época del Proceso, recuerdo sobre todo con emoción los editoriales durante la guerra de Malvinas.
    La critica por la asociación con el gobierno de los otros diarios en Papel Prensa diciendo como vamos a criticar luego con quien estamos asociados.
    En fin vean también si lo encuentran un articulo del Readers Digest de los años 40 titulado “Un gran diario que arraiga en su pueblo”
    Muy emocionantes los comentarios anteriores.
    saludos.

  6. Más que nunca extraño hoy a La Prensa de Tito y Maxi Gainza, la conocí muy bien a través de nuestro gran amigo Coco Hardoy, que fuera su subdirector durante muchos años; además fui al diario infinidad de veces, y tuve el privilegio de conocer a varios de sus periodistas. Acaba de morir la ex mujer de uno de sus mejores plumas, Inés Afranchino Vivanco. Qué dirían todos ellos hoy en día sobre el asesinato de Nisman, creo que los perseguirían con más encono que al grupo Clarín. La Prensa fue y será siempre el mejor diario argentino de todos los tiempos.

  7. Ha muerto Máximo Gainza. La cantidad de comentarios que esta nota tiene habla de la necesidad de periodismo con todas las letras, independiente y jugado.

  8. Muy tardíamente encuentro por casualidad esta nota. Agradezco la mención que se hace en ella de mi abuelo, don Juan José Navarro Lahitte, por muchos años y casi hasta su muerte (en 1977) subdirector o secretario general de redacción del diario. Todavía hoy, muchos periodistas que se formaron en “La Prensa” lo recuerdan con admiración y cariño.

  9. Lei esta interesante y reparadora nota, llena de recuerdos y nostalgia por un diario de los que hoy no tenemos…, y tengo una pequeña duda ¿qué fue de la vida del genial Horatius que nombran varios foristas?

    1. El autor de esta nota no lo sabe, pero tal vez entre los lectores del sitio alguien puede aportar información sobre ese agudo editorialista del dibujo.

    2. También encuentro muy tardíamente esta nota por una de esas casualidades que me puso en contacto con el hijo de Máximo Gainza y me puse a buscar sobre él en internet. Pero paso a responder sobre Horatius, a quien conocí como editorialista del diario. Se habrá ido en 1993-94, creo que muy apenado por el cambio de rumbo del diario, y se había mudado al Uruguay, creo que Colonia (pero es posible que me equivoque) y se dedicaba a pintar por pasatiempo.

  10. Acabo de descubrir casualmente este sitio buscando precisiones sobre la detención de los opositores en tiempos de Alfonsín para recordarles detalles del “padre de la democracia moderna” a mis amigos muy jóvenes o a los no tanto, pero desmemoriados “progres”. Hoy nadie habla de las críticas de La Prensa a la creación de Papel Prensa, por ejemplo. Me ha sido sumamente grato recordar a los viejos amigos (aunque nunca supieran de mi existencia) Iglesias Rouco, Schoenfeld, Lupa, Max O Menox y otros grandes que escribieron en sus páginas de las que fui ávido lector desde niño. Como estudiante y como docente, tuve una inestimable auxilio en su pequeño gran recuadro “Gramaticales y filológicas”…y podría seguir enumerando. Espero seguir leyendo Gauchomalo asiduamente.

  11. Gracias por recordar este verdadero gran diario argentino. Basta con revisar su coleccion para tener una acabada idea de la Historia Argentina, aun a costa de ser acusado el periodico como vocero de la oligarquia.

    1. Todos los gobiernos de todos los colores políticos tuvieron problemas con La Prensa, lo que bastaría como indicio de su imparcialidad. Agradezco su comentario.

  12. De casualidad encuentro esta página, sobre el diario con el que aprendí a leer la actualidad, y que a mis 12 años me hacía pensar como estando en contra de las mismas ideologías que predicaba el gobierno militar, sostenía, por ejemplo, a un hoy injustamente olvidado Manfred Shoenfeld, o publicaba los mordaces dibujos de Horatius. Esa libertad de conciencia, apego a los principios y coherencia (se esté de acuerdo o no) nunca más la volví a observar en medios de alcance nacional. Me llegaban comentarios de que La Nueva Provincia de Bahía Blanca se animaba a romper el coro de lo ‘políticamente correcto’, pero no deja de ser un diario regional. El diario La Prensa, con su aporte cultural y su nivel de análisis, es uno de los grandes ausentes en la revisión de nuestro pasado reciente y doloroso.

