La gente que sabe dice que al gobierno de Mauricio Macri no le conviene que la ex presidente vaya presa, y justifica esa afirmación de diversas maneras según los gustos de cada uno: porque le complicaría la relación con el peronismo, cuya colaboración necesita para conseguir la aprobación de leyes muy importantes, por ejemplo, o porque añadiría un factor de agitación social en momentos en que las aguas distan de estar calmadas. El autor de este artículo lamentablemente no se encuentra entre los que saben, y por lo tanto se permite opinar lo contrario. Cree que sólo cuando Cristina Fernández y sus cómplices en el saqueo de la Argentina durante una década vayan a la cárcel, sean procesados, juzgados y condenados, los ciudadanos, peronistas incluidos, van a empezar a convencerse de que algo cambió efectivamente en el país, y a actuar en consecuencia. Sólo después de que el presidente Raúl Alfonsín sometiera a los militares a la justicia, se acabó definitivamente el poder militar en la Argentina. El poder político de los militares, se entiende. Al gobierno del presidente Macri le corresponde ahora someter a los corruptos a la justicia, para terminar definitivamente con el poder político de las mafias. La suerte de los corruptos está ahora dispersa, en manos de jueces de dispar confiabilidad. El gobierno debiera darle a todas esas causas algún tipo de marco o encuadramiento institucional que vigile y garantice la acción de la justicia, y que persiga la recuperación del patrimonio público saqueado tanto como sea posible. No hay corrupción pública sin corrupción privada, y es menester que la justicia alcance también a quienes fueron cómplices de los funcionarios, pagando sobornos o canalizando retornos. Sólo cuando los corruptos sean juzgados, condenados y encarcelados, la sociedad comenzará a aceptar que algo ha cambiado en la Argentina. Además de enviar una poderosa señal política, el gobierno se habrá vacunado contra la posibilidad de que entre sus propias filas haya alguien persuadido de poder lograr con cierta prolijidad los mismos fines que sus predecesores persiguieron con torpeza y dejando las huellas impresas por todas partes. –S.G.