Debate sobre el nacionalismo

Una de las satisfacciones de escribir este sitio surge de adelantarse a los temas que luego aparecen en el debate público. En noviembre del año pasado Gaucho Malo publicó un artículo (Capitalismo, nacionalismo, liberalismo) sobre la relación entre el patriotismo o nacionalismo y una sociedad abierta, republicana y liberal. En los últimos días, tal vez acicateados por la celebración de la copa mundial de fútbol o por los cachetazos de un juez norteamericano a las pretensiones argentinas, varios ensayistas destacados abordaron la misma cuestión, con conclusiones naturalmente diversas. Quizás el más pesimista sobre la naturaleza del orgullo nacional haya sido el historiador Luis Alberto Romero: “Nuestro nacionalismo patológico se ha caracterizado por combinar la soberbia y la paranoia: los argentinos podríamos ser los mejores del mundo, pero lo impiden nuestros enemigos, de afuera y de adentro”. Ese nacionalismo, dice Romero, fue acuñado por el ejército, la iglesia y el peronismo, y consiste en definitiva en “imaginar una nación con una doctrina, una bandera y un líder, enfrentada con la antipatria”; se trata, nada más, de una patología cuya “neutralización definitiva está más allá de nuestras modestas posibilidades”. El ensayista Iván Petrella, en cambio, reconoce que “ni el más escéptico puede negar que los individuos desarrollamos una estrecha relación afectiva con nuestro país”, y agrega: “Es tentadora la posibilidad de decir que una república democrática moderna no necesita ideologías asociadas con el nacionalismo y el patriotismo. Sin embargo, más allá del nombre que se le quiera dar, parece inevitable que los individuos tengan que imaginarse, de alguna manera, la comunidad que comparten. Es muy difícil que el respeto por las normas y la voluntad de vivir pacíficamente en sociedad emerjan, solamente, de una noción férrea de deber.” Para este articulista “El reto es que esa imaginación y construcción colectiva de una identidad no reincida en los errores del pasado”, sino que se asiente más bien en una “noción de virtud cívica asociada con prácticas democráticas y un compromiso con nuestros pares”. Para el politólogo Eduardo Fidanza, el antiguo nacionalismo ha entrado en remisión, arrasado por la trivialización de la vida asociada a una sociedad consagrada al consumo. “El nacionalismo de viejo cuño es un recurso de las elites políticas en declinación, ya no una divisa de la sociedad. Dicho en otros términos: hoy los argentinos están ‘en otra’ respecto de su clase dirigente”, dice. Según este comentarista “un nuevo nacionalismo lúdico y banal, con sus delicias y miserias, toma el lugar del antiguo nacionalismo político, cuyas pasiones profundas e incorrectas tienden a declinar”. Y sostiene que ese cambio queda en evidencia en el fenómeno de la copa de fútbol, tal como se la vive en estos días: “El Mundial es, ante todo, un fenómeno de consumo global, en un mundo atravesado por la pasión de devorar. En ese contexto, el nombre de un país es antes una marca comercial que un símbolo patrio. Es lo nacional subsumido en lo multinacional económico y deportivo”. Beatriz Sarlo, finalmente, ensayista y crítica de la sociedad argentina, reconoce los “aspectos repugnantes” que ha tenido el nacionalismo argentino, recientemente expresado en lo que describe como el irredentismo y las bravatas del kirchnerismo, pero se resiste, dice, “a tirar lo que me parece una dimensión necesaria: un nacionalismo que nos identifique con la democracia, la igualdad y la libertad. Un patriotismo institucional y social que no lleve a la guerra, pero que tampoco evite el conflicto con los poderes arbitrarios y desmandados, sean locales o internacionales. Un principio de identificación colectiva que necesita de algo más que de la fría letra de un precepto institucional. El kirchnerismo estropea todo lo que toca. Estropea incluso las buenas causas.” Esta es la clase de debates que la Argentina necesita. –S.G.

 

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3 opiniones en “Debate sobre el nacionalismo”

  1. El artículo de Romero está bien macerado: hace años que analiza el nacionalismo argentino. Ya su padre lo hacía.
    Pero el kirchnerismo es un fenómeno social que, si bien muestra muchas características del pasado (algunas realmente fantasmales, propias de un museo de antropología), también ostenta como característica central – disimulada por los disfraces del “relato” -, una que aún no se había manifestado con tanta intensidad en nuestra historia: que son parásitos y tienen la mentalidad de la garrapata. Son oportunistas que nunca han producido nada (ni cosas, ni conductas, ni inventos, ni ideas), verdaderos chupasangre que se han “colado” hacia arriba aprovechando la crisis del 2001, para subirse a caballo de un país que ya se había puesto de pié y que experimentaba una diástole (crecimiento, dilatación…); y que ahora, por obra exclusivamente de la gestión parasitaria K, está experimentando una sístole, una evidente y progresiva contracción…
    Esa es, posiblemente, la explicación de fondo para entender porqué durante esta década han crecido particularmente los parásitos: los empleados públicos supernumerarios; los subsidiados de “abajo” que pagan con el voto y las marchas; los subsidiados de “arriba” que pagan con devoluciones y fondos para campañas; La Cámpora y otros grupos semejantes; los “vudús”; los “barrabrava”, que no son hinchas sino delincuentes; y, en lo más alto de la pirámide parasitaria, los narcotraficantes. Cada organismo busca reproducirse y perpetuarse, para ello, se asocia con sus semejantes.
    La cuestión del “nacionalismo” podría considerarse, en esta peculiar circunstancia, enquistados como están los oportunistas mayores de nuestra historia, un ingrediente casi irrelevante: porque nada, en la conducta total del kirchnerismo, puede tomarse en serio… No es más que una farsa para disimular su mentalidad de parásitos, de garrapatas; son, también, nuestros caranchos, emparentados a la distancia con los “fondos buitre”…

    1. El pretendido nacionalismo del los dos gobiernos Kirchner es una farsa, como usted dice. Son comparables a los militares del proceso en su pertinaz voluntad de daño a los intereses nacionales.

      1. Opino lo mismo y con los mismos (e inolvidables rótulos): en efecto, los K han intentado realizar “su” PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL.
        Pero los monstruosos militares y sus secuaces mostraban, por momentos, cierta ambigüedad o despropósito. En cambio los menemistas y los neo-menemistas disfrazados con el signo opuesto, la “estatización”, una vez desenmascarados, no muestran ambigüedades ni contradicciones: son unidireccionales y unidimensionales: hacia una cleptocracia nacional. Pero una cleptocracia en escala nacional es autocontradictoria y acaba destruyéndose a sí misma… Vendrán tiempos difíciles.

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