    1. Quienes recuerdan como usted el diario La Prensa coinciden en un punto: es un diario que, hoy, hace falta. No muchas veces puede decirse eso de un medio de comunicación. Gracias por dejar aquí su testimonio.

  13. El Diario con el que aprendí a leer politica, lo que daría por tener nuevamente en mis manos un ejemplar.
    Le agradezco a Ud. la posibilidad de reencontrarme con su Historia.
    Le dejo un cordial abrazo.

    1. Su pregunta apunta en realidad al corazón de nuestros problemas como sociedad, y es absolutamente pertinente. Un buen diario, se me ocurre, no puede estar ni más allá ni más acá de la sociedad donde se inserta; un buen diario refleja lo mejor de esa sociedad, y se construye en un diálogo con ella. La Prensa fue como fue porque sus lectores demandaban que fuera así, y sus editores sabían escuchar y responder a esa demanda. Medios frívolos, oportunistas, transigentes revelan públicos frívolos, oportunistas y transigentes. Puede decirse que los pueblos tienen los diarios que se merecen. Gracias por su comentario.

      1. Excelente definición. Los pueblos tienen los diarios que se merecen. Se apagó la farola de LA PRENSA, y el País ha sido victima de las huestes peronistas durante los últimos 7O años con los resultados que arroja a la vista de propios y extraños la maltratada y decadente República Argentina. El gran diario argentino se hizo para construir una gran nación que no pudo ser. El reconocimiento fué mundial. HASTA 1968 ERA CONSIDERADO UNO DE LOS DIEZ DIARIOS PRINCIPALES DEL ORBE DURANTE LOS ULTIMOS VEINTE AÑOS, Y EL UNICO EN OBTENER CINCO PREMIOS MOORS CABOT DE PERIODISMO JUNTO AL NEW YORK TIMES. Felicitaciones al autor del artículo que revela bastante bien ciertas características del gran diario y algunos de sus miembros.

  14. Hoy es un día de suerte para mi, al descubrir el excelente artículo recordatorio del diario de mi familia, en cuyos rotograbados, allá por el cuarenta y pico, aprendí a leer y, ya mayor, a pensar libre y liberalmente. Hoy, ya pasados los 70, con un pais ideológicamente desmembrado, manejado por una “izquierda fascistoide” y un futuro oscuro e incierto para la libertad de quienes lo habitamos, añoro con nostalgia el faro de La Prensa que iluminaba la senda libertaria que soñaron sus fundadores. Mi padre, un gallego anarquista, siempre me decía “que la masa no hace el pan, que si lo hace la levadura”, y esa levadura periodística, que hoy no tenemos, y de la que supimos disfrutar los argentinos , es la que permite que la masa social que nos rodea sea tan sólo eso, un ente arreado a piacere por gobernantes inescrupulosos hacia una prisión del pensamiento. Gracias por el recuerdo.

  15. No debe quedar en el olvido la valentía de los accionistas de LA PRENSA, que posibilitaron su continuidad en momentos críticos, tal como la Sra. Angélica Gainza de Bengolea, que en 1984 aportó capital personal para financiar desequilibrios económico financieros.

    Saludos cordiales

    Ing. Miguel F. Bengolea

    1. Su comentario me brinda la oportunidad de recordar que Angélica Gainza también aportó al diario su sensibilidad, su inteligencia y su finura personal como editora de suplementos y secciones especiales. Gracias por visitar este sitio.

