La hora de Lugones

Los textos políticos del poeta se leen con inesperado interés en esta época de renovado nacionalismo y reparación institucional

A mediados de la década del 20, hace poco menos de un siglo, Leopoldo Lugones anunció en un célebre discurso pronunciado en Lima a propósito del centenario de la batalla de Ayacucho que había llegado en el mundo la hora de la espada. Ese discurso mereció el repudio de la intelectualidad liberal, socialista o comunista del continente, con el mexicano José Vasconcelos a la cabeza, y manchó el prestigio de quien era considerado en su época como el hombre de letras argentino por... Continúa →

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La muerte del liberalismo

Por Pat Buchanan * Si se les preguntara por los atributos ineludibles de los Estados Unidos que querríamos ser, muchos liberales responderían que deberíamos concretar nuestro destino manifiesto desde 1776 y ser cada vez más igualitarios, más diversos y más democráticos, y erigirnos en modelo para el futuro de la humanidad. Igualdad, diversidad, democracia: la santísima trinidad del estado secular poscristiano ante cuyo altar reza el Hombre Liberal. Pero la congregación que venera a... Continúa →

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Debate sobre el nacionalismo

Una de las satisfacciones de escribir este sitio surge de adelantarse a los temas que luego aparecen en el debate público. En noviembre del año pasado Gaucho Malo publicó un artículo (Capitalismo, nacionalismo, liberalismo) sobre la relación entre el patriotismo o nacionalismo y una sociedad abierta, republicana y liberal. En los últimos días, tal vez acicateados por la celebración de la copa mundial de fútbol o por los cachetazos de un juez norteamericano a las pretensiones... Continúa →

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Capitalismo, nacionalismo, liberalismo

Los defensores del pensamiento liberal, las instituciones republicanas y la economía de mercado, que generalmente son los mismos, suelen colocar el nacionalismo en las antípodas de sus convicciones, y lo describen como una pasión irracional que más tarde o más temprano desemboca en el estatismo y la restricción de las libertades políticas y económicas, en aras de un nunca bien definido interés superior, colectivo y trascendente. “Nada hay en la nación superior a la nación misma”, proclama una conocida consigna. Pero éste es un extremo. En el otro extremo se encuentra la dificultad de señalar una sola sociedad exitosa en el mundo que no haya alcanzado ese éxito inspirada por un profundo espíritu de cuerpo.

Uno de los ejemplos contemporáneos más esgrimidos por los publicistas liberales y capitalistas para mostrar la bondad de sus propuestas es el de los llamados tigres asiáticos, esas economías emergentes que lograron altos niveles de desarrollo en tiempos relativamente cortos tan pronto abrazaron el capitalismo y liberalizaron en mayor o menor grado sus instituciones políticas. Lo que esos publicistas acostumbran ignorar, sin embargo, es el elevado grado de identidad nacional, cohesión nacional, orgullo nacional, y propósito nacional existente en esas sociedades –el caso de Japón no sólo ha sido el primero sino también el modelo–, y el papel que ha tenido ese nacionalismo en la consecución de los logros que despiertan nuestra admiración.

Un cronista mexicano, no exento de envidia, escribió tras un viaje reciente: “El desarrollo de Corea del Sur está altamente relacionado con un nacionalismo industrial que perdió México al menos desde hace tres décadas. Automóviles de marcas como Daewoo, Kia, Samsung, Hyundai, SsangYong, generalmente grandes, dejan claro que en Seúl el auto está por encima de todos los demás modos de transporte. Lo curioso es que salvo los autos lujosos alemanes, los coreanos no adquieren vehículos importados. Los trenes del metro son Hyundai Rotem, hechos en Corea con tecnología propia. Ocurre lo mismo con los teléfonos: todos los jóvenes se suben al metro con un Samsung en la mano, los iPhone y  otras marcas no coreanas como LG son la excepción”.
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