Islamofobia para principiantes

Todo lo que usted necesita saber para aborrecer a los mahometanos como Dios manda

  1. Islamofobia para principiantes
  2. El Expreso de Oriente
  3. Gallipoli
  4. Una bandera en el desierto
  5. Promesas del Oeste

iznogudAtroces videos de decapitaciones en el desierto, sangrientos atentados en las más desprevenidas ciudades, terroristas suicidas entre los que hay mujeres y niños, refugiados que llaman a las puertas, y puertas que se les cierran porque nadie sabe si entre ellos se ocultan aviesos enemigos: estas imágenes cada vez más frecuentes, cada vez más intensas, más amenazantes, han generado un agitado clima de islamofobia que se extiende por todo el Occidente. Los medios dibujan la identidad entera de un pueblo y de una religión a partir de unos actos terroristas. Un velo o un turbante suscitan miedo, ira, reacciones histéricas. Nadie se siente seguro.

Es una guerra, declaran unos. El Islam ataca, está en su naturaleza, dicen otros. Son atrasados, ignorantes y fanáticos, braman por aquí. Vienen por nuestra fe, nuestra cultura, nuestros valores, advierten por allá. Choque de civilizaciones, dictaminan seriamente los eruditos. Puras tonterías, estimados lectores, una islamofobia de pacotilla, nutrida de ignorancia, prejuicios, medias verdades y mentiras deliberadas. Cada cual tiene derecho a ejercer la fobia que le plazca, pero también el deber de hacerlo a conciencia. Si vamos a abrazar la islamofobia, hagámoslo seriamente, con conocimiento de causa, y no a la bartola, sobre tres o cuatro necedades mal informadas o mal intencionadas.

Dejemos que la mirada descienda sobre Europa, que a juzgar por lo que dice la gran prensa se encuentra en el ojo del huracán, doblemente amenazada por la violencia terrorista y por el aluvión de inmigrantes islámicos, una bomba dinamitera y una bomba demográfica. El Islam, dicen aguerridos periodistas, le ha declarado la guerra a Occidente y comienza por Europa, ablandada por una corrección política que le impide reaccionar. Pronto las mezquitas reemplazarán a las catedrales, los almuédanos a las campanas, y las mujeres quedarán veladas tras las burkas. ¡Es necesario reaccionar a tiempo! Bueno, sí, pero la prudencia aconseja examinar primero si lo que dicen estos publicistas se corresponde con la realidad de las cosas: la prensa viene muy desacreditada últimamente.

Los Montoneros argentinos podían mejorar esa marca en dos o tres mesesDesde que produjo el primer atentado en suelo europeo en julio de 1980, hasta el presente, el terrorismo islámico causó unos 800 muertos. Un promedio de 25 muertos anuales no parece muy alto para unos terroristas supuestamente empeñados en destruir Occidente: los Montoneros argentinos podían mejorar esa marca en dos o tres meses sólo para voltear una dictadura militar. Tampoco impresiona si se lo compara con las 35.000 muertes causadas cada año en Europa por los accidentes de tránsito, o con las 7.000 relacionadas con el consumo de drogas, tan rutinarias ellas que a nadie le importan. Si los europeos se sienten realmente en peligro deberían tomar las armas contra las automotrices y ser mucho menos tolerantes con el narcotráfico: en términos de salvar vidas, los sarracenos bien pueden quedar para después. Pero acá no se trata de salvar vidas, claman los columnistas desde sus escritorios, sino de salvar un estilo de vida, una cultura. Muy bien, cada uno tiene sus prioridades; sigamos entonces.

Alarma comprobar que un tercio de las víctimas del terrorismo islámico se produjeron en los últimos dos años, lo que eleva el promedio anual para ese lapso a un nivel comparable con el de las víctimas fatales del delito común en el gran Buenos Aires. Decir esto no implica desconocer que los atentados islámicos en Europa han aumentado en número y en violencia. Implica sí ponerlos en perspectiva, para apreciar mejor su dimensión y también para dilucidar su razón y sus propósitos: esos atentados no han sido dirigidos hasta ahora contra la infraestructura (como habría sido el caso si tuvieran algún propósito militar) ni contra objetivos religiosos cristianos ni judíos (como habría sido el caso si se tratara de alguna guerra santa); se diría que están más bien encaminados a crear pánico entre la población europea, interés entre la población árabe, e impacto en la prensa. Si algún propósito tienen, es la propaganda: han hecho correr más tinta que sangre.

Me refiero, claro está, a los atentados planificados para lograr un efecto político, y no a los cometidos por cuentapropistas trastornados como los que asesinaron a un sacerdote octogenario en Francia. La gran prensa le ha dado a esos infelices el temible rótulo de “lobos solitarios” y sus acciones son reivindicadas como propias por las organizaciones terroristas para dar la impresión de que todo responde a un gran plan, lo que multiplica el miedo de la población y estimula a los imitadores. Me refiero, además, exclusivamente a los atentados cometidos en Europa. Los mahometanos muestran cierta inclinación a dinamitarse devotamente unos a otros a lo largo y a lo ancho del mundo, pero ése es otro problema, que les incumbe a ellos. La gran prensa mezcla todo en una misma olla para que el guiso parezca más abundante, y uno no puede dejar de pensar que lo hace a propósito: no hay otra explicación para este insano empeño por meter miedo entre los ciudadanos occidentales.