  16. Circa 1960 mi familia se mudó a Villanueva y Teodoro García, y allí conocí y alterné con algunos Gainza en una casa donde hoy hay parte de una universidad. Era una casa, por otro lado, donde hbaía una gran desunión familiar, según varios de ellos manifestaban y era evidente. En mi casa se leía La Nación y alguna vez que leí La Prensa, no pude comprobar gran diferencia, aunque si menos información general (no tanta menos pero muy resumida). La linea ideolpgica y todo eso, realmente no me importaba. Luego, leyendo en la peluquería (mi peluquero la leía porque su padre había trabajado allí) conocí a Shoenfeld, a Rouco y a un gordo que escribía sobre turismo y temas parecidos (olvidé su apellido). Rouco tenía un estilo duro según mi parecer. Yo no viví en los años de el Proceso con la inseguridad que algunos dicen, por el contrario, mil veces mas seguro que hoy. Respecto de si debían fusilar es facil soltar la lengua cuando uno no tiene el culo en juego, o dicho de forma correntina “puñalada en barriga ajena no duele chamigo”. Yo creo que es un tema discutible, no así los que afanaban y que hubo muchos. Mi tio fue secuestrado por montoneros y luego extorsionado por el Ejército, que fue peor. Timmerman fue un delincuente común y nada mas, y un flor de vivo. Creo que el periodismo tiene una errada idea de su transitorio y débil poder, así como de su valía. Para mi, como para millones de lectores, forman parte del mundo del espectáculo y el 99,99 por ciento de los diarios son ESPACIOS DE PUBLICIDAD y nada mas. Al periodismo le pasa como a los policías, la gente dice respetarlos, pero simplemente les teme, nada más, o desea usarlos.
    Recuerdo también en la puerta los DKW de turismo mejorado, que me encantaban, pues uno de los Gainza corría, pero no recuerdo su nombre. En media docena de oportunidades, uno de ellos, un poco mayor que yo, vino a casa de visita y me refirió cuestiones de su familia un poco ásperas, y yo no entendía bien (y la verdad es que tampoco me importaba), quien era el dueño, etc. pues yo los conocía por sus pseudónimos.
    Una vez, un muy grave accidente ocurrido allí, no salió publicado en ningun diario y por supuesto en La Prensa menos, quedandome la impresión de “Dime de qué blasonas y te diré de qué careces”. En fin, “prensa libre” como se autoproclaman. Pero nadie, absolutamente nadie, lo cree.
    Le envío un saludo al autor de esta página y deseos de que tenga suerte.

    Lucio Paoli

    PD Recuerdo también a un tal Galletti que escribía allí sobre deportes, pues era vecino de un primo mío. Gran persona y muy querido en su barrio.

  17. Simultaneamente, con mis padre y abuelo, hemos trabajado juntos y como periodistas en LA PRENSA. Creo que fue la única familia que trabajó al unísono con tres generaciones. El primero en ingresar -1947- fué mi padre Mario Alberto García quien se alejó cuando el peronismo se apropio de la empresa. Al devolverse a sus auténticos propietarios en 1956 mi padre regresó como secretario privado de Alberto Gainza Paz. Al fallecimiento de este continuó en esas funciones con Máximo Gainza, hasta la venta de la empresa en el marco de un concurso de acreedores del que se hizo cargo Esteban Reynal y su socio Agote, si mal no recuerdo, quienes vendieron el edificio de Av. de Mayo y luego entregaron el diario a Amalia Lacroze de Fortabat.
    Mi padre, por sugerencia de Alberto Gainza Paz, se encargó de re armar la Sucursal en La Plata, que tenía su propio edificio similar al que ahora disfruta el Gobierno de la ciudad, sobre la avenida de Mayo, y colocó al frente a su padre, Ramón T. García, un experimentado periodista, ex dueño y director del periodico El Argentino de La Plata, quien estructuró una redacción de lujo. Mi ingreso se produjo en 1965 -aunque mis colaboraciones periodísticas en la Prensa comenzaron en mi adolescencia- y se mantuvieron hasta 1995 -30 años- lapso en el cual falleció mi abuelo y se retiró mi padre para acogerse a la jubilación por avanzada edad. Además mi padre ha escrito sus “Memorias en La Prensa” en una edición reducida por razones de costos.
    Coincido plenamente con la mayoría de los comentarios que aquí se han vertido y me pongo a disposición por mayor información, en especial para quien está empeñado en escribir la historia de La Prensa, Juan Etchebarne Gainza, nieto de Máximo Gainza -al que hago llegar mi saludo- y el respetuoso recuerdo a la memoria de su padre Alberto, a quienes conocí y traté como joven y antiguo, respectivamente, periodista de LA PRENSA, y consustanciado con sus principios éticos, morales y periodísticos.

