Progresismo en crisis III

El progresismo se apresura a anunciar la muerte del capitalismo, pero los textos de Carta Abierta revelan frustraciones y rencores agónicos en sus propias filas

  1. Progresistas en crisis
  2. Progresistas en crisis II
  3. Progresismo en crisis III
  4. Progresismo en crisis, y IV

En los atribulados días que siguieron al anuncio oficial de la intención de expropiar los fondos de la jubilación privada, el sindicato que agrupa a los trabajadores bancarios atribuyó los desbarajustes financieros resultantes a un “golpe de mercado” asestado por “los sectores económicos y financieros más concentrados”.

Uno puede entender que esos latiguillos vacíos de contenido aparezcan en los volantes de alguna agrupación política estudiantil, de esas que se hacen y se deshacen en los alrededores de las facultades. Pero de los trabajadores bancarios se espera más. El conocimiento de primera mano que tienen acerca del funcionamiento de los mercados no los autoriza a subscribir esas pavadas.

Algo similar ocurre con los intelectuales que colocaron sus firmas debajo de los textos del llamado grupo Carta Abierta cuando se refieren a los medios de comunicación. Se trata de personas cuya actividad habitual los pone muchas veces en contacto con esos medios, y les permite saber cómo funcionan.

Pero cuando se ponen a estudiar el tema en una de sus cartas los resultados son igualmente decepcionantes. Casi con el mismo lenguaje de los bancarios, nuestros amigos se lanzan de entrada contra “los medios masivos de comunicación más concentrados, tanto audiovisuales como gráficos, de altísimos alcances de audiencia”.

Que alguien me corrija, pero ese sayo sólo le cabe al grupo Clarín, concentrado gracias a concesiones aprobadas por los legisladores peronistas siguiendo sus mejores principios en el ejercicio de la política.

Además, y otra vez que alguien me corrija, la mayoría de los firmantes de las cartas deben su existencia pública (y algunos también su existencia privada) a la actividad del grupo Clarín, que difunde sus actividades, publica sus artículos, los entrevista, e incluso los emplea, y al dar a conocer sus nombres permite que éstos tengan algún peso al pie de una declaración pública.

Según estos intelectuales, la perversidad esencial de los medios reside en que presentan las noticias “desde variables interesadas que exceden la pura búsqueda de impacto y el rating”.

En este punto, no puedo sino darles la razón: el grueso de las noticias están presentadas y analizadas en los medios locales bajo el prisma progresista, por la sencilla razón de que el progresismo marca con su signo el ámbito de la vida cultural argentina.

Ahora bien, si la cobertura periodística local refleja predominantemente un punto de vista progresista, ¿por qué se quejan los progresistas firmantes de Carta Abierta? ¿Por qué atacan precisamente al grupo que mejor los atiende?

Ofuscados, lanzan una propuesta singularmente temeraria: según estos audaces pensadores, el espacio que crean los medios debería ser un “espacio público” donde resultaría inadmisible que “una corporación privada terminara definiendo quién pasa y quién no, qué palabra vale y cuál no, qué representación de los problemas sociales resulta válida para ser puesta en circulación y cuál no”.

Suspendamos por un momento nuestra capacidad de raciocinio, y admitamos que la malvada (por definición) “corporación privada” resigna sus derechos editoriales. ¿Quién debería hacerse cargo de ellos? Naturalmente… ¡los firmantes del grupo Carta Abierta y sus correligionarios! ¿Y por qué ellos sí, y el viejo y sufrido secretario de redacción elegido por la “corporación privada” no?

Los hombres y mujeres de la cultura deploran además “la debilidad, por no decir casi inexistencia, de un sistema de medios estatal”. Bueno, bueno…

Sólo en el ámbito federal, el estado cuenta con una agencia de noticias, un canal de televisión, y un sistema radial, todos de alcance nacional, todos dotados de presupuestos que los libran de la pedestre necesidad de ganar audiencia, y todos conducidos por voluntariosos progresistas. Si este formidable aparato “concentrado” resulta débil o inexistente será por su exclusiva responsabilidad.

Pero la asunción de responsabilidades no es el fuerte de nuestros amigos del campo de la cultura, y con sorprendente desparpajo reclaman más medios financiados por el estado (léase más oportunidades de empleo para ellos), regulación y arbitraje estatal (Dios sabe qué querrá decir esto), y protección para las producciones locales (público a la fuerza, o subsidios).

Estos desconcertantes intelectuales dedicaron toda una carta al tema de la prensa, pero sus apreciaciones están tan llenas de vacuidades, tonterías y lugares comunes, que parece que nunca hubiesen pisado una redacción, aunque muchos de ellos sí lo han hecho.

Empezamos a sospechar que el problema viene por otro lado, que detrás de su enojo con los medios hay otra cosa, que no quieren o no pueden decir.

Lo que irrita a estos progresistas, lo que les saca de las casillas, me parece, es que la gente no les crea, que su predominio mediático no les sirva de gran cosa. Y lo que directamente los vuelve locos, y probablemente los haya impulsado a escribir esta serie de cartas agónicas, es que la gente les gane la calle.

Las marchas de Blumberg primero, el triunfo de Macri después, y las movilizaciones a favor del campo luego, los sumieron en una histeria frenética.

En ninguno de esos episodios el público respondió a sus operaciones de desinformación, ni prestó atención a los raídos fantasmas retóricos con que pretendieron amedrentarlo “por todos los medios”.

Una simple galería con las tapas de revistas y diarios progresistas correspondientes a esos tres momentos bastaría para mostrar lo que es verdadera manipulación de la información, “práctica de auténtica barbarie política diaria, de desinformación y discriminación”, como dicen nuestros intelectuales.

–Santiago González

Cuarta y última nota: El tiempo del desprecio

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