«Lo que todo el pensamiento político y social se ha visto obligado finalmente a enfrentar es, por supuesto, la degradación irreversible del ambiente por un capitalismo industrial desenfrenado: ese dato cuantioso, de cuya realidad la ciencia viene tratando de convencernos desde hace medio siglo, y del que la tecnología nos viene proveyendo cada vez mayores distracciones. Cada beneficio proporcionado por el industrialismo y el capitalismo, cada avance maravilloso en el conocimiento y en la salud y en las comunicaciones y en el bienestar, arroja la misma sombra fatal. Todo lo que tenemos lo hemos tomado de la tierra y, así como tomamos con creciente velocidad y codicia, ahora le devolvemos casi nada, excepto lo que es estéril o está envenenado. Y sin embargo no podemos detener el proceso. Una economía capitalista, por definición, se alimenta del crecimiento; como observa [Murray] Bookchin: “Si el capitalismo desistiera de su expansión insensata sería para él lo mismo que sucidarse socialmente.” Esencialmente, hemos elegido el cáncer como modelo de nuestro sistema social. El imperativo capitalista de crecer o morir choca de plano con el imperativo ecológico de la interdependencia y los límites. Estos dos imperativos ya no pueden coexistir, y tampoco puede esperar sobrevivir una sociedad fundada en el mito de que se los puede reconciliar. O bien establecemos una sociedad ecológica, o la sociedad se irá al traste para todos y cada uno, cualquiera sea su condición.» –Ursula K. LeGuin, prólogo a The Next Revolution, por Murray Bookchin
Bookchin es un continuador del pensamiento anarquista, por eso le resulta fácil pensar en esos términos, que implican el predominio de la cooperación sobre la competencia y redireccionamiento de todo: producción para el uso, y no para el lucro; ayuda mutua; autogestión de las industrias; internacionalismo; predominio de los valores universales sobre los locales y los particulares; descentralización; municipalismo..
Es un mundo de pensamiento y acción casi desconocido en nuestro medio.
En estos momentos, nuestra mandataria, con su complejo de Luis XIV a cuestas, está estableciendo acuerdos con un país – China – que desconoce totalmente; acuerdos de los que no sabemos casi nada… Y todo sobre la base de una imagen del mundo vieja, perimida. Actúa como una mujer despechada porque Obama (¿y quién?) no la quiere… Y el presidente chino es inmensamente más astuto que ella, por eso es presidente de China.
Los textos de Bookchin apuntan a un futuro inminente no utópico, potencial, pero no necesariamente probable… ¡Pero “apuntan” a unas relaciones diferentes! Nosotros recién estamos apuntando – y con poco formación y no mucha convicción – a la democracia burguesa, con la que, de haber tenido algunas décadas de buen ejercicio, éste país sería otra cosa.
Exactamente. Si en este momento tuviéramos masa crítica de inteligencia política podríamos saltearnos esas etapas, que para nosotros están por delante pero para el resto del mundo han quedado detrás, y lanzarnos directamente al futuro. Pero…