Progresistas en crisis II

El progresismo se apresura a anunciar la muerte del capitalismo, pero los textos de Carta Abierta revelan frustraciones y rencores agónicos en sus propias filas

  1. Progresistas en crisis
  2. Progresistas en crisis II
  3. Progresismo en crisis III
  4. Progresismo en crisis, y IV

Con su proyecto de estatizar el sistema previsional privado el gobierno acaba de inyectarle una caudalosa transfusión de sangre al progresismo argentino, que con renovados ardores corrió a su polvoriento arcón retórico en busca de munición para la batalla. Una batalla en la que se siente ganador porque ¿quién se va a negar a defender a nuestros viejitos de las garras voraces del capitalismo?

No importa que los padres, abuelos e incluso bisabuelos de estos progresistas hayan tenido jubilaciones miserables, humillados en largas colas mendicantes a la puerta de los bancos para poder cobrar lo poco que había escapado al saqueo de sucesivos gobiernos de todo pelaje.

No importa que la enorme mayoría de los afiliados a una AFJP haya ratificado libremente la opción de confiar sus retiros a la codicia del administrador privado antes que cederlos a la endémica cleptomanía estatal.

No importa, porque la realidad es algo más bien incómodo que nunca ha preocupado demasiado a los progresistas, cuyas inquietudes suelen navegar por las previsibles aguas de la ideología, donde todo ya ha sido resuelto de una vez y para siempre. Los progresistas están siempre prontos a “confrontar ideas” con otros dogmáticos, pero no les vengan con problemas concretos de personas concretas.

Una prueba reciente de esa actitud la tenemos en la serie de Cartas Abiertas que nuestro agónico progresismo ha emitido en los últimos meses, cartas de aliento testamentario, expresión barroca y tono exasperado que reflejan su dificultad para percibir, entender y expresar la realidad, y su irritación cuando siente que esa realidad escapa a su control (imaginario).

La primera asevera que un reclamo sectorial por un aumento de impuestos ha sido en realidad un intento de golpe de estado, la segunda propone que los contribuyentes financien medios de comunicación y los pongan a disposición de los progresistas, y la tercera carta sostiene que la gente es estúpida porque cree en lo que ve, y que los únicos con derecho a hacer política son ellos (los progresistas).

Estas disparatadas ocurrencias se evaporan en el aire una vez acallados los últimos aplausos. Pero pongamos atención a las argumentaciones que les dan marco, caprichosas como son, porque reflejan las obsesiones fundamentales que aquejan a estos desfallecientes corresponsales en momentos de extremo desconcierto, como ellos mismos lo revelan.

La primera es el señalamiento de un enemigo interno. Este recurso argumental, del que partieron todos los intentos autoritarios habidos en el país, aparece en la primera frase de la primera carta y debemos asignarle toda la importancia que se merece. La letra habla de una dura confrontación del gobierno democrático con “sectores económicos, políticos e ideológicos históricamente dominantes”.

Tratemos de seguirles el rumbo a los cartógrafos. El sector económico históricamente dominante es el campo, como no podría ser de otro modo porque la producción agropecuaria es virtualmente la única con las condiciones de calidad y eficacia como para colocar masivamente sus productos en el mundo y generar las divisas que mantienen este país andando.

El sector político históricamente dominante en el país desde hace setenta años ha sido y es el peronismo, y nadie discrepará con esto, como tampoco negará que el progresismo, incluidas todas sus variantes y matices, ha sido y es el sector ideológico que tiñe mayoritariamente el ámbito del tráfico público de mensajes en la Argentina por lo menos desde la década de 1960, lo que creo alcanza para justificar el calificativo de “históricamente dominante”.

Todo sumado dibuja un cuadro inquietante. Intrépidamente, los autores de las cartas nos avisan que chacareros, peronistas e izquierdistas, unidos en un abrazo fraterno, se han confabulado contra el gobierno. Y, con el dramático estilo impersonal que La Razón 5ª usaba en épocas agitadas, anuncian: “Un clima destituyente se ha instalado, que ha sido considerado con la categoría de golpismo”.

En otras palabras, que tenemos que estar preparados porque entre nosotros hay quienes se proponen derribar el gobierno democráticamente electo, arrebatarnos la riqueza y lavarnos el cerebro. Esto es lo que nos advierten nuestros atentos “hombres y mujeres de la cultura”.

Lo que estos buenos intelectuales pasan por alto, distraídos como son, es que eso ya pasó, acá nomás, en diciembre de 2001, cuando sectores peronistas y mafias económicas, en una alianza más verosímil, dieron un golpe de estado, cometieron en su beneficio un robo al pueblo descomunal, dijeron que nuestros ahorros eran una ilusión, y en el trámite acabaron a balazo limpio con medio centenar de vidas.

Este singular olvido resulta tanto más llamativo cuanto es compartido por un grupo tan amplio de personas (se asegura que los firmantes de las cartas llegan a 1500, una muestra válida de la franja progresista por cierto), personas que reivindican en sus proclamas un debate sobre la relación del pasado “con los giros y actitudes del presente” y sobre “las biografías económicas y sociales”.

El eje temporal es un punto interesante en las misivas de estos copiosos pensadores. Según sus escritos, el pasado es un lugar al que se acude en busca de información para redactar el prontuario de todos los que no son progresistas, e impugnar sobre esa base sus actitudes políticas de hoy, tal como se desprende de las dos citas incluidas en el párrafo anterior.

Uno podrá no estar de acuerdo con esa tesitura, pero al menos hay que reconocer que en esto la gente de la cultura se esforzó: por lo menos dijo algo. El futuro en cambio les tiene sin cuidado.

En ninguna de las tres misivas que nos dirigieron, los progresistas hablan del futuro, laguna sin duda importante tratándose de progresistas, porque que yo sepa sólo se puede progresar hacia el futuro, y si yo me definiera como progresista lo primero que haría, especialmente al redactar mi última voluntad, sería dejar una señal que indicara más o menos hacia dónde queda ese futuro.

Pero nuestros progresistas en modo pausa no nos proponen para el futuro un punto omega lo suficientemente sugestivo como para alentarnos a emprender la marcha hacia él, sino una línea, un horizonte tan vasto como impreciso, y así lo describen: “avanzar hacia horizontes de mayor justicia y equidad”, “una política que tenga como horizonte lo político emancipatorio (sic)”. Eso es todo.

Es decir, nada. O bien no saben hacia dónde quieren ir, pero están firmemente dispuestos a impedir que otros persigan sus propios derroteros (un clásico argentino, por otra parte), o bien saben pero no quieren decirlo porque si lo dijeran probablemente se quedarían muy solos.

La prosa enmarañada encubre la falta de propuestas, o propuestas indecibles.

–Santiago González

Tercera nota: Pérdida de credibilidad

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