Fortaleza y debilidad

Pocas veces la presidente ocupó la tribuna con tanta energía como en estos días previos a la asunción de su segundo mandato, casi siempre para terciar o hacer oir su voz en uno u otro de los conflictos que estallan ante el agotamiento del “modelo” económico implantado por Néstor Kirchner cuando se desprendió de Roberto Lavagna. Pocas veces fue tan evidente el raro equilibrio en que se encuentra: fortaleza emanada del contundente respaldo que obtuvo en las urnas, debilidad resultante de la incompetencia manifiesta de sus colaboradores (dólar, subsidios, Aerolíneas, por citar ejemplos recientes). La presidente está sola y, a menos que se produzcan sorpresas hasta ahora improbables en la renovación del gabinete, sola va a encarar los años más difíciles, en lo interno y en lo externo, que se le hayan presentado al kirchnerismo desde su inauguración en el 2003. Todavía más sola por la implosión del arco opositor, incapaz de acompañar con críticas, vigilancia o sugerencias, la acción de gobierno. Sola en un país brutal.

“Entramos en la etapa de la sintonía fina. Tenemos que comenzar a analizar los grandes temas: inversión, salarios, inflación, subsidios y utilidades”, declaró Cristina Kirchner ante empresarios industriales. La etapa viene largamente demorada, y sintonía fina es un eufemismo: la presidente está hablando de ajuste, pero la palabra está proscripta del léxico oficial. Ajuste o sintonía fina, de lo que se trata es de corregir distorsiones: los términos son en este caso sinónimos. La lista de temas está bien elegida: allí es donde se acumulan las distorsiones que entorpecen la economía. El problema está en la manera de enderezarlas. Se trate del dólar, de la balanza comercial, de la puja distributiva, de los subsidios o de la inflación (palabra rehabilitada en el léxico oficial), los procedimientos correctivos ensayados hasta ahora por los asesores gubernamentales han sido verdaderas chapuzas, peor el remedio que la enfermedad. Tanto así que Cristina se sintió obligada a poner el cuerpo para defender a sus colaboradores: “Que no se confunda nadie, la que decide es esta Presidenta por mandato popular”. Un apresurado despilfarro de capital político cuando todavía no prestó su segundo juramento.

La presidente sabe que sintonía fina es lo mismo que ajuste y que ajuste significa pagar la fiesta del último lustro. Y sabe que a la hora de pagar cada sector espera que sea el otro el que saque la billetera. A los sindicalistas les pidió que moderen sus aspiraciones salariales en las próximas paritarias y que eviten los conflictos salvajes, a los empresarios que no presionen sobre el dólar y que contengan los precios. A los empresarios les ofreció dos presentes: no habrá ley de participación en las ganancias, no habrá límites a las remesas de utilidades; a los asalariados los castigó doblemente: con la eliminación de los subsidios y con la negativa a revisar el mínimo no imponible. La presidente no impuso exigencia alguna a su propio gobierno, cuyas políticas inflacionarias provocan todas las distorsiones que pretende corregir. Aunque ya sea evidente quién va a pagar la mayor parte de la fiesta, Cristina Kirchner exhortó por igual a empresarios y trabajadores a no boicotear lo que describió como logros del modelo. Inevitablemente trajo a la memoria la figura de aquel ministro que habló con el corazón y le respondieron con el bolsillo. “La gente es brutal y odia siempre al que sueña”, dice el tango. Rutinariamente, la sociedad responde con el bolsillo; a los gobiernos les corresponde no hablar con el corazón sino actuar con la cabeza. Pero allí justamente reside la debilidad del gobierno actual. Y, presumiblemente, del que viene.

–Santiago González

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