  18. Mi padre leía la prensa desde los años 40 y herede su pasión por la lectura del diario. A los 15 años, en 1980, comencé su lectura y gracias a la misma forje mi pensamiento liberal. Siempre tendré como un ejemplo a Manfred Shoenfeld, devoraba sus columnas de opinión, así como los editoriales del diario, que ya solo de leerlos uno aprendía de su exquisito uso del lenguaje.
    Lamentablemente ahora el periodismo perdió aquel espíritu épico , transformandose los periódicos en empresas multinegocio.
    La memoria fragmentada de algunos , o sus intenciones mezquinas, han descalificado a este ejemplo de independencia periodística. El diario La Prensa.

  19. Estimados Sres. Santiago González y comentaristas:

    Soy nieto de Máximo Gainza. Lamento llegar tarde, por las fecha de sus publicaciones, a agradecerles con profunda emoción sus elogios y conceptos respecto de mis familiares. Me conmueve sobre todo, leer, tanto de colaboradores del diario como de sus imparciales lectores, reconocimientos y ponderaciones largamente esperados con ansiedad y desazón.
    No puedo más que darles las gracias por este acto de justicia, expresado por sentar afirmaciones de objetiva verdad histórica (aunque lo diga un interesado) que el juicio del tiempo dará su razón.
    Perdón que lo exponga, pero después de escuchar compulsivas “cascoteadas” de diversos pensamientos políticos sobre los directores de nuestro querido ex diario, y percibir el olvido sumado a la ignorancia de la ciudadanía en general sobre lo que fue como institución LA PRENSA, me brota como una personal catarsis este comentario.
    Quiero felicitar al autor del artículo por todo lo anterior, y, especialmente, por su brillante y genial captación de la personalidad de mi abuelo: su tartamudez característica en situaciones de comodidad; su ironía sin par (a la cual mi abuela, su primera mujer, denominaba “el Gainza touch”) y que mi madre heredó con lo que yo llamo sus “letales dardos ácidos y precisos como agujas” (en secreto, esto es el arma letal de nuestra familia); y por último su terquedad típicamente baska (en Esukera) la cual he heredado duplicada gracias a mis pacientes progenitores. Debo a esto último, el estar investigando para escribir la historia del diario desde hace 9 años, con lo que agradeceré inmensamente a quienes puedan contactarse para aportarme datos.
    Asimismo lo felicito al creador de este sitio, pues, reductos como este son indispensables para alcanzar un entendimiento de los hechos del pasado como también lograr una comprensión y acercamiento entre las visiones partidarias e intelectuales antagónicas de nuestro país; en pos del porvenir de TODA nuestra tristemente enfrentada Patria.
    Saludo a Uds. con mi mayor consideración y gratitud.-

    Juan Etchebarne Gainza

  20. Muchas gracias por su artículo, que relata clara y precisamente esos años de La Prensa y su actuación ante al proceso militar.
    Su artículo es un aporte importante para mantener la memoria viva en esta época en que se pretende torcer la historia y reescribirla sólo bajo la luz interesada de los herederos de quienes fracasaron en su intento de copar la nación por la guerrilla. Los pecados de ninguna de las dos partes justifican que se violente la verdad.
    Conocí a Alberto Gainza Paz, por quien siempre tuve gran admiración y afecto. Y seguí desde lejos la actuación de Máximo Gainza, así como los artículos de Manfred Shoenfeld y del “gallego” Jesús Iglesias Rouco, que leía infaltablemente.
    La hidalguía y el amor por la verdad exhibidos por La Prensa de los Gainza, y el valor de publicarla sin cortapisas, fueron una contribución valiosa a la personalidad democrática argentina, tan quebrantada y vulnerada en estos días.

