Héroes de Malvinas

La detestable dictadura militar que gobernaba la Argentina en 1982 envió a la muerte a 649 hombres caídos en hechos de guerra; la acariciada democracia recuperada en 1983, sus líderes políticos, sus formadores de opinión, y buena parte de la sociedad, enviaron a la muerte a casi 550 veteranos que se la procuraron por propia mano, sucumbiendo al abandono, el desprecio y el olvido.

A treinta años de la guerra de Malvinas, un grupo de intelectuales ha emprendido la tarea de demoler y sepultar a quienes encontraron las fuerzas para mantenerse en pie, arrojándolos a la condición de víctimas de la dictadura, infligiéndoles la última humillación, despojándolos del sentido del episodio que protagonizaron y que les marcó dramáticamente la vida.

Siguiendo una política iniciada por Raúl Alfonsín y continuada luego por sus sucesores, lo que se dice una auténtica política de estado, los combatientes de Malvinas han sido sistemáticamente condenados al ostracismo, el ocultamiento y la invisibilización. Estos intelectuales pretenden ahora clavar el último clavo en ese ataúd de la ingratitud y la desmemoria.

El aplauso de reconocimiento que se le brinda espontáneamente a un equipo deportivo derrotado con honor le fue negado con pertinacia a lo largo de estas tres décadas a quienes pusieron en juego sus vidas para mantener en pie la bandera nacional en un territorio arrebatado. Ninguna nación que merezca ese nombre comete semejante acto de injusticia.

Cuando el Reino Unido devolvió los prisioneros de guerra, la dictadura militar los recibió de noche y a escondidas los remitió a sus pueblos y a sus familias. El gobierno democrático los ignoró y los abandonó a su suerte. Muchos no pudieron dominar los fantasmas que los atormentaban, la falta de sentido: en extremo simbolismo, uno se arrojó desde el Monumento a la Bandera.

Otros buscaron la manera de apoyarse entre sí, y así surgieron las decenas de asociaciones de veteranos distribuidas por todo el país. Los que vivimos esa época recordamos la penosa escena de los ex combatientes ofreciendo en la vía pública adhesivos, banderitas y escudos con el tema Malvinas a fin de recaudar fondos para sostener esas agrupaciones.

También recordamos la buena acogida del público, a despecho de la política oficial de desmalvinización, tendiente a desvalorizar y degradar todo lo hecho por las tropas argentinas en las islas, a poner el acento en los hechos aberrantes de algunos oficiales flojos de tripas que escondían su propio miedo agrediendo a los conscriptos bajo su mando.

Los formadores de opinión, oportunistas de todas las épocas y de todas las circunstancias, con las honrosas excepciones del caso, habían saltado rápidamente del triunfalismo de la revista Gente a la autoflagelación de Los chicos de la guerra. La visión ponderada de las cosas no es el fuerte de los dirigentes ni de los pensadores ni de los responsables de los medios locales.

Fueron fuentes inglesas las que permitieron a este cronista conocer casi apenas terminada la guerra el comportamiento ejemplarmente eficaz de los pilotos de la Fuerza Aérea; fueron fuentes inglesas las que compararon los informes oficiales sobre la marcha del conflicto para concluir que los emitidos en Buenos Aires habían sido más veraces que los difundidos en Londres.

La guerra “limpia” iba a correr la misma suerte que la guerra “sucia”: medias verdades, ocultamientos, manipulaciones políticas para obtener ventajas circunstanciales. El Informe Rattenbach salió a la luz oficiosamente, y de él sólo se leyeron las partes que ayudaban a denigrar la acción militar en Malvinas.

Los veteranos no encontraron contención ni espacios de diálogo y reflexión ni siquiera en las armas para las que habían servido. Fueron sus asociaciones las que les permitieron reconstruir sus vidas, recuperar el equilibrio emocional necesario para reinsertarse en el mercado laboral y lanzarse a la apuesta vital de formar una familia.

También en el seno de esas asociaciones pudieron construir el sentido de la experiencia límite que habían vivido, y a partir de ellas hacer partícipe a la sociedad de ese sentido, a través de escritos, memorias, charlas y exposiciones, no para hacer apología de la guerra sino para explicar a quienes nunca podrían saberlo qué significa arriesgar la vida por la patria.

La declaración emitida ahora por un grupo de intelectuales apunta directamente a destruir ese sentido. Le desconoce “a los soldados y oficiales que allí murieron una condición heroica”, implícitamente se la niega todavía más a los que sobrevivieron, y dictamina en cambio que “han sido básicamente víctimas” de la dictadura militar que los arrojó a la guerra.

El heroísmo, si existió, en todo caso fue una cuestión individual. “No se trata de negar que muchos de ellos hayan tenido, en lo personal, comportamientos heroicos (muchos fueron ejemplarmente solidarios con sus compañeros)”, dicen textualmente en su documento. En Malvinas, quieren decir en realidad, nadie luchó ni murió heroicamente por la patria.

