“El poeta y la peste”

En 1990 unas personas conocidas entre sí, y de quien esto escribe, decidieron unir esfuerzos en la voluntad de dejar testimonio. El que puso el cuerpo fue el escritor y periodista Oscar Hermes Villordo, que se estaba muriendo de SIDA; José Luis Agromayor, que había forjado una amistad con él desde que ambos compartieran la redacción de La Prensa a comienzos de los 70, le ayudó a acomodar sus poemas, sus recuerdos, y su mensaje en algo parecido a un guión; Hugo Ferrero, que había conocido a Agromayor en la redacción de ANSA y ya había emprendido con éxito su carrera como documentalista, ordenó toda la historia en imágenes, escandidas por la presencia insidiosa de la muerte (una bailarina y el bandoneón de Camilo Ferrero, hijo de Hugo). El resultado fue una película en blanco y negro de 50 minutos, en la que Villordo habla de su homosexualidad con la brutal franqueza de quien sabe que se le aproxima la hora extrema y que los velos y las coartadas y las mentiras ya no tienen sentido. Me gusta pensar además que su experiencia de periodista le había anudado un compromiso con la verdad, y que en ese momento sintió que estaba escribiendo su crónica definitiva, aquélla por la que sería juzgado. El juicio llegó, y fue extremadamente cruel: el lobby homosexual consideró que el testimonio descarnado de Villordo iba en contra de sus propósitos proselitistas, lo repudió y lo hundió en el olvido. Lo hizo con tanta eficacia que “El poeta y la peste”, el documental sobre el que estoy hablando, es prácticamente imposible de hallar, ni siquiera en ese gran repositorio universal que es la red Internet. Me acordé del caso a propósito de las cosas que se oyeron y dijeron en el reciente sínodo católico. La proyección de esa película en las aulas vaticanas, pensé, habría ayudado seguramente a afinar algunos juicios y contrastar ciertas opiniones. –S.G.

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