Obama y el futuro de Cuba

Obama, el exilio cubano y el gobierno de la isla dan señales de inteligencia en la búsqueda de una nueva relación.

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La política de acercamiento delineada en las últimas semanas por el presidente Barack Obama respecto de Cuba constituye un inteligente avance hacia la resolución de un problema de aislamiento que desde hace medio siglo agría las relaciones hemisféricas y mantiene a los cubanos viviendo una doble vida, con trayectorias paralelas pero distantes, entre el Miami capitalista y la isla comunista.

El tiempo, es cierto, no ha pasado en vano: tanto Fidel Castro como Huber Matos están más cerca de la historia que de la política. Obama declaró muy gráficamente que ya era hora de cambiar una estrategia que había sido trazada antes de su nacimiento, y que por otra parte demostró ser ineficaz porque la democracia liberal no ha vuelto a la isla. En Washington, los laboratorios de ideas acompañan esa visión.

El planteo de Obama es inteligente entonces porque es oportuno. Es inteligente porque reta a La Habana a responder con medidas recíprocas (y el gobierno cubano parece estar prestando al caso cuidadosa atención). Pero sobre todo, es inteligente porque apunta, en una estrategia de más largo plazo, hacia la reconciliación entre quienes quedaron en la isla y el exilio. Dicho de otro modo, Obama empezó a preparar la transición post-Castro.

El punto de partida es complejo. La revolución de 1959 escindió a una nación en dos comunidades de cultura diametralmente opuesta. Cada una de ellas tiene ya medio siglo de historia, y puede exhibir éxitos y fracasos. Cada una mira a la otra con suspicacia, como una amenaza a su propio estilo, a su propio esfuerzo, pero ambas reconocen ser parte de una unidad ideal: el pueblo cubano.

Aunque en la isla nadie va a cambiar nada mientras Castro siga con vida, por respeto a una figura a la que dentro de Cuba pocos cuestionan, la dirigencia actual tiene absolutamente en claro que el modelo de nación socialista que en el pasado admiró a muchos latinoamericanos y ciertos europeos es inviable sin subsidios. Floreció con la ayuda soviética, y ahora sobrevive malamente gracias a algunas inversiones externas y el auxilio de Venezuela.

Los observadores dibujan dos escenarios posibles tras la muerte del líder. Uno catastrófico: colapso total del régimen, revueltas sociales violentas, desembarco de los cubanos exiliados, y reyertas civiles hasta que los recién llegados toman el control de la isla y tratan de edificar una democracia y una economía de mercado sobre una sociedad dividida por el resentimiento y el encono.

El otro escenario propone una transición ordenada, una apertura política y económica gradual, y una incorporación igualmente progresiva del exilio a la vida común. Evidentemente, esta es la opción que conviene a todos, pero la que mayores demandas impone a las partes involucradas en términos de moderación, transigencia, inteligencia política y sensibilidad social para conducir satisfactoriamente un singular proceso de reconciliación.

Al decidirse a permitir los viajes a Cuba de aquellas personas con familiares en la isla, y autorizar las remesas de dinero desde los Estados Unidos, Obama ha demostrado obrar con la inteligencia requerida. Además de facilitar un imperiosamente necesario auxilio financiero a las familias cubanas, posibilita y alienta los contactos personales, el reencuentro, el aventamiento de fantasmas que resulta del contacto cara a cara.

El plan tiene sin embargo un efecto negativo no deseado, y es que habrá de generar diferencias entre los que tienen familia en los Estados Unidos (uno de cada diez cubanos), y pueden por lo tanto recibir remesas, y quienes no la tienen. Escuché a un dirigente del exilio cubano en Miami decir que como la mayoría de los emigrados son blancos, los negros de la isla quedarán una vez más entre los menos favorecidos.

Esta clase de observaciones era difícil de encontrar en las calles de Miami, y muestra cómo han cambiado los tiempos. Las organizaciones de exiliados, usualmente reacias a cualquier distensión con La Habana, han recibido bien las iniciativas de Obama. Sólo se oponen a la liberación total de los viajes a la isla, porque brindaría, dicen, un auxilio financiero a la isla que sólo serviría para prorrogar el régimen comunista.

Tampoco el régimen comunista sabría cómo manejar, en sus efectos sociales y políticos, la invasión de un millón de turistas que se calcula podrían viajar a Cuba en el primer año después de la liberación de los vuelos, de modo que por el momento el mantenimiento de esas restricciones conviene a las dos partes.

Francisco Hernández, presidente de la Fundación Nacional Cubano-Norteamericana, uno de los grupos de exiliados más intransigentes, dijo que las medidas de Obama ayudarían a los cubanos a ser menos dependientes del estado “no sólo en términos económicos, sino en términos de información y contactos con el mundo exterior”. Hernández estuvo preso en Cuba durante dos años por haber participado de la invasión de Bahía de Cochinos (Playa Girón).