Los árabes no emigran para mejorar el nivel de su vida, sino para salvarlaOcupémonos ahora del otro explosivo, la bomba demográfica. Si uno se atiene a lo que lee en la prensa, se imagina un aluvión inmigratorio que embiste contra los muros de Europa y amenaza con derribarlos; presume que ya la mitad del viejo continente viste burka o se inclina hacia La Meca a determinadas horas del día. Pero las cifras, el gran enemigo de cualquier relato, dicen otra cosa: dicen por ejemplo que la inmigración musulmana a Europa fue mayor en la década de 1980 que en la actualidad, y que al día de hoy los musulmanes representan menos del seis por ciento de la población europea. Son muchos, pero no son tantos. Los árabes, en general, son afectos a su tierra, a su religión y a sus costumbres y no emigran voluntariamente para mejorar su nivel de vida, sino a la fuerza para salvar su vida.

La prensa le crea a uno también la sensación de que el mundo islámico se está mudando en masa a Europa, pero allí reside, casi sin variación desde la década de 1950, entre el 2 y el 3 por ciento de la población islámica mundial. Es cierto que esa estabilidad porcentual oculta un aumento constante, dado el desigual crecimiento demográfico entre musulmanes y europeos. Es cierto que las guerras civiles en el mundo árabe generan una marea de desplazados que buscan refugio en Europa, y lo encuentran. Es cierto también que los recién llegados pretenden vivir en el país de adopción según las pautas culturales del país de origen, pretensión alentada por su concentración en determinados barrios y bastante comprensible: habiendo perdido todo lo que normalmente sirve para sostener una identidad, ¿sobre qué apoyarla como no sean las costumbres o las creencias? Todo eso es cierto, pero no es grave.

Tanto el terrorismo islámico como la inmigración islámica son problemas para Europa, pero no tan grandes como se pretende ni tan insolubles. Es su combinación la que hace difícil para los líderes europeos darles una respuesta política. Si atacan las madrigueras del terrorismo islámico en el medio oriente, temen engrosar las columnas de refugiados que les golpean a la puerta; si frenan la inmigración e impiden la islamización de las costumbres en los guetos, temen incentivar las reacciones violentas que les tiran la puerta abajo. Y si el temor los paraliza consiguen los mismos efectos negativos, pero sumados, y el problema no se resuelve. Tal vez la idea sea ésa: que los problemas parezcan más grandes que lo que son, y que no se resuelvan, lo que garantiza un estado de agitación social y de debilidad política constante. Algunos podrían beneficiarse de ese estado. Probablemente los mismos que hablan de choque de civilizaciones cuando la realidad nos muestra poco más que un guardabarros abollado, y tal vez un farolito roto.

Que Occidente ha sido y es la ruina del mundo islámico es un dato históricoEuropa se encuentra por cierto en una situación compleja, de la que por otra parte es la única responsable. Sus líderes engreídos y torpes, los mismos que mandaron a millones de sus propios ciudadanos a la muerte en la primera gran guerra y echaron las bases de la segunda, decidieron hace ochenta años meter la mano en el mundo islámico sin que nadie los llamara. Desde entonces, esa parte del mundo no ha conocido la paz: sus muertos también se cuentan por millones, lo mismo que sus desplazados, sus desposeídos. Que el Islam sea una amenaza para Occidente no es más que una hipótesis de trabajo, que Occidente ha sido y es la ruina del mundo islámico es un dato histórico. Todos los conflictos graves existentes en la región tienen su origen directo o indirecto en la intromisión continua de Europa y, desde la segunda guerra, también de los Estados Unidos, en la vida política del medio oriente.

Cualquier acción violenta del Islam hacia Occidente no debería ser vista en principio como una agresión o un ataque, sino en todo caso como una represalia o un contraataque, una respuesta como la del mameluco naranja que vincula las aberrantes decapitaciones del ISIS con las aberrantes torturas de Guantánamo. No nos odian por lo que somos, nos odian por lo que hacemos, concluyó un experto estadounidense. Y sin embargo, resulta difícil explicar el terrorismo islámico como un ejercicio de venganza: si lo fuera, resultaría bastante módico. Más que en la venganza, la cultura árabe confía en la justicia divina, y la espera con calma y certidumbre, con fatalismo: Siéntante a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo, dice su famoso proverbio.

Algunos comentaristas apuntan a una presunta naturaleza agresiva y expansionista del Islam, a un feroz fanatismo religioso que en modo alguno está corroborado por los hechos. Si de violencia religiosa se trata, las otras religiones del Libro no le van en zaga. En todo caso, los mahometanos son más feroces en sus disensos internos, como los que desde la muerte del Profeta los separan en sunitas y chiítas. El terrorismo islámico no es venganza ni proselitismo religioso: parece seguir una lógica propia cuyo sentido es necesario desentrañar si lo que se pretende es una islamofobia como Dios manda. Una forma de hacerlo es seguir el rastro de los insumos típicos de todo terrorismo: la ideología, la militancia, el dinero y las armas.

Ese rastro se remonta en el tiempo. Pero no es necesario ir demasiado lejos, menos de un siglo atrás, hasta la disolución del Imperio Otomano y las entretenidas aventuras del legendario Lawrence de Arabia. Se trata de hechos relativamente recientes, de los que guardan en la memoria los más viejos de la casa, aunque los hayan recibido de oídas. (Continuará.)

–Santiago González

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