Tapas de La Nación

tapasEl diario La Nación rindió menos honores en su tapa a Antonio Cafiero que a China Zorrilla. Despidió al político con el formato conveniente a una figura del espectáculo, y a la actriz con la sobriedad adecuada a una personalidad de la mayor relevancia social. La imagen que ilustra esta nota muestra las dos tapas, para que el lector vea a qué me refiero. Como detalles adicionales, el anuncio de la muerte de Cafiero comparte la franja superior del diario con un anuncio publicitario, contigüidad que lo desvaloriza; el del fallecimiento de Zorrilla arranca debidamente sobre el doblez del diario y desde su posición central domina la portada cuando se la despliega. En la confección de un diario, especialmente de su portada, nada queda librado al azar, de modo que el tratamiento diferente dado a cada una de estas personalidades resulta de lo que se llama una decisión editorial. Estas decisiones son importantes porque, como suele decirse, el periodismo es la primera versión de la historia, y cuando se escriben las sucesivas versiones se le presta atención a esos detalles. Debemos pensar entonces en las razones de esa decisión: o bien los editores de La Nación consideraron efectivamente, según su mejor saber y entender, que la actriz uruguaya ha tenido un significado mayor para la sociedad argentina que el político peronista, o bien hicieron una declaración política en favor de una clase de persona y en desmedro de otra clase de persona, o bien obraron bajo la influencia de la hostilidad con que fue recibida en las redes sociales la noticia de la muerte de Cafiero, o bien metieron la pata hasta la cintura, cosa que suele suceder en los medios más respetables. Prefiero suponer que la segunda y la tercera opción no existieron, porque ello denotaría un nivel muy bajo de profesionalismo. Pero cualesquiera hayan sido las razones del trato desparejo dado a estas dos figuras, y tomo el caso de Zorrilla como término de comparación porque fue el más reciente pero hubo otros similares, a juicio de este cronista el diario se equivocó: no hay comparación posible entre el político que atravesó toda la historia del peronismo, y que influyó, en ocasiones decisivamente, para bien o para mal —y esto sí es materia opinable–, en la vida de ese movimiento y el país todo, y la protagonista de un puñado de películas y obras de teatro (en las que, dicho sea de paso, interpretó distintas facetas de un solo personaje: ella misma). Desde que cambió su conducción periodística, La Nación mejoró sensiblemente su calidad, y es reconfortante verlo abrirse camino en áreas como la investigación y la denuncia, es atractiva la incorporación de columnistas sin solemnidad, es estimulante la variedad y el nivel de sus colaboradores. Digamos que su línea media anda muy bien. No ocurre lo mismo, me parece, por arriba y por abajo. La redacción de su edición online deja mucho que desear, y los más altos niveles de decisión editorial parecen tener problemas para discernir, como en el caso comentado, la importancia relativa de las cosas. En el mismo sentido puedo recordar que cuando murió Steve Jobs (otra vez las necrológicas…, las necrológicas obligan a la ponderación…), La Nación lo describió como el Leonardo del siglo XX. Jobs fue por cierto un genio brillante e intuitivo… del comercio: armó una clientela fiel a la marca y predispuesta a pagar cuatro o cinco veces más por un artículo similar a otros de su tipo. Leonardo, en cambio, fue uno de esos hombres irrepetibles que abarcaron todo el conocimiento de su época. La comparación propuesta entonces por La Nación es insostenible. De Jobs a Leonardo hay una distancia sideral, mucho mayor en verdad que la que hay entre Cafiero y Zorrilla.

–Santiago González

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