  21. Lo que no me asombra en esta nota es la actuación de Alfonsín; lamentablemente, siempre le vi el ruedo a la enagua, a mí no me engañò nunca. Me habría querido equivocar con él, pero siempre es peor de lo que uno cree.

  22. Yo tuve el honor de colaborar con La Prensa entre 1983 y 1994. Conocí y traté al arquitecto Máximo Gainza y puedo asegurar que es un hombre valiente, honorable y liberal en el sentido amplio que le daba a ese concepto Gregorio Marañón. Una gran persona, un director ejemplar, como lo había sido su padre Alberto Gainza Paz.
    La Prensa se jugó durante el proceso a extremos de poner en peligro la vida del director y de algunos de sus principales periodistas. Soportó advertencias y amenazas permanentes y hasta el brutal ataque al periodista Manfrend Schöenfeld.
    Sin embargo, cuando volvió la democracia, ese mismo diario no vaciló en defender a los militares cuando entendió que se los juzgaba sin considerar el contexto en que se desarrollaron los hechos y sin las debidas garantías procesales.
    Haber escrito en ese diario durante diez años fue una de las cosas más importantes que me ocurrieron en la vida. No he vuelto a saber nada del arquitecto Máximo Gainza, pero para mí es un heroe civil, un gran hombre.

  23. De casualidad encuentro esta página, sobre el diario con el que aprendí a leer la actualidad, y que a mis 12 años me hacía pensar como estando en contra de las mismas ideologías que predicaba el gobierno militar, sostenía, por ejemplo, a un hoy injustamente olvidado Manfred Shoenfeld, o publicaba los mordaces dibujos de Horatius. Esa libertad de conciencia, apego a los principios y coherencia (se esté de acuerdo o no) nunca más la volví a observar en medios de alcance nacional. Me llegaban comentarios de que La Nueva Provincia de Bahía Blanca se animaba a romper el coro de lo ‘políticamente correcto’, pero no deja de ser un diario regional. El diario La Prensa, con su aporte cultural y su nivel de análisis, es uno de los grandes ausentes en la revisión de nuestro pasado reciente y doloroso.

  24. Estimado Sr. González:

    Es a raíz de un generoso azar que he descubierto la existencia de su página, casualidad cuyos gestores son una mal dirigida curiosidad de mi parte y la buena fortuna de que haya cedido Usted al esfuerzo de empeñarse en la construcción de este sitio. En cuanto al artículo que he osado comentar, si bien debo considerar que son de carácter adversarial muchas de las posiciones políticas (que quizás insospechadamente nos acerquen en lugar de alejarnos), reconozco y admito implacablemente el valor que el diario La Prensa ostentó en años en los que la resistencia periodística, a excepción del honroso Buenos Aires Herald, contra el peor régimen que castigó a la Argentina era nula.

    Si bien sostengo que el estudio de Blaustein y Zubieta sobre la prensa argentina bajo las juntas es de incalculable validez, es errónea su concepción generalizadora en cuanto al colaboracionismo, voluntario o forzoso, de todos los medios que debieron soportar el peso de la bota. El diario Convicción, al mando de Hugo Ezequiel Lezama, pero propiedad intelectual de Emilio Massera, contó entre sus integrantes a talentos como el de Claudio Uriarte, quien no sólo no es pasible de sanción por haber ganado su pan sin hacer alabanza a la tortura, sino que junto a no pocos de los miembros de ese staff deslizó, en lo que los magros márgenes de la época permitían, críticas al desatino de los asesinatos del terror de Estado. La Prensa, que no contaba con la protección explícita de un órgano de poder, exhibió una conducta tanto más repleta de coraje aún.

    Agradezco a Usted refrescar memorias atolondradas y el placer de provocar en otros agradable lectura.

