Progresistas en crisis

El progresismo se apresura a anunciar la muerte del capitalismo, pero los textos de Carta Abierta revelan frustraciones y rencores agónicos en sus propias filas

  1. Progresistas en crisis
  2. Progresistas en crisis II
  3. Progresismo en crisis III
  4. Progresismo en crisis, y IV

Primero tuvimos un descalabro financiero descomunal. Después, la caída en picada de las plazas bursátiles. Después, la aguda baja de las materias primas que exportamos. Después, el comienzo de una vasta recesión en nuestros principales mercados.

Pero no era suficiente.

Ahora tenemos a los progresistas, que brotan después de las crisis como los hongos después de la lluvia.

Los hemos visto anunciar con inocultable fruición a través de los medios masivos el fracaso del capitalismo, la muerte del neoliberalismo, y hasta una nueva “caída del muro”, empleando una imaginería funeraria y catastrófica que habla más de sus propias frustraciones que de lo ocurrido en la economía occidental.

Esa imaginería, y esas frustraciones, acompañan al progresismo (pseudónimo del izquierdismo) justamente desde que el desplome de la pared emblemática dejara a la vista el rostro lamentable que acecha en el corazón de las utopías sociales. Desde entonces libra una doble batalla por la supervivencia.

Por un lado persiste en sus labores habituales de reescribir el pasado para eludir responsabilidades, y construir andamiajes teóricos para demostrar que lo que es no es, y que lo que no es es.

El dogmático, como el ladrón, cree que todos son de su condición.Por el otro busca desesperadamente un andén que le permita treparse nuevamente al tren de la historia, llámese Chiapas, neo nazismo, neo ultra liberalismo, consenso de Washington, Hugo Chávez, globalización, inmigrantes, medios de comunicación, y ahora crisis del capitalismo.

(Quien quiera entretenerse contemplando estos esfuerzos puede revisar las páginas de Le Monde Diplomatique, en cualquiera de sus franquicias).

La crisis económica que estalló en octubre les llega como el salvavidas al que se ahoga, y les hace soñar con otros octubres. Critican al capitalismo porque, por un alegado dogmatismo, no impuso los controles que habrían evitado esta sacudida, y lo critican porque después supuestamente se apartó del dogma y recurrió al auxilio estatal para amortiguar sus efectos.

El dogmático, como el ladrón, cree que todos son de su condición.

Este momento encuentra al progresismo argentino muy mal parado, se diría que en trance agónico como reflejan las tres Cartas Abiertas que ha dado a conocer en los últimos meses. Por lo que debemos esperar una andanada de argumentaciones estatistas y anticapitalistas, que serán otros tantos manotazos de ahogado para mantenerse a flote en la atención pública.

Ni bien termino de escribir esto se conoce la intención del gobierno de apoderarse de los fondos de las jubilaciones privadas. Apuesto a que los periodistas progresistas van a encubrir el atraco como hicieron en el 2002 y, entre loas al estado y denuestos a Cavallo, convencernos de que nuestro dinero era una fantasía, y que el sistema de reparto llega providencialmente a cuidar de nuestra vejez.

Es curioso el caso del progresismo local. Con su legendaria habilidad para lavarse las manos, huyó a la carrera de la casa desordenada y famélica de Alfonsín, repuso fuerzas en unas largas vacaciones pagas con Menem, y volvió a mirar para otro lado mientras despegaban uno tras otro los raudos helicópteros de la incompetencia aliada.

El acto de la ESMA, un obsceno montaje de manipulación política sobre un dolor real.Pero inmediatamente cayó víctima de dos trágicos y sucesivos espejismos: creyó que el “que se vayan todos” lo excluía, y se ilusionó con que el “modelo productivo” lo incluía.

En el agitado verano del 2002, las hogueras que iluminaban las esquinas de Buenos Aires evocaron en los progresistas imágenes de la Comuna de París, y creyendo que había sonado su hora se abalanzaron sobre las asambleas populares con cámaras, proclamas e infiltrados. La gente, discretamente, se volvió a su casa, y los fuegos se apagaron sin dejar más que unas manchas feas en el asfalto.

Llegó el 2003 y el acto de la ESMA, un obsceno montaje de manipulación política sobre un dolor real, que enajenó al nuevo gobierno gran parte de la buena voluntad inicial pero hizo pensar a los progresistas que esta vez sí les había llegado el momento.

Sin embargo, aparte de algunos puestos públicos insignificantes, no obtuvieron más que un lugar de fachada en un “modelo productivo” consistente en el reparto discrecional de ingentes fondos públicos, capitalismo de amigos, y, novedad en la tradición peronista, sueldos deprimidos hasta lo imposible.

Esa situación tan incómoda, sumada a los formidables cachetazos que la gente les ha venido propinando últimamente, movió a los progresistas a reaccionar (nunca más conveniente la palabra) con sus ya mencionadas cartas abiertas, de las que este sitio dará acuse de recibo debidamente.

–Santiago González

Segunda nota: Progresismo sin futuro

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