WikiLeaks, la prensa y La Nación

WikiLeaks opera como un lavador de información ilegalmente obtenida, y los medios que lo siguen prefieren la divulgación sensacionalista a la responsabilidad periodística.

La difusión pública de toneladas de información reservada, obtenida y suministrada por el sitio WikiLeaks, presupone una serie de graves cuestiones de responsabilidad periodística,  inadecuadamente atendidas por los medios que fueron sus destinatarios, y encaradas de manera subsidiaria y deplorable por la prensa argentina.

Dejando de lado las apreciaciones que justifican estos episodios relacionándolos con las redes informáticas y las nuevas formas de difusión de información, WikiLeaks no es otra cosa que un intermediario pretendidamente legal entre uno o más delincuentes y los medios, una suerte de lavador de información ilegalmente obtenida.

En un proceso judicial es tan importante la prueba como la manera en que se la obtuvo. Por cierto, no es lo mismo el periodismo que el derecho, pero un medio tiene la responsabilidad de sopesar qué valor superior de interés público puede justificar la difusión de información surgida de un robo. No parece haber sido éste el caso.

La aparición de WikiLeaks como un sitio destinado a la difusión pública de documentos reservados, tanto de fuente oficial como privada, fue saludada en su momento con gran algarabía por los comentaristas irresponsables de todo el mundo. Pero todavía nadie ha podido describir exactamente qué es WikiLeaks, qué se propone.

El lema del sitio es “We help you safely get the truth out” (Le ayudamos a sacar a relucir la verdad sin riesgos). La frase parece ser una incitación a quienes trabajan en entes públicos o privados a sustraer información, con la promesa de hacerse cargo de las consecuencias legales. (Pero un sospechoso de haber entregado datos está preso desde hace tiempo.)

WikiLeaks opera desde 2007 pero sólo cobró notoriedad en abril de este año con la difusión de un video que muestra cómo disparos de tropas estadounidenses causan la muerte de dos periodistas de la agencia Reuters. Ese video estuvo acompañado de una investigación detallada, supuestamente conducida por el sitio, sobre las circunstancias que mostraba.

Se trató entonces de un episodio concreto, y de un video que el ejército norteamericano se negaba a entregar porque atestiguaba su responsabilidad en el incidente. Había allí una cuestión de interés público que justificaba la difusión del documento, una vez certificada su autenticidad, más allá de la vía por la que se lo había obtenido.

En julio WikiLeaks publicó un paquete de casi 75.000 documentos sobre las acciones militares de los Estados Unidos en Afganistán, y en octubre otra masiva cosecha de casi 400.000 documentos sobre acciones militares en Irak. A diferencia del primer caso, WikiLeaks no aportó información propia, y fueron los diarios los encargados de vadearla.

Más allá de un puñado de cuestiones de detalle, todo ese mar de documentación no reveló nada que no se supiera, o se supusiera, de antemano. Los diarios que difundieron parte de esa información armaron un gran alboroto que duró una semana, la seguridad militar norteamericana sufrió una humillación, y todo el mundo se olvidó rápidamente del asunto.

El nuevo paquete de información obtenido por WikiLeaks no es de fuente militar sino diplomática, y reúne mensajes de ida y vuelta entre el Departamento de Estado de los Estados Unidos y casi ochenta de sus embajadas alrededor del mundo. Esos mensajes también circulaban por una red reservada, dependiente del sistema de seguridad nacional.

Aunque WikiLeaks ha prometido revelar documentación de todo origen, lo cierto es que hasta ahora su oferta se ha limitado a suministrar archivos extraídos de las computadoras de la administración estadounidense y de sus fuerzas de seguridad. En Washington se cree que la fuente de las filtraciones ha sido la misma en todos los casos.

Sin embargo, el conductor del sitio, Julian Assange, acaba de anunciar que para comienzos del año entrante se propone dar a conocer el contenido de un disco rígido con 5GB (más de 600.000 páginas) de información relacionada con un importante banco estadounidense, que muchos creen puede ser el Bank of America.

