La revolución de los snobs

Por Gabriela Bustelo *
Conforme el terco secesionismo catalán insiste en escenificar ante el mundo su suicidio colectivo, los espectadores vamos encajando las piezas del rompecabezas nacionalista. Ahora sabemos que el procés catalán consta de tres sectores. En primer lugar, los líderes políticos herederos del nacionalismo concebido como gran trama de corrupción subvencionada, que ideó y montó en 1970-80 Jordi Pujol, sembrador de los vientos hoy tempestades. En segundo lugar, la población sometida durante cuatro décadas a un proceso de adoctrinamiento y manipulación a través de centros educativos, instituciones y medios de comunicación, en especial el canal autonómico público TV3. En tercer lugar, la mayoría silenciosa cuyo mutismo ha permitido desarrollar este dislate durante años, aportando a Cataluña una peligrosa apariencia de “normalidad”.

El miércoles 18 de octubre Fernando Savater ―cuya socarronería puede impedir a algunos apreciar su lucidez― le decía a Susanna Griso en el programa Espejo Público una frase que pasó inadvertida a los redactores: “El snobismo en Cataluña es la enfermedad cultural más extendida que hay: todo el mundo es snob y todos son profesionales del snobismo”. Esta es, ni más ni menos, la explicación del torticero silencio de cientos de miles de catalanes, un silencio que cuesta entender teniendo en cuenta que España es una democracia occidental donde los contrarios al secesionismo hubieran debido expresar libremente su oposición al régimen nacionalista mediante manifestaciones ―las de Sociedad Civil Catalana pudieron haberse organizado hace décadas―; proclamas en los medios de comunicación; apelaciones a la comunidad internacional; documentales, películas y demás. Recordemos el “Quien calla parece consentir” de Tomás Moro que, mudo ante el absolutismo de Enrique VIII, acabó en el cadalso.

Efectivamente, el snobismo al que aludía Savater define bien a un amplio sector de la población catalana, cuyos aires de superioridad pueden parecer risibles en el Occidente meritocrático del siglo XXI, pero amalgaman a cientos de miles de españoles nacidos en la esquina nororiental del país. Quienes leímos a William Thackeray pensábamos que la democracia occidental había superado la era del snobismo que el gran escritor desmontaba con sorna británica hace ya 170 años. Su Libro de los snobs (1848) es una anatomía social que cataloga a Reino Unido en “grupitos” marcados por lo que podríamos llamar un tribalismo arribista y defensivo: snobs aristocráticos, snobs respetables de clase media, snobs de ciudad, snobs de pueblo, snobs religiosos, snobs literarios, snobs académicos, snobs políticos, snobs anfitriones, snobs matrimoniales, snobs asociacionistas y demás. Por completa que pueda parecer la taxidermia humana de Thackeray, le faltó el snobismo nacionalista, pese a haber incluido a los snobs irlandeses ―“no se creen superiores al mundo como los snobs ingleses; se saben inferiores, pero lo disimulan”― y a losesnobs ingleses en general, cuya “soberbia insular asombrosa e indomable les impide apreciar nada que no sea inglés y los hace universalmente odiados”.

Creerse superior a los demás por un supuesto estatus grupal o geográfico no solo es contrario a todo lo que representa la civilización occidental, cuya movilidad social es una de sus fortalezas, sino que es un preocupante signo de atraso histórico. Al blandir abiertamente este desprecio a todo lo no propio, el secesionismo catalán se comporta como la decimonónica Lady Susan Scraper de Thackeray, que es “el arquetipo del snobismo, pues cree que ella, su familia y sus posesiones son superiores a cualquier otra cosa; y manifiesta esta pretenciosidad en todo cuanto hace”. En pleno siglo XXI, por tanto, asistimos a la paradoja de que en un ángulo muerto de la democracia española se ha instalado, al amparo de la corrección política, una trama corrupta supremacista publicitada como un movimiento que lucha por traer la auténtica democracia a España vía Cataluña. ¡Ahí es nada! La eficacia del marketing secesionista es tal que el 5 de noviembre la madrileña Beatriz Talegón ―abogada y ex secretaria general de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas que abandonó el PSOE en 2015― aseguraba en su cuenta de Twitter que “La población catalana tiene una cultura democrática muy por encima de la media española. Por eso aquí no se entiende casi nada”. Es decir, que la snob Lady Catalonia parece haber convencido también a amplios sectores del resto de los españoles de que ella, los suyos y su terruño son superiores al mundo.

Recordemos que el procés es una gran mafia orquestada hace cuatro décadas por un pequeño grupo de políticos corruptos que han adoctrinado a cientos de miles de catalanes, hoy convencidos de que la paranoia identitaria es una heroica reivindicación de libertad. El pegamento que habría amalgamado a los líderes corruptos con los secesionistas adoctrinados y con la mayoría silenciosa sería ese snobismo grotesco del “alma controlada por la geografía” de Santayana. Porque el nacionalismo no es el súbito despertar de una autoconciencia geográfica. El nacionalismo inventa naciones donde no las hay.

 

* Escritora y periodista española, columnista del sitio Cuarto Poder. Su último libro, en coautoría, es La vicepresidenta (Esfera, 2017)

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