Gallipoli

Europa inició en los Dardanelos la liquidación del Imperio Otomano; pero allí nacieron una república y un héroe nacional

  1. Islamofobia para principiantes
  2. El Expreso de Oriente
  3. Gallipoli
  4. Una bandera en el desierto
  5. Promesas del Oeste

 

gallipoliHacia 1915, el Imperio Otomano, que durante siete siglos había preservado la integridad del mundo islámico de la voracidad colonial, se encontraba en un proceso de vertiginosa desintegración; uno tras otro, los territorios y pueblos que antes controlaba se declaraban independientes a instancias de las potencias europeas, que pasaban a administrarlos directa o indirectamente; sus ejércitos estaban agotados por las incesantes batallas; la población vivía en un tembladeral, empobrecida y enlutada por las migraciones forzosas y las limpiezas étnicas que causaron millones de muertos, musulmanes y no musulmanes, por la peste o la violencia; la dirigencia imperial afrontaba además el reto de una nueva generación que le cuestionaba su derecho al poder y pretendía modernizar el país, separando la administración del estado de las cuestiones religiosas.

El gobierno británico consideró que había llegado el momento de dar el tiro de gracia al Imperio, despejar el camino hacia los ricos yacimientos petroleros del medio oriente, y asegurarse el control de las rutas comerciales a las colonias de Asia y África. Pensó también que un ataque a los otomanos estaría históricamente justificado por su alianza con Alemania, y que una acción semejante obligaría a las potencias centrales a distraer recursos en un segundo frente. Inglaterra y Francia enfrentaban un devastador empate bélico en el centro de Europa, que cobraba vidas al por mayor pero no desequilibraba la situación. Para sacar provecho de un segundo frente había que conseguir tropas de otro lado, y por eso la corona británica llamó a filas a los súbditos del Commonwealth y los reunió en el ANZAC, sigla inglesa que identificaba al Cuerpo de Ejército de Australia y Nueva Zelanda

Siguiendo una estrategia basada en informes de inteligencia, los británicos y los franceses decidieron invadir el estrecho de los Dardanelos, que conecta el Mar Egeo con el Mar de Mármara, y que les permitiría un acceso directo a Estambul, la capital turca, y a Rusia, su aliada circunstancial. Llevaron unos barcos viejos y desembarcaron en la península de Gallipoli (del griego kalípolis, ciudad hermosa) que dibuja la costa septentrional del estrecho. Allí tuvieron su bautismo de fuego las tropas del ANZAC y allí nada salió como se esperaba. Los turcos opusieron firme resistencia, y al cabo de ocho meses de combates los aliados invasores no habían logrado doblegarlos. Reconociendo su fracaso, optaron por retirarse. Cada bando habia dejado en el campo de batalla cincuenta mil muertos y obtenido distintas cosas a cambio. Los turcos encontraron un líder y retemplaron su espíritu nacional. Las potencias coloniales tuvieron que redefinir su estrategia para la región.

Los aliados habían planeado apoderarse de la península con un ataque naval, para luego desembarcar y seguir su marcha triunfal hacia Estambul. Pero tropezaron con las minas que los turcos habían sembrado en el estrecho y con el fuego de la artillería costera, que los obligó a desistir luego de haber perdido varias naves. Entonces pasaron directamente al desembarco, para seguir adelante con su plan. Tuvieron la mala suerte de que una de las unidades militares turcas más cercanas estuviera a cargo de Mustafá Kemal, un teniente coronel de 34 años que ya había dado pruebas de su talento en el campo de batalla, primero en Libia y luego en los Balcanes. Anticipando correctamente los movimientos del enemigo, improvisando tácticas y estrategias, desoyendo órdenes de la superioridad exigiendo todo de sus hombres1, asumiendo el comando del frente de batalla, su actuación fue decisiva para forzar la retirada de los invasores.

Aunque la victoria en la península no evitó que a la larga los aliados se apoderaran de Turquía, Kemal emergió de la campaña de Gallipoli como un genio militar y un héroe nacional. Seguiría luchando contra los aliados en 1916 en el Cáucaso, en 1917 en Siria y en 1918 en Palestina. Según un comandante inglés, fue el único general turco nunca derrotado en combate. En 1918 viajó a Alemania, visitó el frente, se convenció de que las potencias centrales iban a perder la guerra, y así se lo dijo al kaiser Guillermo. Al año siguiente los aliados tomaron el control de la Anatolia y ocuparon Estambul; aunque ejercían efectivamente el poder sobre esos últimos restos del Imperio Otomano, curiosamente no desplazaron al sultanato ni disolvieron su ejército. Kemal aprovecharía las dos cosas para labrar su ascenso al poder.

El sultanato había encomendado a Kemal reorganizar lo que quedaba del ejército imperial. Él hizo lo que se le pedía, pero además declaró públicamente que la independencia de Turquía estaba en peligro, tomó distancia del gobierno, y organizó un movimiento de resistencia a la ocupación. El sultán ordenó su arresto y condenó a muerte a Kemal; enseguida, tal vez sin darse cuenta, se condenó a sí mismo al allanarse vergonzosamente a las demandas de los aliados y firmar el Tratado de Sèvres, por el que las potencias coloniales se repartían no ya los antiguos territorios del Imperio Otomano sino la meseta Anatolia que los turcos consideraban como su propia patria. Mientras en las ciudades turcas se multiplicaban las protestas contra la presencia inglesa y la falta de reacción del sultán, militares y civiles conspiraban en reductos clandestinos para traducir la protesta en hechos. Allí brindaban a la salud de Kemal, que ya empezaba a ser llamado Atatürk, padre de la patria, y coreaban emocionados Hey onbeşli, onbeşli, la triste canción de despedida a los jóvenes que marchan a morir en la guerra.

El tratado de Sèvres nunca llegó a aplicarse porque el pueblo turco guiado por Kemal, que había formado su propio gobierno en Angora, se levantó contra el dominio extranjero. Los británicos incitaron a griegos y armenios, viejos enemigos de los turcos, a invadir la meseta, sobre la que también tenían reclamos territoriales. La guerra de los turcos por asegurar su independencia se prolongó hasta 1922. Kemal no tuvo problemas en aplastar rápidamente a los armenios, especialmente gracias a la inesperada ayuda de Rusia, que desde la revolución de 1919 había roto los vínculos con sus antiguos aliados europeos. Los griegos le dieron más trabajo, y su expulsión sólo se completó en 1922 cuando Turquía recuperó el control de Esmirna. Un mes después se iniciaron unas negociaciones con las potencias europeas que concluirían al año siguiente con el Tratado de Lausana, donde se reconocía plenamente la soberanía política, económica y militar del país.

Kemal proclamó la República de Turquía y abolió el califato, separando de hecho el liderazgo espiritual del liderazgo político. Finalmente, el viejo proyecto de la élite turca con vocación europea orientado a modernizar y secularizar el país lograba ponerse en marcha sin la oposición de la fracasada jerarquía clerical, y con un apoyo popular menos asociado a la idea de un imperio de matriz confesional que a la de un nacionalismo templado en el campo de batalla. Las reformas puestas en marcha por el padre de la patria echaron las bases de la Turquía moderna, y prevalecieron hasta el presente. Ahora nuevos vientos que soplan del sur las ponen nuevamente en entredicho, cuando la nación no ha cumplido todavía su sueño de ser recibida en el concierto europeo.

La guerra desatada por las potencias occidentales contra el Imperio Otomano, en su ambición de dominar las rutas comerciales y tener libre el camino hacia los yacimientos petroleros del medio oriente, causó a los turcos centenares de miles de bajas, entre muertos, heridos y desaparecidos, las primeras de los muchos millones de bajas sufridas en el último siglo por los pueblos islámicos. El torbellino desatado en la península Anatolia arrastró también a griegos y armenios, que sufrieron muertes incontables por las balas, las deportaciones y la peste. Las bajas de ingleses y franceses, los promotores del conflicto, fueron escasas en comparación: lograron que otros, por cierto griegos y armenios, pero también sus parientes pobres, irlandeses, australianos y neocelandeses, pusieran el cuerpo por ellos, para promover sus intereses.

Gallipoli, la hermosa ciudad, el punto de partida de toda esta contienda, fue, como a veces sucede en la historia, a la vez partera y sepulturera: en sus trincheras cayó abatido el Imperio Otomano pero alumbró también la República de Turquía. Y además Australia y Nueva Zelanda encontraron en esas tierras lejanas el nacimiento de su conciencia nacional. Países del Commonwealth que nunca lucharon por su independencia ni tuvieron grandes capitanes ni batallas, hicieron del 25 de abril, cuando se iniciaron las acciones en la península turca, su día de orgullo patrio.2 Este contrapeso entre muertes y nacimientos no se daría en el vecino medio oriente donde, como parte de una misma estrategia, las potencias europeas habían desatado en forma paralela una violenta tragedia de engaños, traiciones y más muertes.

–Santiago González

  1. “No les ordeno combatir, les ordeno morir: mientras vayamos cayendo otros llegarán para reemplazarnos”, dijo en un momento Kemal a una unidad a su cargo que ya había agotado las municiones y sólo contaba con sus bayonetas. Nadie lo desobedeció: la guerra contra las potencias coloniales había sido declarada guerra santa por el califato, y según el islam, quienes mueren en una jihad van directamente al paraíso. []
  2. Atatürk se referiría sin rencores a los jóvenes del ANZAC caídos en Gallipoli: “Para nosotros no hay diferencia entre los Johnnies y los Mehmets ahora que descansan lado a lado en ésta nuestra tierra… Que las madres cuyos hijos fueron enviados desde lejanos países sequen sus lágrimas: sus hijos yacen ahora en nuestro seno, y están en paz. Habiendo perdido su vida en esta tierra, se han convertido también en hijos nuestros.” []

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