Entre ideólogos y aplaudidores, sola

Desde antes de que Cristina Fernández anunciara su voluntad de buscar un segundo mandato advertimos en este sitio sobre la soledad en que se encontraba la presidente. Las fáciles adhesiones que atrae el triunfo disimularon temporariamente esa situación, que se puso nuevamente en evidencia tan pronto surgieron las primeras dificultades.

Tras la muerte de su esposo, la mandataria optó por rodearse por un lado de aplaudidores y por otro de ideólogos: unos y otros exhiben tanta incompetencia para las funciones que les fueron asignadas como celeridad para incrementar sus patrimonios personales. No hay que ser muy listo para advertir que con semejante elenco la eficacia administrativa es una quimera.

Mala administración y corrupción fueron el signo del kirchnerismo desde su mismo comienzo; la caja y el relato, los medios para encubrirlas. La caja se secó, y el relato viene mutando hacia un discurso cada vez más virulento y autoritario, en busca desesperada de alguien a quien culpar, de encontrar el enemigo que permita recrear la epopeya para poder seguir encubriendo.

Ocurre que sin caja y sin relato, la realidad de las cosas va quedando a la vista. Y lo que queda a la vista es un gobierno que no tiene rumbo –que nunca lo tuvo, desde el 2003–, y que como no sabe a dónde va tampoco sabe qué es lo que tiene que hacer. Carece de propósito, le sobra ambición de poder; en todo caso, su acción se agota en acumular poder y neutralizar rivales.

Mientras el viento de cola internacional sopló con benévola intensidad, el país pudo soportar la presión tributaria y seguir trabajando, generando la riqueza que le permitió al kirchnerismo montar su espectáculo nacional y popular, levantar su tinglado y poner en escena una representación sin mayor entidad que la de unas sombras chinas proyectadas sobre un telón de humo.

Pero una moderada alteración en el humor económico del mundo restó intensidad al viento de cola que aseguraba el ingreso incesante de divisas, y el andamiaje escénico se vino abajo. El gobierno entró en pánico, y el incompetente elenco de ideólogos y obsecuentes no acertó a encontrar la manera de absorber los sacudones externos para preservar el equilibrio interno.

Para agravar la situación, salieron a relucir al mismo tiempo, y de manera dramática, las consecuencias de viejas políticas equivocadas: una largamente anticipada crisis energética que le obliga a destinar miles de millones de dólares a la compra de hidrocarburos, y la tragedia de Once, que puso a la vista el desquicio del sistema de concesiones y subsidios al transporte.

Las respuestas del gobierno no pudieron ser más torpes. Necesitado de conservar divisas, impuso controles en el mercado de cambios que mellan el derecho de propiedad, y trabas al comercio exterior que afectan la producción local, generan escasez de medicamentos e insumos, y auguran represalias comerciales: no importar es la mejor manera de no exportar.

Necesitado de caja, decidió eliminar algunos de los subsidios en los que derrochó buena parte del dinero recaudado en los años de vacas gordas, pero sólo atacó un segmento mínimo de esos subsidios, justamente el que se dirigía a aliviar el peso de las tarifas del transporte y los servicios públicos. Inexplicablemente, le quitó así fuerza a la demanda en tiempos de desaceleración.

Finalmente advirtió que esas medidas, que además comenzaron a cambiar rápidamente el humor popular, no le alcanzaban, y entonces apeló al tradicional recurso del manotazo. Como hizo oportunamente con los fondos privados de pensión y con el dinero de los jubilados del ANSES, ahora echó mano de las reservas del Banco Central.

Con esa masa de dinero, y con el precio de la soja en aumento, probablemente el gobierno pueda recorrer sin sobresaltos lo que queda del 2012. Pero las arcas del Banco Central son la última alcancía de dineros públicos –dineros de todos nosotros, los ciudadanos argentinos– que le restaba saquear. En el futuro habrá que temer entonces por los depósitos privados.

Los depósitos privados, privados ya del dólar como refugio de valor, están de todos modos sometidos a la usura permanente de la inflación, que corroe los ahorros y los salarios. Los gremios están en pie de guerra, y la idea de un tope a los reclamos salariales, que Cristina trató de imponer a fines del año pasado, ya parece haber quedado de lado.

Todos estos vaivenes demuestran torpeza e incompetencia para hacer frente a los problemas con un mínimo de racionalidad, lo mismo que ocurrió en un orden de cosas mucho más grave con el desastre ferroviario de Once. La respuesta del gobierno sólo apuntó a eludir sus responsabilidades con un desprecio nunca visto por las víctimas de sus desmanejos.

Un mes después de la tragedia, lo único que pasó fue el tiempo. Los afectados y sus familias quedaron librados a su suerte, el sistema que posibilitó el desastre permanece intacto, los responsables administrativos y políticos siguen paseando por la calle, no hay pericias concluyentes, no hay procesados. La justicia protegió al gobierno al admitirlo como querellante.

Los mismos torpes vaivenes rodean el caso de YPF, elegida como chivo expiatorio de la crisis energética después de que el kirchnerismo se entrometiera en la empresa durante años, fijándole tarifas irrisorias, imponiéndole un socio argentino sin capital, todo ello probablemente a cambio de no hacer lo que debía hacer: controlar el cumplimiento de los contratos de concesión.

Cosas parecidas pueden decirse en relación con los trenes subterráneos. El gobierno pretende descargar sobre la ciudad de Buenos Aires el costo de diez años de falta de inversiones en un servicio tan mal concesionado como el de los ferrocarriles, y se ampara en mentiras como la de afirmar que las provincias financian a la ciudad, cuando es exactamente al revés.

