Un pacto técnico, no político

Llegó la hora del Pacto. Hasta ahora el clamor que los bienintencionados dirigían a la clase política era “¡Únanse! ¡Únanse! ¡Únanse!” Tomada debida nota de que todos (menos Elisa Carrió) se mantienen fieles al magisterio de Antón Pirulero, el clamor ha evolucionado ahora hacia el menos ambicioso y más realista “¡Pacten! ¡Pacten ¡Pacten!” Ahora se trata de que los políticos contrarios al oficialismo, además de seguir entretenidos en sus peleítas por el poder, tengan a bien por lo menos suscribir un conjunto de coincidencias básicas, unas políticas de estado que, una vez aprobadas, todos se comprometan a ejecutar en caso de llegar al poder y más allá de toda discusión. El periodista Pablo Rossi propuso hace unas semanas un Pacto por Argentina. El diario La Nación recogió la idea en un editorial (sin citar la fuente), y en el marco del reciente coloquio de IDEA se supo que el empresariado está trabajando en un borrador de pacto que se propone poner a consideración de los líderes políticos. Es evidente, llegó la hora del Pacto.

Sin embargo, el diablo está en los detalles. ¿De qué se habla cuando se habla de pacto? Rossi, (y La Nación, claro) ponen como ejemplo el llamado Pacto por México, suscripto por el partido gobernante, el PRI, y sus principales opositores, para asegurar la aprobación de algunas reformas básicas. El modelo propuesto es bastante desafortunado: la vida política mexicana tiene inquietantes parecidos con la argentina. El Partido Revolucionario Institucional, que gobernó ininterrumpidamente México durante 70 años, hasta el 2000, es equivalente en filosofía y práctica a nuestro peronismo. Permaneció dos turnos fuera del poder, que perdió a manos del Partido Acción Nacional, una mezcla de radicalismo con macrismo. El PAN despertó más expectativas que las que pudo satisfacer, en buena medida porque el populismo priísta impregnó la vida política mexicana tanto como el peronismo la nuestra. El PRI regresó al gobierno en 2012 de la mano de Enrique Peña Nieto, y el Pacto por México es en realidad un pacto por la eternización del PRI en el poder; el PRI ha retomado la vieja práctica de los partidos totalitarios y, ahora bajo el paraguas de un pacto, busca absorber en su seno todo el espectro político, incluso a quienes se le opusieron como lo otro. El editorial de La Nación pone como ejemplo de la eficacia del Pacto por México el haber permitido la puesta en marcha de reformas que de otro modo difícilmente habrían sido aprobadas. Menciona la reforma educativa (algo que ya era inevitable: hasta su sanción los cargos docentes eran hereditarios, tuvieran los herederos título habilitante o no, y la ahora presa jefa del sindicato de maestros Elba Gordillo era un caso extremo de corrupción desembozada), y la reforma energética (una aparentemente saludable apertura de determinadas operaciones de la petrolera estatal Pemex al sector privado, que según múltiples denuncias encubre pingües negociados para los amigos del poder); el editorial no menciona la reforma fiscal, muchos de cuyas disposiciones serían resistidas con aquí con uñas y dientes por los mismos que miran a México como modelo.

Otros pactos famosos que suelen invocarse para señalar el camino son el Pacto de la Moncloa, en España, que permitió una salida ordenada de la larga dictadura franquista, y la llamada Concertación Democrática, la coalición de partidos de izquierda y centroizquierda, que aseguró en Chile una salida ordenada de la dictadura pinochetista. Estos casos son más o menos similares, y si bien incluyeron aspectos económicos, en su mayoría se trató de acuerdos políticos tendientes a evitar que los respectivos países se destrozaran en revanchismos y venganzas insensatas; fueron inteligentes apuestas al futuro en países con economías relativamente ordenadas y sociedades relativamente educadas. De algún modo se parecen a nuestro Acuerdo de San Nicolás, al término de la dictadura rosista. Y en ningún caso sirven como modelo para ser aplicado en la Argentina de nuestros días, porque los problemas aquí y ahora son de una naturaleza completamente diferente.

El futuro gobierno va a recibir un país destrozado, desquiciado, desarticulado en todos los frentes. Seguramente muchas personas no tienen ni idea de la magnitud del daño que tres mandatos kirchneristas consecutivos le han causado al país: en su economía, en su infraestructura, en su capacidad productiva, pero también, y esto es lo más grave, en sus instituciones, en su tejido social, en su educación, en su cultura. Estos problemas son tan graves, de una dimensión tan colosal, que un solo gobierno no podrá con ellos, mucho menos si se trata de un gobierno con un único color político. El juego político es asimilable hasta cierto punto a un juego deportivo. Pero antes de empezar a jugar es necesario reconstruir el campo de juego, reparar el césped y los arcos, ponerse de acuerdo sobre el reglamento, entrenar a los jugadores, asegurar la limpieza del arbitraje y el buen comportamiento de los espectadores.