Con arrogancia suprema, estas personas se atribuyen el derecho de interpretar y juzgar la experiencia intransferible de quien ha estado en combate, agonizando de frío en una trinchera húmeda, su vida confiada al arma que lleva en la mano y al compañero que tiene al lado, y sacando fuerzas de una causa superior, en la que necesita creer para sobrevivir.

En su documento, los intelectuales comienzan por negarle entidad a esa causa (“es la causa Malvinas que se está reivindicando, como si fuera una causa justa en ‘manos bastardas’ “, dicen). Para los firmantes, la pretensión argentina de recuperar lo que los ingleses usurparon en 1833 es apenas un embeleco resultante de un trasnochado “nacionalismo territorial”.

Con ese dictamen arbitrario, al que dedicaremos oportunamente un análisis separado, los pensadores derrumban todo el edificio de sentido que los veteranos pudieron haber levantado para sí y para quienes cayeron en las islas. Y una vez derrumbado el sentido ya no hay heroísmo posible.

“La heroicidad supone una gesta –dicen–, el triunfo o la derrota en una pugna fundada en valores que se comparten y en virtud de los cuales se sostiene nuestra comunidad política”. Para estos intelectuales la recuperación de Malvinas no es un valor compartido por los argentinos, la guerra fue nada más que el delirio de un borracho, y los combatientes meras víctimas de ese delirio.

Estos intelectuales pasan olímpicamente por alto que para un soldado que sintió las balas silbando a su alrededor, que se lanzó al ataque con un coraje que no sospechaba, que defendió su posición más allá de lo que indicaba la prudencia, para el que cada instante pudo ser el último instante, no hay nada más humillante que la pretensión de convertirlo en víctima.

El capitán de navío Héctor Bonzo, comandante del crucero General Belgrano cuando la nave fue hundida por un torpedo británico, se negó siempre a aceptar la idea defendida por los políticos de que la acción del submarino enemigo hubiese sido un crimen de guerra. “Crimen de guerra, nunca. Fue un hecho de guerra. El crimen es la guerra”, dijo con orgullo de hombre de armas.

Bonzo tenía las ideas más claras que esta veintena de intelectuales juntos. El crimen es la guerra. Y una cosa es juzgar las motivaciones de quienes decidieron la guerra, otra cosa es discutir la razonabilidad del conflicto que se buscó resolver por las armas, y otra muy distinta negarle entidad de combatientes a los que efectivamente estuvieron trabados en combate.

Los soldados de Malvinas tuvieron un primer reconocimiento oficial bajo el gobierno de Carlos Menem, que ordenó erigir el monumento a los caídos en la plaza San Martín y asignó a los veteranos una pensión, y luego bajo el gobierno de Néstor Kirchner, que triplicó esa pensión (alimentando las pretensiones espúreas de quienes jamás pusieron un pie en las islas).

Pero nunca se les permitió hacerse visibles. En el desfile militar del Bicentenario, el 22 de mayo de 2010, una veintena de ex combatientes se incorporó de hecho a la marcha, y desplegó ante la mirada despavorida de las autoridades una bandera con la inscripción Gloria a los 649 héroes de Malvinas.

El público en cambio les ofreció un aplauso cálido y solidario. “Ojalá este desfile de veinte veteranos sea el prolegómeno de aquel desfile multitudinario de combatientes de Malvinas que la sociedad argentina les adeuda desde 1982”, escribió entonces el periodista Nicolás Kasanzew al relatar el episodio.

Para los intelectuales firmantes del documento comentado no hay tal deuda: los combatientes, vivos o muertos, son víctimas, adecuadamente descriptas por las fúnebres cruces con las que el kirchnerismo evocó la guerra de Malvinas en la reseña histórica que escenificó en esa misma celebración del Bicentenario.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 6; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

2 opiniones en “Héroes de Malvinas”

  1. Éste artículo me interesa mucho. Pero cada vez que me meto muy de lleno en Malvinas y me pongo a reflexionar en profundo, pienso en todos los jóvenes (muchos correntinos) que mandaron a la guerra, engañados con mentiras y sin saber la decepciones que produciría el gobierno y las fuerzas armadas de aquella época, y como murieron luchando por su patria, peleando con fusiles de mierda de la segunda guerra mundial y con la merienda de un mendigo en la panza… y me hace mal.

    En algún futuro no muy lejano me voy a sentar a leerla.

    1. Esta nota fue escrita pensando precisamente en jóvenes como los que usted describe, para que no se los olvide ni se los confunda con los altos mandos militares de la época ni se los convierta en víctimas. Lo mínimo que les debemos es la dignidad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *