Los EE.UU. no son la U.E.

Por Pat Buchanan *

El 8 de octubre, en un triunfo del transnacionalismo, 136 naciones, incluidos los Estados Unidos, acordaron un piso mundial para el impuesto a los ingresos de las corporaciones, que no podrá ser inferior al 15%. “Virtualmente toda la economía global decidió poner fin a la carrera hacia abajo de los impuestos a las corporaciones”, dijo la secretaria del tesoro Janet Yellen, que negoció el pacto. Traicionando su propia inquietud respecto de cómo semejante impuesto mínimo, dictado por los globalistas, será recibido en el Congreso, Yellen urgió a que se lo adopte “rápidamente”. Yelen tiene razón al sentirse inquieta. Este proyecto tributario implica un salto gigantesco hacia un globalismo que los Estados Unidos han rechazado, y su derrota debería ser una prioridad para libertarios, conservadores, populistas y nacionalistas por igual.

¿Qué es esta “carrera hacia abajo” que tanto atemoriza a Yellen y a sus aliados globalistas? Se trata, simplemente, de la competencia mundial entre las naciones independientes para ofrecer menores impuestos y atraer así a las compañías exitosas para que se muden a sus costas y traigan sus empleos con ellas. La “carrera hacia abajo” es más norteamericana que la torta de manzana. Los impuestos elevados, tanto corporativos como personales, en estados tales como Nueva York, Nueva Jersey, Illinois y California demostraron ser incentivos para que las empresas levanten campamento y se reubiquen en estados de bajos impuestos como Texas y Florida.

La tasa global de 15% para los impuestos corporativos está destinada a impedir esa competencia por la baja tributación, cuyos beneficiarios han sido las compañías que se mudaron a países como Irlanda, que tiene una tasa impositiva para las empresas del 12,5%. La tasa corporativa irlandesa es menos de la mitad del 28% que Yellen y el presidente Joe Biden tienen pensado imponer a los Estados Unidos.

¿Por qué los republicanos, partidarios de la libertad de mercado y la libertad de empresa, votarían a favor de sancionar por ley en los Estados Unidos una tasa corporativa dictada por los agentes del Nuevo Orden Mundial? Ponerle la firma a ese impuesto mínimo del 15% equivaldría a entregar nuestra libertad de acción para fijar nuestras propias tasas impositivas de acuerdo con los valores y convicciones del partido y el gobierno que el pueblo lleve al poder con su voto. ¿Por qué una gran nación, y especialmente esta gran nación, aceptaría resignar su libertad de acción, e incorporar esa rendición por escrito a la legislación nacional, y además ratificarla mediante un tratado? ¿Por qué renunciar al derecho soberano de reducir los impuestos a las empresas en el momento y al nivel que nos parezca conveniente? ¿Por qué negarnos la ventaja competitiva que puede obtenerse unilateralmente al bajar los impuestos corporativos?

Supongamos que el resto del mundo adoptara este impuesto corporativo mínimo del 15% y los Estados Unidos -para recuperar y restablecer la base manufacturera que le cedimos a China- respondiera al mundo con una tasa corporativa del 7% u 8%. Las compañías transnacionales estarían haciendo fila a las puertas de los Estados Unidos. Aunque los globalistas se horroricen, ¿por qué los nacionalistas deberían ceder irrevocablemente su libertad de acción?

En la era de Trump, una rebaja del impuesto corporativo al 21% ayudó a crear una de las mayores expansiones de la era moderna, antes de que golpeara la pandemia en marzo de 2020. A comienzos de ese año, el desempleo en todas sus categorías había caído a los niveles más bajos de la historia.

Como enseñó Ronald Reagan, las empresas no pagan impuestos, los recaudan. Los obtienen de los ingresos que reciben de los clientes que compran sus productos y servicios. Los impuestos corporativos de Ford y General Motors provienen de los precios que se cobran a los compradores de autos y camionetas Ford y GM. Y los beneficios corporativos son la fuente principal de mayores remuneraciones y salarios, bonus, y el capital de inversión que las empresas necesitan para crecer y crear nuevos empleos.

Es un artículo de fe entre los republicanos que los menores impuestos, personales y corporativos, generan una mayor actividad económica y una mayor prosperidad. Y que la suba de impuestos es siempre la forma y el instrumento con la que los gobiernos rapaces devoran las semillas germinales de una economía.

Una segunda cláusula acordada por las 136 naciones dispone que los beneficios de las corporaciones más grandes del mundo sean reasignadas a los países donde venden sus productos y proporcionan sus servicios, no a los países donde están instaladas. “Según el acuerdo”, escribe el New York Times, “gigantes tecnológicos tales como Amazon, Facebook y otros grandes negocios mundiales deberán pagar impuestos en los países donde venden sus bienes y servicios, aunque no tengan presencia física en ellos.” Y añade el Times: “Este impuesto separado, apuntado a los gigantes tecnológicos, desplazará más de 125.000 millones de dólares de beneficios desde los países donde tienen su base las 100 firmas más redituables del mundo hacia los mercados donde operan.”

¿Por qué el partido de “Primero los Estados Unidos”, justamente en el país que alberga más gigantes tecnológicos que ningún otro, subscribiría un plan que desviaría ingresos impositivos desde el Tesoro norteamericano hacia otras cajas extranjeras? El Partido Republicano debería aprovechar la ocasión para volver a declarar nuestra independencia en materia de impuestos internos a los individuos y las instituciones de los Estados Unidos, y reafirmar que nosotros vamos a decidir las tasas que nos convengan aquí, sin someterlas al veto de ninguna otra nación. Los Estados Unidos no son la Unión Europea.


* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

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