  25. Recuerdos refrescados por el autor de la nota
    En los años del proceso tenía 17 años, leía La Prensa y aunque no entendía demasiado, sentía igualmente el placer de leer un gran diario, por lo general buscaba afanosamente los editoriales de Iglesias Rouco y Schonfeld, lo mismo que la historieta “El hombre del maletín”. Es verdad que el diario me parecía no solo un buen producto, sino algo jugado, esos tipos que escribían tan bien, además se la jugaban. Si bien no soy periodista, creo que el soporte papel debe no solo informar, sino que además debe formarnos, es por esos bichitos que se cuelan en las columnas que los lectores comenzamos a indagar, a buscar, a relacionar episodios, en resumen a pensar. Debo reconocer que también marcaba palabras-cuyo significado no sabía- y luego las buscaba en el diccionaro, para comenzar a usarlas de inmediato.
    Como lo señalé no soy periodista, pero siendo abogado aprendo mucho de los periodistas, por ese motivo curiosamente éste año he comenzado una Maestría en Periodismo en la UNLP, sucede que la labor del comunicador es apasionante, ya se trata de una invitación permanente al pensamiento crítico.

    1. Aparentemente, se trata de una calle de dos manos: los periodistas también aprendemos mucho de los abogados… Gracias por compartir sus reflexiones en este sitio.

  26. Me gustó la nota, sobre todo porque reconozco que fue tal como lo cuenta el cronista. Nunca estuve cerca de la ideología de LA PRENSA. Pero recuerdo muy bien (y así lo hemos manifestado siempre) que durante la dictadura de EL PROCESO, junto al HERALD eran los únicos diarios que leíamos con mi compañera. Eran los únicos medios en los que podíamos leer entre líneas. Nunca olvidaré las columnas de Schoenfeld que seguíamos a diario. Ni su foto en primera plana con la cara destruída. Gracias. Sobre todo porque el silencio de otros medios como CLARIN y LA NACION, ahora nos damos cuenta no eran por miedo, ni por autocensura sino por COMPLICIDAD.
    PD: Durante la guerra de Malvinas ibamos a comprar el Herald, al lugar donde se imprimía ya que no lo distribuian, y siempre habia “uniformados armados” por los alrededores que resultaban bastante intimidantes.

  27. La Prensa, diario donde tuvo el privilegio de iniciar mi carrera periodística, era la sombra de lo que había sido cuando me incoporé como editorialista a los 21 años en 1989, contratado por Emilio J. Hardoy, acaso la última encarnación, junto con su sucesor como subdirector Leandro Pita Romero (h), del conservador, o socialista, o republicano español, que defendía a ultranza la libertad de palabra, el liberalismo más genuino despojado de las impostaciones para quedar bien en sociedad que distinguen a lo que se suele entender por liberalismo ahora; es decir, carecer del valor de adoptar posturas impopulares por convicción, que es lo que hacía “La Prensa” original, la de los Paz y los Gainza.

    En el diario que proclamaba, como se recuerda en esta excelente columna, que “Nadie puede escribir como periodista lo que no puede decir como caballero”, todavía era una regla de oro que el editorialista no podía invadir el espacio del cronista, y viceversa.

    Se me ocurre, al cabo de leer esto, que en estos tiempos no podría subsistir un diario como “La Prensa”. Ya no quedan caballeros, que es una palabra vetusta –como “patriotismo”, “virtud” y otras– y pocos en los medios, dominados por esa desgracia llamada televisión, se abstienen de decir cosas por decoro. No es extraño considerar tener principios y convicciones como algo relegado a conservadores y derechistas. También, en los años desgarradores de Argentina a los que sucumbió “La Prensa”, el diario, si bien fiel a su principio de separar editoriales y noticias, acogió entre sus colaboradores a Ramón Camps. Eso no le hizo ningún favor al diario. Camps no era un caballero.

    Aun así, es fácil criticar desde lejos y cuando no se estaba en el timón. Vivan los Paz y los Gainza por sostener la independencia del diario en las buenas y en las malas, contra viento y marea. Uno de los últimos editorialistas de la vieja época, Fermín Luque –hijo de uno de los jefes de redacción del diario durante la dirección de Alberto Gainza Paz– me contó que una vez entro por la ventana de la dirección un cascotazo que arrojó un manifestante. Alberto Gainza Paz tomó la piedra al vuelo e inmediatamente la convirtió en pisapapeles, y siguió su reunión con el padre de Luque (no recuerdo ahora su nombre) para sacar el diario al día siguiente. Ese era el espíritu.

