Hace poco escribí que el antiperonismo había nacido al mismo tiempo que el peronismo, e incluso antes de que el peronismo gobernara. Eso quiere decir que, más que el rechazo de determinadas prácticas políticas u orientaciones económicas, que aún no habían tenido tiempo de manifestarse, el antiperonismo representó en su origen una reacción visceral y emotiva frente a unas transformaciones sociales que la propia dinámica de la historia impondría más tarde o más temprano. Ahora tengo la oportunidad de ilustrar el punto.
En 1945, Delfina Bunge era una mujer madura y centrada que había cruzado los sesenta años, no una jovencita impresionable. Tenía a sus espaldas una carrera de escritora, particularmente destacada en el ensayo y la poesía, y una larga trayectoria como periodista en medios católicos. Desde la revista Ichtys, que dirigía junto a Sofía Molina Pico, había alentado los primeros pasos literarios de un joven Leonardo Castellani. Por lazos de sangre estaba vinculada a la clase alta argentina, y su matrimonio con el escritor Manuel Gálvez le había tendido puentes hacia el mundo de las letras y la cultura. El 17 de octubre de 1945, Delfina se asomó al balcón de su casa sobre la avenida Santa Fe para ver lo que pasaba en las calles y, luego, con el mismo puntilloso rigor con que desde los 15 años llevaba sus diarios personales, escribió lo que había visto:
“Emoción nueva la de este 17 de octubre: la eclosión entre nosotros, de una multitud proletaria y pacífica. Algo que no conocíamos, que, por mi parte, no sospeché siquiera que pudiese existir… Las calles presenciaron algo insólito. De todos los puntos suburbanos veíanse llegar grupos de proletarios, de los más pobres entre los proletarios. Y pasaban debajo de nuestros balcones. Era la turba tan temida. Era –pensábamos- la gente descontenta… Nuestro primer impulso fue el del cerrar los balcones. Pero al asomarnos a la calle quedábamos en suspenso… Pues he aquí que estas turbas se presentaban a nuestros ojos como trocadas por una milagrosa transformación. Su aspecto era bonachón y tranquilo. No había caras hostiles ni puños levantados, como los vimos hace pocos años. Y más aún nos sorprendieron sus gritos y estribillos. No se pedía la cabeza de nadie. Estas turbas parecían cristianas sin saberlo. Y sabiéndolo, eran argentinas… Supieron cantar el Himno Nacional con una nobleza como pocas veces alcanzó a ser coreada por el pueblo. Su actitud era tal que nos hizo pensar que ella podía ser un eco lejano, ignorante y humilde, de nuestros Congresos Eucarísticos. Tal vez en aquellos Congresos aprendieron esta gente su nueva actitud… Sí, Jesús debió efectuar su milagro en favor de turbas semejantes a éstas, de desarrapados. A nosotros nos toca no defraudar a un pueblo pacífico en sus esperanzas de buena acogida y de un mínimo siquiera de justicia social.”
Publicó su artículo, al que tituló “Una emoción nueva en Buenos Aires”, en el diario católico El Pueblo. El peronismo como fenómeno político estaba dando sus primeros pasos, pero el antiperonismo ya había echado los dientes, y la reacción no se hizo esperar. “Muchos subscriptores se borraron del diario, y ni Delfina ni yo pudimos seguir colaborando”, recordaría Manuel Gálvez. Peor aún: la presión fue tan grande que el propio director del diario se vio obligado a renunciar. Y la sanción social contra Delfina, todavía más intensa: algunos conocidos comenzaron a negarle el saludo, y las invitaciones se volvieron más raras. “El 17 de octubre, Delfina fue una de las pocas personas de la clase elevada que vio claro: el movimiento era una revolución social”, escribió Gálvez, y notó que “en su artículo no nombra a Perón, ni elogia al gobierno ni defiende cosa alguna. A Delfina sólo le interesaba el hecho de los trabajadores reunidos en actitud de paz. ¿Habrá habido en la masa alguna lejana influencia del Congreso Eucarístico? Luego las palabras que más indignaron. Evoca las turbas de Palestina que seguían a Jesús… (Se) interpretó que Delfina comparaba a Perón con Cristo… Lo que comparaba eran las turbas. ¿O creían, los ignorantes, que quienes seguían a Jesús era la ‘gente bien’ de Jerusalén? No. Los que seguían a Jesús eran los descamisados, la ‘chusma’. Igualmente desharrapados los de entonces y los de 1945.” Según Félix Luna, la voz de Delfina, en esos días, fue la única sensata. –S.G.
La Sra. Delfina olvidó un detalle fundamental: las turbas siempre son direccionadas. Y lo son porque algún crapula, en este caso el primer trabajador, logra manipular un sentimiento nefasto: la esperanza. La esperanza, sin razón y por si misma constituye un caldo de cultivo terrible. Agreguemos alguna cuota de resentimiento y ya tenemos un fenómeno social que dependerá del momento y de la habilidad del demagogo para perdurar en el tiempo.