En el ámbito sindical se abre otro frente crítico para Cristina Fernández. El camionero Hugo Moyano aspira a seguir comandando la CGT y es probable que lo consiga. Tomó debida distancia respecto del kirchnerismo, su antiguo aliado y protector, cuando dijo que el gobierno había perdido el rumbo y reivindicó sus pergaminos ortodoxamente peronistas.

Como para que no quedaran dudas esta semana firmó junto a Gerónimo Venegas, dirigente máximo de los trabajadores rurales estigmatizado por el gobierno, una declaración de homenaje a José Ignacio Rucci, el líder metalúrgico abatido, según todas las versiones, por los Montoneros en la década de 1970. Definición más clara no puede pedirse.

A cien días del segundo mandato de Cristina Kirchner, el balance se completa con la cada vez más insostenible situación del vicepresidente Amado Boudou, que ha optado por describir como una campaña de prensa el cúmulo de datos que lo vinculan con manejos poco claros en relación con una imprenta privada que iba a duplicar las funciones de la Casa de la Moneda.

El gobierno se muestra a la defensiva por primera vez desde la crisis del campo y la derrota electoral del 2009. Entonces Néstor Kirchner le encontró la salida política a la encerrona. No es el caso ahora de Cristina, acosada por las dificultades económicas, las tribulaciones políticas, y un descenso marcado del favor popular.

El famoso relato kirchnerista se estrelló en el Once. En la lógica oficial, si su relato flaquea es porque el relato “enemigo” se impone. Pero el remanido recurso de acusar a los “medios concentrados” perdió credibilidad: ahora se apunta directamente a los periodistas, que se han vuelto nazis o antisemitas. El ataque es más virulento, menos creíble.

Las invocaciones al nacionalismo, tal como se les ha esgrimido en los casos de YPF o Malvinas, no han “prendido” en la opinión pública. Al gobierno se le hace difícil recrear el tono épico que Néstor Kirchner le había impuesto a su accionar. Cuando la realidad apremia, la epopeya tiene el mismo eco que la renuncia voluntaria a los subsidios.

El elenco de obsecuentes aplaudidores y de ideólogos populistas que rodea a la presidente no acierta a acercarle soluciones, o le acerca soluciones chapuceras y contradictorias. Si las papas queman, creen, están a mano los datos del Proyecto X, para saber en qué andan los ciudadanos, y la Ley Antiterrorista, para sosegar a los más inoportunos.

Ni Boudou, por supuesto, ni Garré, ahora bajo custodia, ni Zanini, públicamente devaluado al papel de leguleyo, apenas Máximo y su fantasía setentista. Cristina está sola desde que murió Néstor, cada vez más encerrada en un mundo privado, en el que alternativamente baila y llora, como la vio esta semana en un acto en Tecnópolis el periodista Luis Gasulla.

Cristina entregada a sus públicos cautivos, emocionalmente necesitada de aplaudidores, intelectualmente necesitada de ideólogos, sin nadie que le hable de la calle, sola por opción, cautiva ella misma de su relato.

–Santiago González

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2 opiniones en “Entre ideólogos y aplaudidores, sola”

  1. Es triste pensarlo, pero no es improbable que pronto estemos hablando de otra “década perdida”. ¿Qué se ha hecho en las cuestiones básicas: formación ciudadana, infraestructura, campo e industria? En formación ciudadana (para la democracia, se entiende) asistimos a un capítulo más del viejo populismo que es “pan para hoy y hambre para mañana”; una cadena que no pudimos romper; el mismo perro, la misma cadena… ; en educación escuelas mal construídas y ni una sola (¡ni una sola!) idea; en infraestructura una red ferroviaria totalmente colapsada, una filigrana, un fantasma de lo que fué; una red vial idéntica a la que conocemos desde hace decadas pero sobrecargada por automóviles particulares y camiones de gran porte que producen colapsos, casi en cualquier punto de la red; en energía un país exhausto por falta de inversiones y corrupción oficial; en el campo una extensión sin controles del monocultivo (la soja) por el único motivo de que produce “caja” (¡otra vez “plata dulce”!), una reducción de la ganadería para los amigos, una falta de planificación total a mediano y largo plazo (5, 10 y 20 años, la demanda de fondo de las agrupaciones rurales); en industria… ¡autos, autos y más autos! pero… ¿algo más?; y en relaciones exteriores una reinvidicación de los derechos de la Argentina sobre Malvinas que no puede proyectarse más allá del nacionalismo patético, condicionado por la coyuntura crítica por la que pasa el gobierno y que no va a poder superar así no más. En derechos humanos la tendencia es irreversible y aunque los K no han sido sinceros, les ha salido bien y no carecen de cierto mérito (fueron oportunistas, como siempre y, tambien,… oportunos) y nos biene bien a todos. Pero no alcanza para lavarse las manos de todos los déficits que me atrví a señalar; déficits que fueron (¡todos!) oportunamente señalados por oponentes, independientes y pensantes. ¿Será posible, entonces? ¿Otra “década perdida”?
    Mis repetos al columnista.
    Enrique

    1. Muy preciso y compartible su comentario. Sólo le agregaría que esta década decididamente perdida ha sido una de las más favorables para el país, en términos de contexto internacional, desde la posguerra. Esta incapacidad para administrar la bonanza resulta, entonces, doblemente imperdonable. Gracias por visitar este sitio.

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