Héctor Bonzo (1932-2009)

El comandante del crucero General Belgrano supo estar a la altura de las circunstancias cuando le llegó el momento

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Hay hechos que marcan la vida de una persona al punto de ordenar su pasado y definir su futuro. El capitán de navío Héctor Elías Bonzo comandaba el crucero General Belgrano cuando el submarino inglés Conqueror lo echó a pique, en la acción más cruenta y más cruel de la guerra de las Malvinas, y ese hecho le marcó la vida.

Hasta ese momento, como marino profesional y disciplinado, había cumplido con eficacia las órdenes de la superioridad. Tan pronto los dos torpedos hirieron de muerte a su nave, fue sólo él y su circunstancia. Bonzo estuvo a la altura de esa circunstancia, que es más de lo que puede decirse de muchos argentinos que han tenido posiciones de liderazgo en las últimas décadas.

Una tripulación bien entrenada supo lo que tenía que hacer, y protagonizó una operación de salvataje sin muchos puntos de comparación en el mundo. Antes de abandonar su buque agonizante, el capitán Bonzo se aseguró de que todos los sobrevivientes estuviesen en las balsas. Dedicó el resto de sus días al cuidado de esos hombres y de la memoria de su nave.

A los 15 años ingresó a la Escuela Naval Militar de Río Santiago, atraído por un aviso en el diario La Prensa y más interesado, según sus palabras, en la vida disciplinada que en la aventura de lanzarse al mar. Recorrió todas las etapas del escalafón hasta llegar a la comandancia del crucero Belgrano en noviembre de 1981.

Cuando estalló la guerra el 2 de abril de 1982 su barco estaba en puerto sometido a trabajos de mantenimiento. Sólo pudo zarpar el 16 de ese mes, con 1093 tripulantes a bordo, y con la misión de patrullar las aguas del Atlántico sur. Convencido de la inevitabilidad de la guerra, el 23 dirigió su nave a Ushuahia para reabastecerla y recibir indicaciones estratégicas.

Vuelto al mar, mantuvo las tareas de patrullaje hasta que el 1 de mayo comenzó a navegar hacia las islas, como parte de una operación de pinzas en torno del archipiélago que tenía su otro brazo en el portaaviones 25 de Mayo, que navegaba por el norte. La operación se frustró porque la falta de viento impidió operar a los aviones del 25 de Mayo.

“La dotación estaba preparada para el combate tanto como para la tragedia”“Yo di la orden de ataque el 1 de mayo”, relataría en el 2001 a La Nación el vicealmirante Juan José Lombardo, que comandaba las operaciones navales. “Cuando una fuerza como la inglesa se expone a desembarcar es el momento clave de peligro y toda la estrategia es para defender a la gente que desembarca. Entonces van a poner a todos sus elementos, incluidos los submarinos, a defender esa posición.

“Ese era el momento que debíamos aprovechar para hacer algo. No atacar ahí, porque antes que llegáramos nos iban a hundir con los submarinos. Era el momento de pensar en atacar algún transporte, algún buque averiado. Entonces tres grupos de ataque se abren hacia el Oeste para envolver y buscar buques perdidos. Seis horas después mando un nuevo mensaje a Allara (el jefe de la flota de mar): no hay desembarco, serio peligro para sus buques, retírese”.

Bonzo recibió entonces la orden de torcer rumbo hacia el continente a la espera de una nueva misión. Pero el submarino Conqueror ya lo venía siguiendo desde las profundidades. Los ingleses conocían las intenciones de la flota argentina. Neutralizado el portaaviones por el clima, dirigieron su poder de fuego contra el Belgrano, exactamente a las 16:01 del 2 de mayo.

“La dotación estaba preparada para el combate tanto como para la tragedia y a mi me constaba su alta moral y la capacidad para vencer dificultades, valores incomparables en una emergencia… Y ese momento había llegado”, recordaría el comandante. “La primera medida que dí fue tirar las balsas al agua, pero no el abandono; fue una previsión.”

La nave escoraba a razón de un grado por minuto, pero el comandante decidió demorar el abandono, para asegurar el rescate incluso de los heridos. “Después de comprobar que el buque no tenía salvación y permitir la evacuación de las cubiertas bajas, a los 20 minutos del torpedeamiento decidí dar la voz de abandono, cuando estaba cercana la vuelta campana del crucero.

“Los tripulantes debieron arrojarse al mar y ocupar las balsas que los estaban esperando, en medio del temporal, el intenso frío y la tiniebla reinante. Durante ese lapso angustiante, nadie se arrojó al agua ni entró en pánico. No hubo ‘sálvese quien pueda’ en medio de la crisis total. Es posible que todos tuviéramos miedo, pero la virtud estuvo en no demostrarlo”.

De los 1023 tripulantes con que había zarpado, 770 lograron salvar sus vidas. Los otros 323 permanecen sepultos en las profundas aguas de la Cuenca de los Yaganes. El capitán Bonzo lucharía toda su vida por defender la memoria de esos hombres como caídos en batalla, y no como víctimas de un “crimen de guerra” como por razones políticas proclamó entonces la Cancillería argentina.

“Crimen de guerra nunca. Fue un hecho de guerra. Los actos de quienes están en la guerra, como el ataque del submarino, no son un crimen. Fue un hecho desgraciadamente y lamentablemente lícito. El crimen es la guerra. Nosotros estuvimos en el frente de combate y sufrimos las consecuencias”, dijo en una entrevista con el diario Clarín.

“Vivir es asumir la responsabilidad de acompañar a la gente”El capitán de navío Bonzo no sólo reivindicó la memoria de quienes murieron en el hundimiento del crucero, sino que mantuvo contacto permanente con los sobrevivientes, preservando los vínculos tejidos en las horas de prueba compartidas y acompañándolos, incluso en los acontecimientos de su vida familiar.

“Vivir es asumir la responsabilidad de acompañar a la gente, es seguir luchando por ellos, porque las responsabilidades no terminaron con el hundimiento, y la realidad es que a lo largo de los años estuve al lado de la dotación y va a ser así hasta que Dios me llame”, explicó en un reportaje recogido por la Gaceta Marinera.

Bonzo creó un ámbito compartido para el encuentro en la Asociación de Amigos del Crucero General Belgrano, que tiene como piedra de toque la evocación del buque hundido. En una de sus presentaciones, el jefe naval evocó emocionado la delicadeza con la que el crucero se hundió sin arrastrar en el turbión a las balsas con sobrevivientes que lo rodeaban.

“Si algunos buques tienen alma, ¡el Belgrano es uno de ellos!”, dijo. Bonzo nunca dejó de ser el capitán de esa nave, ni el comandante de los hombres confiados a su cargo.

–Santiago González

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