Por qué fracasan las naciones

Por qué fracasan las naciones. A la luz de nuestro último siglo de historia, en el que fuimos de fracaso en fracaso, este libro de los economistas estadounidenses Daron Acemoglu y James Robinson captura enseguida la atención, nos llama a examinar sus argumentos y ver si y en qué medida echan luz sobre nuestras desventuras.

El título remite de inmediato al trabajo de nuestro José Ignacio García Hamilton, quien se planteó el mismo interrogante, pero al revés: Por qué crecen los países. Las conclusiones a las que por diversos caminos arribaron los economistas y el historiador coinciden en su comprobación central: son las instituciones las que determinan el destino de las naciones.

Según Acemoglu y Robinson, las naciones son exitosas cuando sus instituciones políticas y económicas son “inclusivas” y pluralistas, y alientan a la población a invertir en el futuro; fracasan cuando sus instituciones son “extractivas”, esto es cuando protegen el poder político y económico de un pequeño grupo que se apropia de los ingresos del resto.

“Nos propusimos examinar las causas profundas de esta gran diversidad de resultados económicos y de organizaciones económicas que uno encuentra en el mundo para arribar a una teoría coherente sobre este fenómeno que es muy distinta de la que generalmente se escucha en la prensa y entre los políticos”, explicó Acemoglu en una entrevista.

El punto central de esa teoría es que son las diferencias en las instituciones, no las geográficas o culturales, las que explican los desparejos niveles de prosperidad en el mundo, y que esas diferencias institucionales a menudo son consecuencia de accidentes históricos, como las diferentes estrategias colonizadoras adoptadas en las Américas.

Las instituciones políticas inclusivas son las propias de una sociedad abierta: poder político ampliamente repartido y con límites precisos, esto es un sistema republicano de base constitucional. La repartición del poder político se refiere a la división de poderes y no se opone a la centralización: sin poder centralizado impera el desorden.

Las instituciones económicas inclusivas se caracterizan por asegurar el derecho de propiedad, la obligatoriedad de los contratos, la existencia de mercados competitivos, la facilidad para poner en marcha nuevas empresas, y la libertad de los ciudadanos para dedicarse a la actividad u ocupación de su preferencia.

Según los autores del libro que comentamos, las instituciones políticas y económicas de uno y otro tipo tienden a fortalecerse recíprocamente: las sociedades abiertas alientan las economías libres, y la economía libre refuerza las libertades políticas. Lo mismo ocurre con las instituciones extractivas, que se realimentan entre sí.

Las instituciones políticas extractivas sostienen el tipo de instituciones económicas que protegen los intereses de los pequeños grupos contra la aparición de competidores. Los grupos así beneficiados aumentan su riqueza y pueden mantener un estado cada vez más autoritario y represivo, para seguir así incrementando su fortuna a expensas de los demás.

Para ejemplificar mejor estas distinciones, los economistas comparan las características de dos exitosos empresarios: el mexicano Carlos Slim, dueño de la telefónica privatizada Telmex, y el estadounidense Bill Gates, creador, dueño y gerente de Microsoft, el principal productor de software del mundo.

Slim, nos dicen, presenta el típico perfil extractivo, es “un maestro en el arte de conseguir contratos exclusivos”, de obtener monopolios económicos gracias a sus contactos políticos, pero sólo se enriquece a sí mismo, no a México. Su beneficio económico depende de la política, no de la calidad de sus productos o servicios.

Gates también se enriquece, pero la diferencia estriba en que sólo puede hacerlo creando productos mejores o más atractivos que los de sus competidores, con lo que termina enriqueciendo también a los Estados Unidos, en términos de innovación, progreso tecnológico y pericia, según la clásica dinámica schumpeteriana de destrucción creativa.

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Si quisiéramos aplicar la teoría de Acemoglu y Robinson a la Argentina, nos encontraríamos con un país con instituciones políticas y económicas típicamente extractivas, esto es “concebidas para extraer ingresos y riquezas de una parte de la sociedad para beneficiar a otra parte”.

Nuestros mayores empresarios se parecen mucho más a Slim que a Gates. En las conclusiones de sus dos tomos sobre Los dueños de la Argentina, el periodista Luis Majul destaca la perversa relación de los magnates locales con el poder político: “con la mano derecha le ofrecen dinero y con la izquierda le tiran del saco para obtener negocios”.

Lo que los economistas estadounidenses describen como “instituciones extractivas” se aproxima bastante a lo que García Hamilton llama “culturas patrimonialistas”, en las que el poder político y económico se concentra en las mismas manos, o en manos, digamos, con un promiscuo grado de contigüidad.

Acemoglu y Robinson sostienen que las instituciones extractivas también generan más violencia, ya que elites rivales se disputan las riendas del poder. Esto explica, dicen, la permanente inestabilidad política y los golpes de estado en Sudamérica. Esas disputas han marcado la decadencia política y económica argentina en el último siglo.

Ahora bien, si las instituciones económicas y políticas extractivas tienden a fortalecerse recíprocamente, ¿cuál es la salida, el camino hacia una sociedad más abierta y más próspera, cómo es posible un cambio hacia instituciones políticas y económicas inclusivas?

