Políticos y periodistas

Políticos y periodistas gravitan uno alrededor del otro en un incierto equilibrio de atracciones y repulsiones

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Cuando el candidato republicano John McCain eligió a Sarah Palin como compañera de fórmula la prensa le puso la lupa y destacó su falta de experiencia y su escasa preparación. Palin, lejos de amedrentarse, disparó: “Tengo una noticia de último momento para todos esos periodistas y comentaristas: no iré a Washington a buscar su aprobación, iré a Washington para servir al pueblo de este país”.

La frase de Palin, cuyas opiniones desplazan a Bush hacia la franja de los moderados, podría haber sido suscripta letra por letra (cambiando Washington por Casa Rosada) por la progresista pareja presidencial argentina. “Si (los medios) quieren gobernar a las sociedades, que vayan a elecciones”, dijo Kirchner (Néstor) en un discurso igualmente desdeñoso para con la prensa.

En ese mensaje, pronunciado en Chile, el ex presidente denunció la existencia de grupos monopólicos de prensa, que están aliados a sectores minoritarios de poder, no acompañan los procesos de cambio, tratan de desprestigiar a los gobiernos populares acusándolos de corrupción, y son propagandistas de las doctrinas neoliberales.

Toda esta serie de acusaciones, cuya reiteración apunta a crear en la imaginación de los poco avisados la figura de la prensa como enemigo público, se desploma cuando uno advierte que los medios prestaron la misma atención a las valijas de Amira Yoma que a las de Claudio Uberti, y en general sacaron a relucir casos de corrupción tanto bajo el gobierno Menem como bajo el gobierno Kirchner.

Y según la taxonomía progresista, el menemismo fue la viva expresión del consenso de Washington y el neoliberalismo.

Como se ve, se trata de la misma cantinela mal encaminada que le aportaron los integrantes del grupo Carta Abierta y que ya comentamos. Existe por cierto un descrédito de la prensa tradicional en la opinión pública, que corre parejo con el descrédito que envuelve a la clase política, y que es responsabilidad exclusiva de ambos actores.

Políticos y periodistas gravitan uno alrededor del otro en un incierto equilibrio de atracciones y repulsiones. Los políticos necesitan de los periodistas, que son quienes les dan la ansiada exposición pública, y los periodistas necesitan de los políticos porque sin ellos se quedarían sin ocupación.

Hay muchos periodistas que habrían preferido ser políticos. Muestran más atracción por el poder que por la verdad, y como consecuencia empiezan a hacer política con su trabajo, sesgándolo en uno u otro sentido. Pero la gente compra el diario para encontrar noticias correctamente presentadas. No son pocos los periodistas devenidos en políticos o, lo que más les gusta, en asesores reservados de los políticos.

Hay muchos políticos a los que parece gustarles más la actividad periodística, y se muestran como agudos observadores e inteligentes comentaristas. Pero la gente los eligió para que gobernaran, y no para que usurparan el papel de los periodistas. Hay algunos políticos que cumplieron el sueño ya retirados, y devinieron en columnistas.

Un político entrevistado por un periodista es un duelo de narcisismos, para el cual ambos contendientes se preparan de modo que sus respectivos perfiles resulten lo más favorecidos posible, y para el cual ambos anhelan un empate, a fin de quedar en condiciones de repetir la liza mientras haya audiencia apreciable y avisadores dispuestos a poner la plata.

Las campañas políticas son cada vez más caras, tanto como es cara la edición de un periódico o la emisión de una señal de televisión. Los políticos quedan obligados hacia quienes aportan para sus campañas, tanto como los medios quedan obligados hacia sus avisadores.

Los periodistas envidian a los políticos y los políticos envidian a los periodistas lo que cada uno supone es el enorme poder del otro para configurar la realidad. Y por fin, hay políticos y periodistas que comparten una intensa fascinación por el rutilante, luminoso mundo del espectáculo.

Hay un punto, en el centro del escenario, donde los saludos y la melena ondulada de Cristina Kirchner van al encuentro de los chistes fáciles y los tiradores de Jorge Lanata, mientras la orquesta remata con un vibrante finale, el público aplaude enfervorizado, la pareja hace una reverencia leve, y cae el telón.

* * *

No se crea que esa escena felliniana podría ocurrir sólo en la Argentina. Esa ecuación de tres poderes más uno que en las sociedades democráticas estaba llamada a brindar a los ciudadanos garantías de libertad, justicia, y seguridad, se viene abajo en todas partes, como lo demuestra el presente manejo de la crisis internacional.

Los gobiernos democráticos de los países del mundo, que no supieron o no quisieron poner freno a tiempo a las maniobras de los especuladores, acuden ahora presurosos a colocar dineros públicos para cubrir gigantescas fugas hacia bolsillos privados, en una suerte de “corralón” a escala mundial, apenas menos burdo en las formas.

Una crisis ahora prolija y minuciosamente narrada por la prensa, la misma prensa que omitió informar oportunamente sobre su gestación. Políticos y periodistas faltaron igualmente a sus responsabilidades.

–Santiago González

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