El talento de Tato

La famosa periodista entrevistaba por radio al hijo de Tato Bores: “Porque tu papá también era un analista político…”, le decía. Alejandro Borensztein trataba de no dejarla mal parada: “Bueno, sí…, probablemente…, es posible…” Y ella seguía: “No, sí, porque su manera de…” La señora reproducía, sin mayor reflexión, un mito creado y sostenido (y no se me ocurre otra razón que la pereza mental) por el progresismo argentino: el de Tato Bores como agudo observador y crítico de la realidad argentina. El añorado Tato fue en realidad un actor que recitaba textos escritos por otros, en boca de un personaje que tampoco había sido de su creación. El Tato que conocemos, con el frac, los pelos parados y el habano, fue primero un dibujito creo que de Landrú, quien fue también el primer libretista de Bores; lo sucedió Jordán de la Cazuela, y a ambos se debe el mejor momento del cómico. El gran talento de Tato Bores fue más bien de orden histriónico, y convertirlo en analista político o filósofo de la cotidianeidad argentina es vestirlo con ropas ajenas y restarle méritos. Cualquiera, lo vemos todos los días, oficia de analista político; no cualquiera es actor cómico, y mucho menos con la fina percepción de Bores, que no desperdiciaba detalle de los libros que se le entregaban. Hay que tener talento para hacer de un dibujito un personaje vivo, creíble y memorable; hay que tenerlo para no malograr la sutileza de un texto en la imparable verborragia del caracter; hay que tenerlo en grado sumo para incorporar los guiones de casi una docena de sucesivos humoristas, con sus propias lógicas y estilos, sin traicionar al personaje y preservar su coherencia, cosa que hoy nos lleva a recordarlo con independencia de su intérprete, y a citar, equivocadamente, “como decía Tato…” 1 –S.G.

  1. Casi dos años después de escrita esta nota, me encuentro casualmente con el libro Tato y yo, de Jordán de la Cazuela. El libro reúne varios guiones escritos por el libretista para el actor, y fue publicado póstumamente tras la muerte del primero en un accidente de aviación. En un prólogo de homenaje, Tato deja constancia de su respeto por el libretista, “ese profesional cuyo talento permitirá que otros hagan reir o llorar al público. Yo soy uno de los que se han servido del talento de Jordán de la Cazuela –agrega–. No se vea modestia en lo que digo, pues el talento del libretista no excluye el del intérprete, que asume formas distintas. Es condición del intérprete precisamente esa: interpretar, desentrañar las posibilidades del guión y traducirlo para el público.” []

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