Extremos y antipolítica

Con los resultados de las primarias de septiembre a la vista, y con las encuestas que anticipan las elecciones de noviembre en la mano, los columnistas de la prensa asociada han multiplicado el uso de expresiones como “candidatos de la antipolítica” para describir a quienes cuestionan el jueguito de las dos pandillas socialdemócratas -versiones degeneradas del peronismo y el radicalismo- que desde 1983 se alternan en el poder en beneficio propio y en perjuicio de todos los ciudadanos.

Para esos formadores de opinión, los “candidatos de la antipolítica” no son los de la izquierda marxista, por definición orientada a la eliminación de los partidos y la instauración de una dictadura del proletariado, sino los liberales como Javier Milei o José Luis Espert o los nacionalistas de NOS. Esto es comprensible, porque la izquierda marxista siempre ha sido funcional al jueguito de las dos pandillas, necesaria incluso. Los socialdemócratas podían decirle al electorado: “si no nos votan a nosotros, vienen ellos”.

Después de casi medio siglo de fracasos, empobrecimiento y embrutecimiento, la ciudadanía comprendió que era hora de buscar opciones, y encontró las que encontró. “El electorado cuestiona al sistema desde los extremos”, es otra frase favorita de los comentaristas de la prensa asociada. Pero lo que se corrió al extremo, al extremo de la delincuencia común y de la traición a la patria, es el circo de las dos pandillas. El aborto, el multiculturalismo, la ideología de género, el culto de los “derechos”, el indigenismo, no forman parte de la agenda ciudadana: son el negocio de la socialdemocracia.

El electorado sigue en el centro: demanda lo que cualquier ciudadano de cualquier nación espera de quienes se ofrecen para conducir los asuntos públicos, cosas tan simples como defensa, seguridad, educación, justicia y libertad. La prensa asociada ha descentrado tanto el foco que hoy un analista político puede proponer como mirada original para encarar el conflicto araucano atender a lo que dice la Constitución y asegurar el imperio de la ley.

El voto “antipolítica” habría que buscarlo en todo caso entre los votos en blanco, los impugnables y el ausentismo (y no es insignificante); el voto por los liberales o los nacionalistas es un voto positivo y para nada extremo, que confía en la política para producir cambios antes que recurrir al golpe de estado o la rebelión armada. No es un voto contra la política, como los comentaristas pretenden hacer creer, sino contra la casta política socialdemócrata, sus negociados y su agenda trazada desde el exterior. -S.G.

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