Vargas Llosa, el sapo y la olla

Mario Vargas LLosa tiene la gentileza de advertir a los argentinos de sus errores, pero los “intelectuales” oficialistas lo repudian

El ejemplo es archiconocido: si se arroja un sapo a una olla con agua hirviendo, el sapo salta y se salva; si se pone al fuego la olla con agua fría y el sapo adentro, el sapo se amodorra con la tibieza inicial, pierde las fuerzas o la iniciativa para saltar cuando el agua quema, y muere cocinado. ¿Será posible avisarle al sapo antes de que sea tarde?

Y aún si alguien le avisara, ¿qué pasaría si al mismo tiempo otros bichos repudiaran a quien lanza el alerta y le dijeran al sapo de la olla que todo está bien, que el calorcito es mejor que el frío, y que más le vale cuidar ese abrigo que saltar a la intemperie? Probablemente, ablandado por la somnolencia y abrumado por las dudas, el pobre sapo se entregaría inerme a la cocción.

El escritor peruano Mario Vargas Llosa ha tenido varias veces la deferencia de lanzar el alerta, de avisarnos que estamos en la olla, o en el horno. Y cada vez, los “intelectuales” oficialistas han repudiado al mensajero y han tratado de convencernos de que sólo se trata de un tibio “baño de María”. Como ocurrió ahora a propósito de la próxima Feria Internacional del Libro.

Las autoridades de la muestra editorial ofrecieron este año la oportunidad de pronunciar el discurso de apertura a Vargas, último ganador del Nobel de Literatura y conocido abogado de la libertad política y económica. Esto desató naturalmente la furia de los oficialistas, a quienes la palabra libertad les da escalofríos, y buscan y recomiendan la olla de agua templada.

Enseguida pusieron el grito en el cielo. Algunos a título individual, y allá ellos con sus opiniones. Pero otros lo hicieron desde alguna instancia institucional, como el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, o el señor Aurelio Narvaja, que habló en nombre de la editorial Colihue, un encomiable emprendimiento en un medio dominado por los sellos extranjeros.

En una carta dirigida al presidente de la Cámara del Libro, González solicitó que se le retirase a Vargas la invitación a inaugurar la muestra, y se desplazase su intervención a cualquiera de los paneles y exposiciones que suelen acompañarla. El propósito es evidente: el discurso inicial suele tener una repercusión mediática que las intervenciones posteriores no tienen.

Aunque afirme lo contrario, lo que González no quiere es que a Vargas Llosa se lo escuche. Lo acusa de ser un “militante que no ceja ni un segundo en atacar a los gobiernos populares de la región”, de practicar un “mesianismo autoritario”, y de adherir a “los círculos mundiales de la derecha más agresiva, aunque so pretexto de liberalismo”.

Ninguna de estas afirmaciones es mínimamente demostrable, pero en conjunto, y cambiados los signos, evocan tristemente los habituales recursos retóricos de las juntas militares. Ni siquiera le faltan las apelaciones nacionalistas: “para la inauguración hay numerosos escritores argentinos que pueden representar acabadamente un horizonte común de ideas”.

También en una carta dirigida a la Cámara del Libro, el señor Narvaja rechaza con similares argumentos la elección del peruano para el discurso inaugural: “Mario Vargas Llosa es desde hace años, sobre todo un propagandista, ostensible y florido, de las ideas y las políticas de la derecha liberal y como tal, ha dicho las peores cosas de nuestro gobierno”.

Al relacionar la anunciada disertación de Vargas con un encuentro liberal que se realizará en Buenos Aires más o menos para la misma fecha, Narvaja sugiere la existencia de una conspiración, “una provocación política al gobierno nacional, a gran parte de las fuerzas políticas, tanto oficialistas como opositoras, y a un sector muy importante del pueblo argentino”.

Todas las expresiones contrarias a Vargas Llosa coinciden en un punto: el peruano es un gran escritor, muy merecedor del premio Nobel, pero, ¡ay!, se ha apartado del pensamiento único progresista-populista, para convertirse en un batallador incansable por las ideas de la libertad, y eso en la Argentina resulta inaceptable.

El rechazo expresado por González y Narvaja fue compartido por un puñado de “intelectuales”, libremente unos, suscribiendo otros un documento que acusa a Vargas de “vocero de los grupos multinacionales editoriales y mediáticos, de un supuesto ‘liberalismo’ de sometimiento y depredación, y de la oposición a lo que ellos denominan ‘gobiernos populistas’ en América latina”.

Así, por lo menos algunos de los que escriben libros, de los que publican libros, y de los que conservan libros consideran en la Argentina que una persona que habla en favor de la libertad no debe tener una tribuna capaz de hacer que sus palabras lleguen a un público más amplio, no vaya a ser cosa de que el sapo se avive y salte de la olla.

Todos los firmantes de cartas y documentos coinciden además en otro punto: Vargas Llosa -dicen- se ha referido en muy malos términos al pueblo y el gobierno argentinos. Pero lo que el escritor ha hecho en realidad -al ver el sapo en la olla- es dar la alarma, por afecto a la Argentina, por profesión de fe liberal, o por la razón que fuera.

“La Argentina es un galimatías que nadie entiende”, dijo el peruano entre sus más recientes alusiones a nuestro país. También expresó su deseo de que “vuelva a ser el país que fue y que tiene sus raíces intelectuales en personalidades como Sarmiento”, y no omitió señalar “la responsabilidad de los argentinos en la tragedia que viven; no tan injustamente les pasa lo que les pasa”.

Como se ve no hay mucho de novedoso ni de conspirativo en los dichos de Vargas. Coincide por lo menos con el economista argentino Gerardo della Paolera: “En el mundo no entienden que desperdiciemos así nuestro país” (La Nación, 23-1-11), y con la nota de este sitio acerca de la responsabilidad que nos cabe al seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes.

Della Paolera y Vargas Llosa comparten la ventaja de ver a nuestro país desde el exterior, y desde múltiples atalayas, donde se tiene una mejor perspectiva para ver el funcionamiento del mundo en general y de cada país en particular. Esa perspectiva es la que le falta a nuestros “intelectuales” y a nuestros dirigentes en general.

El debate de ideas en la Argentina remite al siglo XIX, tanto la izquierda como la derecha son aquí decimonónicos, y eso explica nuestro reiterado fracaso. Si pretendemos una Argentina exitosa en este siglo es necesario pensar en términos contemporáneos, con atención a los problemas contemporános y a las realidades sociales, económicas y políticas contemporáneas.

De alguna manera, es lo que dijo Álvaro Vargas Llosa, hijo del escritor, al comentar el alboroto suscitado: “Es una controversia melancólica y sesentera. Lo que importa no es si mi padre inaugura la feria, sino por qué la Argentina no es hoy una potencia en el continente”. En efecto, esto es lo que nuestros “intelectuales” deberían estar discutiendo.

La olla, en tanto, sigue al fuego.

–Santiago González


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2 opiniones en “Vargas Llosa, el sapo y la olla”

  1. ¿Qué quiere que le diga? A mí, la falta de iniciativa y de pensamiento independiente de este país me tiene podrido… Los “intelectuales” brindan un servicio, seguramente bien remunerado. Y los sapos tibios toman sus palabras como excusa para no tener que pensar por sí mismos, y poder seguir yendo a quemar los pesos de la billetera en cuanto fin de semana largo aparezca (que casualmente abundan cada vez más), aportando al calorcito de la olla. No sea cosa que si se sientan a reflexionar, se den cuenta de que gracias a su imbecilidad, ni ellos ni sus hijos podrán volver a acceder a una vivienda propia.

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