La conspiración

Si las calamidades de fin de año respondieron a una conspiración, ésta nació en la incompetencia del oficialismo para gobernar.

El gobierno seguramente esperaba un fin de año con rutilantes titulares sobre las compras en los centros comerciales y las reservas en los lugares de veraneo. Pero la tipografía de gran tamaño estuvo en cambio dedicada a narrar una imprevista secuela de descalabros, que el oficialismo sólo atinó a atribuir a los malvados designios de una conspiración.

Desde diversos pupitres ministeriales se apuntó el dedo hacia los presuntos animadores de esa conjura: el centroderechista jefe de gobierno porteño Mauricio Macri y el peronista clásico Eduardo Duhalde, fortalecidos con el improbable auxilio de los fanáticos de la secta decimonónica Testigos de León Trotski, conocida aquí como Partido Obrero.

Sin embargo, cuando se repasan una por una las calamidades que arruinaron el último mes del año, se advierte que si hubo una conspiración, ésta nació –involuntariamente, es claro– en las entrañas del propio oficialismo, en su flagrante incompetencia para gobernar, incompetencia que el difunto creador del “modelo” disimulaba a fuerza de prepotencia y billetera.

Todas las teorías conspirativas se pusieron oficialmente sobre el tapete para tratar de explicar la súbita oleada de ocupación de predios con que se abrió diciembre. Al final, el caso pareció responder a la acción de algunos avivados que ya le tomaron el tiempo a las “políticas sociales” del gobierno y esperaban obtener beneficios embaucando a los necesitados.

Estos episodios, sin embargo, pusieron en primer plano cosas que se prefiere mantener ocultas: la ausencia de una política económica, la ausencia de una política migratoria, la ausencia de una política de vivienda, y la activa presencia, en su lugar, de esa rara mezcla de barras bravas, punteros políticos y delincuentes comunes que manda y ordena en el reino de la pobreza.

A la misma incompetencia para la gestión deben atribuirse otros factores que amargaron la vida de los ciudadanos en las últimas semanas: la falta de energía eléctrica en los días de más altas temperaturas, la falta de papel moneda cuando el magro refuerzo de fin de año debía llegar a manos de los jubilados, la falta de nafta en el momento de salir de vacaciones.

Estos que acabamos de mencionar son, digamos, problemas estacionales, que se suman a los problemas estructurales igualmente debidos a la incompetencia gubernamental: la inseguridad, reflejada en la facilidad con que un grupo de delincuentes rescató a compinches presos en una comisaría, y la inflación, que vertiginosamente hunde a cada vez más gente en la miseria.

Lo que realmente conspira contra el gobierno es el estilo de gestión impuesto por Néstor Kirchner, caracterizado por la colocación de actores de reparto en los papeles de ministros y secretarios, y la concentración de todas las decisiones en su persona. Decisiones que en el mejor de los casos eran maniobras oportunistas, volantazos de corto alcance.

Su ausencia, ahora, pone al desnudo la falta de capacidad e iniciativa en el elenco gubernativo, y también la falta de políticas de largo plazo en casi todas las áreas de la gestión pública. La bonanza de la soja permitió –y lo sigue haciendo– disimular esas falencias, pero cualquier problema menor mal manejado puede hacer saltar la tapa de la olla.

Uno no quisiera estar en los zapatos de Cristina Fernández, obligada como mujer a rendir homenaje a la memoria de su esposo, y como presidente a refutarlo una y otra vez si es que quiere llevar adelante, y aun extender, su gestión. El recorte de funciones de Aníbal Fernández fue un paso más –ya hubo otros– en esa dirección.

La decisión políticamente inteligente de desarmar a la policía desalentó de entrada cualquier intento (que también lo hubo, desde la izquierda y el propio peronismo) de arrastrar al gobierno al torbellino de un enfrentamiento social con ecos del 2001. Apaciguar los ánimos y dejar actuar a la justicia también permitió resolver ordenadamente la situación en el club Albariño.

La mayor o menor fidelidad de la presidente al modelo de desgobierno impuesto por su desaparecido esposo, y su propia capacidad para imprimir alguna orientación al año de mandato que aún tiene por delante, y encontrar los colaboradores en condiciones de llevarla a la práctica, son dos incógnitas no poco importantes que habrán de develarse en los próximos meses.

–Santiago González

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