De todos modos, las actividades de WikiLeaks comenzaron a ser examinadas con un poco más de atención, y tanto el New York Times como el Washington Post publicaron semblanzas no muy halagüeñas de Assange, un australiano de 39 años, cuyo paradero es un misterio incluso para Interpol, que tiene una orden de captura en su contra.

Assange parece haber creído necesario asegurarse cierta respetabilidad y protección, y para su última diseminación documental requirió el concurso de varios reconocidos medios internacionales: The Guardian, del Reino Unido; Der Spiegel, de Alemania, Le Monde, de Francia, y El País, de España, a quienes encomendó la criba del paquete.

El Wall Street Journal y CNN rechazaron una oferta similar por no estar de acuerdo con las condiciones planteadas por Assange, lo que hace suponer que los otros cuatro sí las aceptaron. De todos modos, dado que el asunto involucraba al gobierno norteamericano The Guardian consideró prudente filtrarle a su vez el paquete al New York Times, que facilitó sus contactos con el Departamento de Estado.

De este modo, los cinco medios trabajaron en conjunto, durante meses, según dijeron sus editores, destinando más de un centenar de periodistas a la tarea de escudriñar los casi 250.000 cables intercambiados entre Washington y sus embajadas, y el resultado de esa tarea fue la primera tanda de mensajes divulgada esta semana.

Pero las cosas no fueron tan simples. Según reconocieron ellos mismos,  los editores mencionados se pusieron de acuerdo sobre los documentos que iban a divulgar, luego consultaron con el Departamento de Estado y, siguiendo su consejo, borraron de esos mensajes las partes lesivas para la seguridad estadounidense y los nombres de determinadas personas.

El trámite narrado hasta aquí viola no pocas reglas habituales del periodismo responsable. La pregunta que cabe plantearse a esta altura es cuál es el valor periodístico de esos documentos, cuál es la función social que cumple su divulgación, qué interés superior justifica la comisión de tantas maniobras de dudosa claridad.

Bill Keller, el editor del New York Times involucrado en la operación, se lo dijo a la BBC sin pelos en la lengua: “Su utilidad es limitada, en principio porque mucho de lo que hay en estos cables son cosas que ya sabíamos. Esto las saca a relucir y les proporciona cierto relieve y dramatismo, pero las cosas fundamentales ya las sabíamos”. ¿Entonces?

En las redacciones suelen recibirse materiales más o menos similares a los provistos por WikiLeaks, aunque en dosis aptas para consumo humano. El medio o el periodista entonces usa esa información, una vez comprobada su autenticidad, para orientar su investigación o su análisis, o para proveer de contexto a sus artículos.

Ese habría sido el trámite normal de los materiales ofrecidos por WikiLeaks si los cinco prestigiosos medios que los recibieron los hubiesen empleado adecuadamente. Optaron en cambio por el golpe sensacionalista, bullanguero, fugaz e inútil, y causaron un daño enorme al delicado entramado diplomático internacional.

Todas las embajadas del mundo recaban información como lo hacen las misiones estadounidenses, y en todos los países cuentan con contactos oficiosos que les ayudan a interpretar la realidad local y a formarse una idea de sus personalidades más destacadas. Ese trabajo, por obvias razones, va a ser mucho más difícil en el futuro.

Varios países que mantenían con Washington una relación mucho más fluída que la que su frente interno les autorizaba a reconocer quedaron ahora expuestos. Y son esos países, justamente, los que muchas veces juegan un papel moderador en su área de influencia. ¿A quién benefician estas divulgaciones?

Desde otro punto de vista, el público medio de cualquier parte del mundo no es muy versado en cuestiones internacionales, y habitualmente la prensa no lo ayuda  a salir de su ignorancia. La descarga de semejante paquete sobre el desprevenido lector sólo tendrá como efecto alimentar las más descabelladas teorías conspirativas.