Por lo pronto, los autores advierten contra cualquier pretensión tecnócrata al margen de la política: antes de arreglar la economía hay que arreglar la política (lección para Domingo Cavallo). Tampoco se pueden lograr avances asesorando a los líderes “extractivos”. Éstos, dicen, “no hacen las cosas mal por error o por ignorancia, las hacen a propósito”.

Tampoco hay una evolución “natural” desde la autocracia hacia la inclusión. El cambio sólo se produce cuando los perjudicados por las instituciones políticas y económicas extractivas se rebelan, y los autócratas se convencen de que les conviene ceder. Sólo la lucha política contra el privilegio, a favor de la inclusión, hace posible la prosperidad.

Como suele suceder, el caso argentino resulta difícil de encuadrar incluso en teorías tan amplias como la que proponen Acemoglu y Robinson. La Argentina abandonó un sistema concebido y orientado hacia la inclusión para caer en un esquema extractivo casi paradigmático, ¡y lo hizo enarbolando las banderas de la lucha contra el privilegio!

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Los economistas estadounidenses se precian de que su teoría pone el acento en la política, y mucho menos en los aspectos geográficos, los errores conceptuales y las características culturales. Sin embargo, entre nosotros, los factores culturales, la manera como una concepción errónea de las cosas se impuso en la población, parecen tener la primacía.

Aquí es donde el trabajo de García Hamilton corre con ventaja respecto del estudio de los economistas norteamericanos, en la medida en que presta atención a los factores culturales que definieron el cambio de rumbo respecto del modelo de país concebido por nuestros fundadores, y nuestra decadencia consecuente.

Tanto durante los gobiernos militares ilegítimos como durante muchas administraciones civiles formalmente republicanas, dice García Hamilton, “el pretendido propósito de corregir injusticias o solucionar desigualdades sirvió de pretexto para que imperara una nueva trama social, basada en la dádiva y el clientelismo político”.

Una sociedad convertida voluntariamente en clientela es pan comido para las elites extractivas (o sea para la mafia político-económico-sindical que se apoderó del país), que la despojan, le niegan educación, le bloquean toda posibilidad de progreso económico y prosperidad, y luego acuden en su auxilio con planes sociales, subsidios, y ayudas que más la debilitan y jamás la sacarán de la pobreza.

En su libro, el historiador tucumano enumera la serie de mitos que la elite restrictiva  fue instilando en la mentalidad argentina para reducir a los ciudadanos a la sumisión clientelar; hay que decir que el relato kirchnerista se alimenta de todos ellos, y los devuelve a la sociedad como consigna y bandera.

El análisis histórico que fundamenta los trabajos de los estadounidenses y del argentino es similar, pero García Hamilton, como ya dijimos, presta detenida atención a los factores culturales. Dalibor Rohac, economista del Legatum Institute de Londres, cuestionó como apresurado el desdén explícito de Acemoglu y Robinson por esos factores:

“Para comprender el crecimiento económico en profundidad debemos ir más allá de la economía neoclásica y discutir seriamente qué es lo que da forma a las creencias, las normas culturales y los saberes de las sociedades, y los efectos que ellas tienen, a su vez, sobre nuestras economías”, escribió Rohac.

–Santiago González

ReferenciasWhy Nations Fail, by Daron Acemoglu & James Robinson, Crown, 2012.
Por qué crecen los países, por José Ignacio García Hamilton, Sudamericana, 2006

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4 opiniones en “Por qué fracasan las naciones”

  1. El problema de los argentinos es que al momento de votar no sabemos bien qué votar. No votamos por defender y reforzar las instituciones, ni siquiera votamos por una ideología, a pesar de lo que crean muchos. La mayoría de los políticos y periodistas locales nos mantienen a todos entretenidos con detalles y temas superficiales cuando aún los temas de fondo no se tocan. De esa manera los votantes se guían por el “menos malo”, el que me “prometa una economía más o menos como la de ahora”, etcétera…

    Parte de este problema, creo yo, está en la educación. Se tendría que enseñar, no sólo los términos sino también, el valor de las instituciones, de la república, en fin, de los puntos principales de nuestra querida Constitución. Debería ser eje central, así los votantes defenderíamos nuestros derechos y los pilares de nuestro país de los políticos vivillos de turno.

    1. Si los ciudadanos estuvieran medianamente educados, a ningún gobierno se le ocurriría limitar las medidas cautelares (los recursos de amparo), que son la primera defensa que tienen contra los abusos del estado. Pero aquí la embestida contra los derechos individuales no tiene límites, y son demasiado escasos los que se dan por enterados. Gracias por su comentario.

  2. Gracias, una vez más, por difundir tan interesante material. Es curioso que a pesar de un estado de crisis semi-permanente, en la Argentina no se discuta ni en los medios, ni en los cafés, ni en las universidades, sobre estas cuestiones. Sólo se escriben imbecilidades sobre tal o cual “modelo”, con una actitud más parecida al fanatismo futbolero que a un genuino interés por entender las causas de nuestro pesar y, sobre todo, plantear el camino a seguir para que al menos nuestros hijos no deban heredar nuestro padecimiento.

    1. Efectivamente. La sociedad ya perdió la noción de que el poder le pertenece, y se humilla, una y otra vez, ante todos los que la manipulan, sea haciendo colas para conseguir la tarjeta SUBE, sea haciendo colas para conseguir el descuento con la tarjeta del banco X. Es muy triste ver a un pueblo con los pantalones bajos.

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