Esto no se va a lograr con vagos compromisos principistas que todos, esto es fácilmente previsible, estarían dispuestos a suscribir, sino con programas específicos de reconstrucción en cada una de las áreas dañadas por el kirchnerismo, programas con metas concretas, plazos de ejecución, y sistemas de evaluación convenidos de antemano. La situación es similar a la de un país devastado por una guerra. La Argentina ya no resiste más debates ideológicos, necesita identificar sus problemas más acuciantes, como transporte, energía, defensa, educación, demografía, seguridad o vivienda; necesita convocar lo mejor de su capacidad técnica, y necesita acordar programas factibles y sustentables aunque sea para empezar a resolverlos. No hay tiempo ni espacio para acuerdos políticos imprecisos y generalmente mentirosos; se necesitan acuerdos técnicos para reparar los daños, se necesita asegurar las bases elementales para que el país pueda volver a funcionar.

No sirven para nada los pactos políticos solemnes entre dirigentes grandilocuentes, pagados de sí mismos, y listos para posar ante las cámaras en el papel de salvadores de la patria. Son urgentes los pactos de naturaleza técnica, respaldados por las parcialidades políticas, y claramente expuestos ante la opinión pública, entre otras cosas para que cada uno sepa qué parte le va a tocar en el esfuerzo. Porque el esfuerzo compartido será inevitable, y será responsabilidad de los dirigentes hacer saber a todos y cada uno cuál fue el destino de su esfuerzo. Hay un modelo modesto pero indicativo del tipo de acuerdo que el país necesita, y es el que ofrecieron a lo largo de estos años los ex secretarios de energía que dejaron de lado sus parcialidades políticas para diagnosticar profesionalmente los problemas de su área y sugerir soluciones. Cualquier otra clase de pacto habrá de inscribirse lamentablemente en la tradición de los gestos vacíos o de las componendas como el pacto de Olivos, y no servirá sino para acelerar la marcha hacia la disolución. Quien dude que esa amenaza está en el horizonte, no tiene más que repasar el contenido del día de su diario o noticiero favorito y proyectar el cuadro hacia el futuro.

–Santiago González

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5 opiniones en “Un pacto técnico, no político”

  1. Deberíamos dejar de invocar, para establecer una comparación, a los “países normales”. Usted, que yo recuerde, no lo hace.
    No hay países normales (aunque hay países que imponen las normas); hay países que, como los individuos y los grupos, tienen su historia y sus proyectos, o su falta de proyectos.
    Pero algunos son más sanos y felices, y otros son insanos, enfermos e infelices por múltiples causas, no todas tan simplistas como una conspiración.
    Nosotros estamos soportando – mal, casi pasivamente – un ataque furibundo, en todos los órganos, de nuestros propios parásitos: los K son el grupo parasitario más fenomenal y letal de nuestra historia; y se formaron acá, al calor de nuestras políticas. Si se proyectan a futuro – un futuro próximo, por cierto – las prácticas K y sus consecuencias, el resultado es la parálisis, el quiebre, la bancarrota, la implosión.
    Su advertencia no es nada exagerada porque todo, todo lo que tocan, lo degradan, cómo los parásitos a un organismo. Y lo hacen con una gran inconsciencia, como una fatalidad, cómo un destino impreso unidireccional, con una sorprendente irresponsabilidad.
    Ahora, para defender su enquistamiento recurren, cada vez más, a la violencia, y la violencia tiene muchos caminos, y los van ensayando todos.
    Usted ya ha dedicado unas páginas a la violencia.
    Quizás sea necesario ponerla en foco una vez más, no sea cosa que – ¡una vez más! – se adueñe, gratuitamente (violencia que no conduce a nada, puramente reactiva), de la escena pública.
    Gracias por sus pormenorizadas advertencias sobre los pactos de aquí y de allá.

  2. Estimado Santiago:
    Antes de nada, Feliz cumple!… y que siga por mucho tiempo más.
    Aún si algún día nos sacamos de encima para siempre la lacra actual, siempre habrá cosas a las que prestar atención y estar atentos para levantar una voz crítica -en el buen sentido- y concientización.
    Con su imparcialidad y su mente abierta y clara, es la tarea que usted se ha tomado y espero que la continúe.

    “… Seguramente muchas personas no tienen ni idea de la magnitud del daño que tres mandatos kirchneristas consecutivos le ha causado al país: en su economía, en su infraestructura, en su capacidad productiva, pero también, y esto es lo más grave, en sus instituciones, en su tejido social, en su educación, en su cultura. Estos problemas son tan graves, de una dimensión tan COLOSAL …”
    Esta es la “madre de todas las batallas”.
    Creo que la mayoría de la gente no lo sabe, ni lo vislumbra. Sobre todo los jóvenes -y no tan jóvenes-. Es algo que no termino de entender.
    Mientras que en sociedades “normales” un -uno solo- caso de corrupción es motivo de indignación colectiva y grandes escándalos; acá tenemos dos o tres diarios y no parece importarle a casi nadie.

    ¿Hay algún candidato, pacto o alianza, capaz de hacer que la sociedad tomo conciencia de este COLOSAL daño?
    No lo creo.
    (Excepto por Carrió… pero ya sabemos que Lilita está “loca”)
    Todos buscan ser políticamente correctos. Entre bomberos tratan de no pisarse las mangueras.

    Al primer pacto al que le tengo terror, es al que van a hacer los que vengan con los que están ahora.

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