La hora de Lugones

Los textos políticos del poeta se leen con inesperado interés en esta época de renovado nacionalismo y reparación institucional

A mediados de la década del 20, hace poco menos de un siglo, Leopoldo Lugones anunció en un célebre discurso pronunciado en Lima a propósito del centenario de la batalla de Ayacucho que había llegado en el mundo la hora de la espada. Ese discurso mereció el repudio de la intelectualidad liberal, socialista o comunista del continente, con el mexicano José Vasconcelos a la cabeza, y manchó el prestigio de quien era considerado en su época como el hombre de letras argentino por antonomasia, al punto de que el Día del Escritor que celebramos fue instituido en su homenaje. En los colegios y universidades se enseña que tras una juventud socialista y una madurez republicana, Lugones abrazó el fascismo, promovió el militarismo y prohijó de alguna manera la ruptura del orden constitucional de 1930, para terminar suicidándose en un arrebato de conciencia seguramente vinculado con semejantes desvaríos. 

La reciente reedición de La patria fuerte 1, el libro que colecciona sus artículos políticos escritos entre 1925 y 1930, y que Lugones decidió encabezar justamente con el discurso de Ayacucho, permite un acercamiento directo a su pensamiento que depara varias sorpresas: si bien siguen de cerca los postulados del fascismo italiano, los argumentos del autor al analizar la situación mundial de su época son razonados y pragmáticos, y, más aún, salvadas las referencias circunstanciales, en muchos aspectos resultan absolutamente contemporáneos y podrían incorporarse sin mayores dificultades al debate sobre las cuestiones sociales y políticas que nos afligen en estos días. 

Esta contemporaneidad, naturalmente, sugiere alguna correspondencia entre el Occidente de entreguerras y el actual, y basta un repaso histórico somero para encontrarla rápidamente: tanto el siglo XIX como el XX llegaron a su fin con una nota de euforia: al alegremente optimista “espíritu positivo” decimonónico le hizo eco cien años después la soberbia complaciente del “fin de la historia”, anunciado a fines del siglo pasado tras la Caída del Muro. Casi de inmediato, en ambos casos, Occidente se dio cuenta, entre amargos y cruentos desengaños, de que sus expectativas habían sido desmesuradas y sin fundamento, y se vio inducido a revisar los presupuestos que las habían sustentado. Desde su alejado atalaya sudamericano, Lugones tuvo la perspectiva suficiente como para percibir el giro de la historia sin reparos ideológicos, y sus escritos reflejan perfectamente el espíritu de los tiempos. Leídos ahora, ya entrado el siglo XXI, muchos de ellos parecen comentarios desprejuiciados, políticamente incorrectos, sobre nuestra época. 

Lugones observa que el sistema demoliberal (así lo describe) en el que se habían cifrado tantas expectativas era una entelequia a la que las élites intelectuales y políticas pretendían ajustar el comportamiento de las masas. Pero, advierte, «el género humano es una entidad zoológica, no una persona jurídica. La vida no triunfa por medio de la razón ni la verdad, sino por medio de la fuerza. La vida es incomprensible e inexorable.» El concepto de fuerza, en el que se reconocen ecos de la voluntad de poder nietzscheana, es central en su pensamiento. La fuerza es a la vez fuente de energía y elemento ordenador, tanto de las personas como de las naciones, y la nación es la máxima expresión de fuerza: la nación provee el espacio para que las personas desarrollen sus capacidades y encuentren su bienestar, pero en pago les exige hasta la vida en la defensa de su soberanía. 

El escritor considera que la nación se encuentra bajo amenaza, en principio desde el propio sistema demoliberal, que inexorablemente conduce a la pérdida de soberanía y al socialismo indiferenciado; luego desde el internacionalismo colectivista de matriz bolchevique, que en la región adopta la forma del latinoamericanismo bolivariano; y por último desde lo que describe como desvirilización de las costumbres, que consiste en el culto exclusivo del bienestar y de la vida sin riesgo 2, y que trae además una consecuencia orgánica: la disminución de la natalidad. Sostiene Lugones que sólo las fuerzas armadas, por su disciplina, patriotismo y competencia científica, están en condiciones de proteger a la nación de esas amenazas, y brindar un gobierno a la vez eficaz y compacto. Reivindica por eso el modelo del fascismo italiano, y también porque responde a la naturaleza de los pueblos latinos.