El gobierno cubano reaccionó con similar prudencia. Apenas horas después del anuncio de Obama, que conllevaba un pedido de retribución, Raúl Castro declaró que estaba dispuesto a conversar sobre “derechos humanos, libertad de prensa, presos políticos, todo”. Y para sorpresa de la Casa Blanca, agregó: “Pudimos habernos equivocado. Lo reconocemos. Somos humanos”.

Aunque Fidel Castro siempre alardeó que quien atentara contra su vida después iba a tener que vérselas con Raúl “que es más malo que yo”, no parece ser éste el caso. Desde 2006 varias cosas han cambiado silenciosamente en la isla, entre ellas una reducción del número de presos políticos de 316 en esa fecha a 205 en enero de este año, según cifras de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación.

Al parecer, Raúl y el presidente de la Asamblea Popular, Ricardo Alarcón, han tomado a su cargo la conducción de este inédito proceso de acercamiento con los Estados Unidos, y no quieren interferencias. Dos enviados del gobierno cubano conversaron días atrás con la presidente Cristina Kirchner para sugerirle a ella, y por su intermedio a Hugo Chávez, que no sobreactuaran la cuestión cubana en la cumbre interamericana de Trinidad y Tobago.

Obama tuvo la precaución de formular sus anuncios una semana antes de la cumbre, de manera de no aparecer cediendo ante las previsibles demandas de sus pares del sur. Para entonces ya se conocía todo lo que acabamos de relatar, de modo que los reclamos que de todas maneras hicieron Kirchner y su colega nicaragüense Daniel Ortega en contra del mal llamado “bloqueo” sonaron más bien a majaderías.

Si bien la búsqueda de un nuevo relacionamiento con Cuba estuvo en la plataforma de campaña de Obama, sus iniciativas en este campo no significan un audaz salto al vacío impulsado por motivaciones ideológicas, ni tampoco por la decisión de cumplir con esas promesas proselitistas. Este cambio de vientos tiene bases más amplias, y eso es lo que despierta expectativas.

En febrero de este año, un grupo bipartidario del Congreso, capitaneado por el senador republicano Richard Lugar, emitió un informe titulado “Cambiar la política hacia Cuba en favor del interés nacional estadounidense”, que recomendó a Obama dar “un primer paso unilateral” hacia el acercamiento con La Habana, y hacerlo antes de la cumbre interamericana. Lugar, un crítico del régimen cubano, integra la Comisión de Asuntos Exteriores de la cámara alta.

“Debemos reconocer la ineficacia de nuestra política actual y tratar con el régimen cubano de un modo que refuerce los intereses estadounidenses”, dijo el informe, que también propuso una serie de medidas de liberación comercial y apertura de líneas financieras, así como la reanudación de conversaciones sobre temas migratorios y de lucha contra el narcotráfico.

También en febrero, el coronel Glenn Crowther, analista militar del Instituto de Estudios Estratégicos (SSI), publicó en el boletín de la institución un artículo títulado “Digámosle adios al embargo” donde afirmó que “no podemos convencer a nadie de que Cuba es una amenaza para los Estados Unidos ni demostrar internacionalmente que el mantenimiento de la misma política tendrá un impacto positivo”.

A comienzos de abril, una delegación de ocho legisladores demócratas viajó a La Habana para explorar vías tendientes a lograr un acercamiento. La crónica periodística registra expresiones igualmente contrarias al mantenimiento de la vieja política hacia Cuba procedentes de laboratorios de ideas tan influyentes como el Council of Foreign Relations, la Brookings Institution, y el Inter-American Dialogue.

De todas maneras, es improbable que los Estados Unidos levanten a breve plazo el embargo comercial contra la isla que mantienen desde 1961, en principio porque no quieren darle a Fidel ese gusto en vida, luego porque se enajenarían inútilmente la voluntad de las organizaciones de exiliados, y finalmente porque ésa es todavía su más fuerte carta de negociación para obtener reformas liberales en la isla.

Pero el más firme indicio de que las conversaciones van bien encaminadas se tendrá el mes próximo, cuando se reúna en Honduras la asamblea general de la Organización de Estados Americanos. El secretario general José Miguel Insulza dijo que iba a someter a consideración de los 34 estados miembros la reincorporación de Cuba al organismo del que fue expulsada en 1962 por su condición de país comunista.

Si la votación es positiva, quiere decir que el proceso marcha con buen viento. Cuba lo podrá presentar como un triunfo, y los Estados Unidos darán pruebas de su buena voluntad con un costo apenas simbólico.

–Santiago González

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