Unos párrafos finales para la información emanada de WikiLeaks y referida a la Argentina. Dada la división del trabajo que se impusieron los cinco medios involucrados en la difusión de los cables, es poco aventurado conjeturar que la selección de la información relacionada con esta parte del mundo estuvo a cargo de los periodistas de El País.

El diario español manipuló la información de manera particularmente agraviante para la presidente argentina, y así fue divulgada por los demás medios en todos los idiomas. Por donde se busque, la información de WikiLeaks relacionada con América latina comienza con la pregunta sobre la salud mental de Cristina Fernández.

Cuando El País suministró al día siguiente información más detallada pudo advertirse que el requerimiento no era más que una cuestión de rutina. Y que en la información sobre la Argentina había aspectos mucho más sustanciales e interesantes de conocer, más allá de que su divulgación “en bruto” haya resultado imprudente y dañina para el interés nacional.

Al parecer, los editores del diario del grupo Prisa –que nunca demostró simpatía por los Kirchner– no tuvieron para con la presidente y el gobierno argentino las mismas consideraciones que ellos y sus cuatro reputados colegas tuvieron con el Departamento de Estado norteamericano. Fustigaron a la presidente y aprovecharon el ángulo sensacionalista.

Al menos en esta primera tanda, El País incluyó información relacionada con países de menor relevancia continental que la Argentina: Honduras, Paraguay, Bolivia, y hasta alguna referencia ya histórica a Panamá (los cables filtrados se remontan a 1986), pero no hubo una palabra sobre Brasil, ni sobre Chile, ni sobre México, ni sobre Perú.

Resultó penoso observar cómo el diario La Nación, el socio local de El País, aceptó comprar esa información de segunda o tercera mano, y comerse las manipulaciones del diario español con carnada, anzuelo, línea y caña. A menos que su postura opositora al gobierno lo haya impulsado a suscribir los agravios, lo que sería aún más penoso.

–Santiago González

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7 opiniones en “WikiLeaks, la prensa y La Nación”

  1. Creo que es importante que un medio sin control como es la Internet sirva para destapar las ollas de lo que se cocina a nuestras espaldas, aunque coincido con Ud. que la difusión de los cables diplomáticos fue un error. Ahora es el turno de WikiLeaks de demostrar si son una herramienta para asistir a la libertad de expresión, o gente que revisa la cartera de las señoras, a ver qué encuentra.

    1. Aunque no soy muy optimista sobre el papel de WikiLeaks, acepto la idea de que a nadie hay que negarle una segunda oportunidad. Gracias por visitar este sitio.

  2. Estimado Sr. González:

    Su alarma en cuanto a la conducta del diario La Nación es justificada: opino que decidió dar trascendencia a información, en el mejor de los casos, interesante (en el peor, banal) en razón de su propio catálogo de intereses. El Sr. Assange bien puede ser calificado de estafador profesional de poca monta: mayor revuelo causó una sola revelación de la durante muchos años secreta fuente de los periodistas del Washington Post que las cientos de miles de páginas de chismes que son hasta hoy la comidilla de la prensa no especializada. Es más que probable que el Sr.Assange forme parte de una campaña de confusión y desinformación destinada a perjudicar la imagen de Obama y de hacer llegar alguna que otra reprimenda a líderes obedientes a Washington pero con temperamento díscolo. Que se revele, a estas alturas, que la monarquía saudí teme al expansionismo de Irán es comparable a entregar a las rotativas el plan de batalla de Napoleón en Austerlitz. Más que seguramente, de la tediosa saga del Sr. Assange y su mediático martirio surgirán libros, entrevistas, novelizaciones y films; todo esto engrosará sus arcas y las de las alicaídas industrias del entretenimiento en más de un punto del globo. Muchas gracias.

    1. Coincido. La mención de WikiLeaks como un lavador de información e intermediario con delincuentes es algo que escapa al común de las mentes, me incluyo. A veces nos dejamos llevar atolondradamente por la corriente sin detenernos a pensar. Gracias.

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