«La pasada gran guerra comprobó que el rendimiento de la industria y de los servicios civiles ganaba con la administración militar.», dice. «Así, la evolución y la experiencia restablecen en el mundo latino aquel sistema tan suyo que fue el Imperio Romano: gobierno militar al cual corresponde el más grande éxito político que se conozca, pues no solamente realizó con máxima eficacia la grandeza nacional, sino la prosperidad, la libertad, la equidad y la cultura internas; hasta el extremo de que hoy mismo, las declaraciones, derechos y garantías de las constituciones liberales, son fragmentos de su legislación inmortal. Democracia de la espada, que hizo por tres siglos y más la felicidad de ciento veinte millones de hombres, porque supo adoptar y cumplir como ninguna el deber de potencia.» 

Lugones cree que la Argentina, por su dimensión, su riqueza, su cultura, tiene un «deber de potencia», cuya primera obligación es la de asegurar su propia defensa, cuestión que lo preocupa en extremo porque vuelve sobre ella una y otra vez. «Un país militarmente débil y económicamente opulento como el nuestro, es una presa», advierte. Pero el «deber de potencia» exige además asegurar el bienestar del pueblo (creando las condiciones para su desarrollo, pero eludiendo cualquier tipo de asistencialismo), desarrollar la industria empezando por la industria militar, reducir el «insensato» costo de la vida y el peso que el mantenimiento de estructuras estatales superfluas le agrega, poblar el territorio nacional, y reemplazar, o por lo menos revisar, el sistema demoliberal. Para Lugones, la Argentina debe optar «entre el progreso conducente a la situación de potencia, y la cristalización plebeya de un país de segunda clase. Es un dilema preciso entre lo que podemos ser según los hechos, y lo que nuestros políticos creen que debemos ser: entre el realismo y la ideología. Si la patria está sobre todas las cosas, inclusive la justicia y la libertad, si es un hecho y no una idea, rumbo y procedimiento quedan de suyo indicados.»

La convención académica dice que los escritos de Lugones sirvieron de justificación intelectual para el golpe militar de 1930, y es posible que hayan sido utilizados así. Pero sus preocupaciones profundas, particularmente en lo que se refiere a la defensa nacional, y la necesidad de desarrollar ciertas industrias estratégicas, eran compartidas por muchos civiles y militares, y están detrás de la creación de las grandes empresas estatales. Los acontecimientos mundiales de hoy, con la reaparición de los nacionalismos y el ascenso electoral de las derechas, y también los nacionales, con un declarado proceso de reparación institucional en marcha, aconsejan la relectura de estos textos de Lugones, ricos en incitaciones para enriquecer el debate. Después de tantos años olvidados, pareciera que les ha llegado su hora.

–Santiago González

Notas relacionadasEuropa, Europa
  1. In Octavo, 2017. []
  2. Lo contrario del vivere pericolosamente, una propuesta reiterada de Mussolini, también originada en Nietzsche. []

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2 opiniones en “La hora de Lugones”

  1. Polémico se queda corto, no estoy seguro de poder compartir todas sus ideas. Pero si rescato su preocupación sobre “la desvirilizacion de las costumbres”. La desarrolla en “la patria fuerte”?

    1. No desarrolla el tema especialmente. Lo plantea así: “Pero el goce de la vida sin riesgo acarrea modificaciones del ánimo inherentes a ese estado feliz. Y desde luego, el sentimentalismo ecuménico o humanitarismo, que es la espiritualización de aquella dicha segura. ¿No se vuelve coleccionista de arte y fundador de hospitales y de capillas el comerciante enriquecido? (…) El miedo a la muerte transfórmase a su vez en pacifismo, afianzado por la convicción de que «la guerra es un mal negocio»: máxima que oímos repetir a todos los estadistas contemporáneos. Pero este doble proceso de «desvirilización», si se permite el vocablo, consistente en el culto exclusivo del bienestar y de la vida sin riesgo, trae una consecuencia orgánica: la disminución de la natalidad que el urbanismo fomenta sin excepción. Pacifismo, humanitarismo y esterilidad restablecen el equilibrio, postrando lenta pero seguramente a la potencia cuya excesiva vitalidad lo perturba.”

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