    1. Creo que en el caso de Camps, el director del diario privilegió la amistad (no encuentro otra explicación) sobre otras consideraciones de más peso que su condición de responsable de un medio le imponía. Eso, de todos modos, no impidió que yo pudiera interrogar a Camps y publicar la nota sin que nadie me cuestionara nada en absoluto.

  28. Hola: coincido plenamente con uds. La libertad no debe tener color alguno es simplemente transparente como la libertad de prensa; ahora que han pasado algunos años, uno se da cuenta de que en nuestro país siempre hemos vivido por parte de los gobiernos y también de la mayoría de la dirigencia política un clima neo facista total; ellos hablan de neoliberalismo, pues bien yo hablo de neofascismo. Uds. han sido siempre de vanguardia, no se han casado con nadie, éso es muy loable y de liberal. HOY LO QUE SE VIVE es muy similar a épocas pasadas, ¿saldremos alguna vez de essto…? Mi padre el ing. César Guillermo Lezcano, era muy lector de vuestro diario, yo lo hago de tanto en tanto, recuerdo que el era un asiduo lector de Jesús Iglesias Rouco, gran periodista, yo como estaba en otra en aquellos tiempos no lo admiraba, pero la vida te aclara muchas cosas; ojalá la juventud de hoy en día se diera cuenta de tanta mentira, y se pusieran a realizar un examen mas objetivo. Gracias, fuerza, los admiro por ser libres!!!!

    1. Gracias, señor Lezcano por su comentario. Aclaro, para que nadie se confunda, que éste no es el sitio del diario La Prensa, ni el que actualmente se publica con ese nombre ni el de la familia Gainza, sino de un ex periodista del diario La Prensa.

  29. Como siempre pasa cuando un narrador se mantiene objetivo y con las memorias intactas y sin adornar, todo lo que Ud. cuenta lo tengo “grabado” tal cual sobre esa época y sobre la actuación tanto de La Prensa como del Herald. Algo que no cuenta y que pinta de cuerpo entero a Máximo es como, al principio del conflicto en las Malvinas, los distribuidores de diarios y revistas decidieron boicotear al Herald (donde yo, en ese momento, era director interino, reemplazando a James Neilson, quien, como británico, decidió pasar la guerra en Uruguay). Dos cosas lograron romper esa huelga política, posiblemente instigada por la misma Junta Militar: primero, una editorial nuestra diciendo que si el gobierno negaba tener algo que ver, prometiendo hacer “todo lo que podía” para provocar el levantamiento de la medida, entonces el monopolio “cholopequista” era más fuerte que el mismísimo Proceso, y, segundo, una llamada de Gainza al Cholo Peco, diciéndole que si no iba a distribuir el Herald, tampoco se le permitiría distribuir La Prensa. Este doble golpe resultó ser un nocaut, y la huelga se levantó de inmediato, luego de un impasse de 10 días. Fue un acto de coraje y solidaridad increíblemente inesperado y eternamente apreciado.
    Dan Newland

    1. Gracias, Dan, por recordar ese episodio, que contribuye a dibujar el perfil del diario y su director. Curiosamente, no recordaba la intervención de Gainza pero sí el editorial del Herald al que usted hace referencia.

  30. Hola,

    Me parece muy buena la nota, sobre todo parece escrita con mucha pasión y autenticidad. Es terrible ver cómo muchos que se desgarran las vestiduras hoy en día seguro fueron cómplices intencionales o por inacción en aquellas épocas que, por suerte, no me tocaron vivir.

    1. Las organizaciones de derechos humanos de la época incluyeron a muchas personas de las que hoy nadie se acuerda, y que arriesgaron su vida en el momento. En cambio, todo el mundo conoce a quienes posteriormente hicieron de los derechos humanos una industria. Gracias por su comentario.

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