Mario Clavell (1922-2011)

Mario Clavell podía subir al escenario con la sola compañía de su guitarra y capturar absolutamente la atención de su auditorio durante toda la función. Sostenía ese vínculo impalpable con su simpatía personal, con su tono de voz sin brillo pero cálido, con sus rutinas bien preparadas, y con el encanto literario y musical de sus canciones románticas.

Alguien lo describió alguna vez como “el chansonnier de América”, y él aceptó ese apelativo, tal vez en secreto homenaje a quien tuvo seguramente como modelo en la manera de adueñarse de la escena y atrapar al público: Maurice Chevalier, el chansonnier por antonomasia. Hoy le llamarían showman, el hombre capaz de montar un espectáculo con su sola persona.

Tuvo su momento de mayor popularidad en la Argentina entre las décadas de 1940 y 1960, pero una mudanza en las preferencias del público lo fue relegando a un segundo plano. El mundo hispanohablante acogió entonces con simpatía a quien ya conocía como autor de sus canciones favoritas, y le reservó un espacio de afecto y reconocimiento que se mantuvo en el tiempo.

Nació en Ayacucho y se crió en Tandil. A los jóvenes del interior con ambiciones, la radio les sugería caminos para perseguirlas, principalmente el fútbol o la canción. Clavell estudiaba música y Carlos Gardel era el ídolo a imitar. A los 18 años debutó como crooner en Radio Belgrano, junto a “la jazz” de Adolfo Carabelli.

Pero su cabeza estaba llena de melodías, y comenzó a escribirlas y agregarles letras. Una de ella llegó a manos de Juan Arvizu, el tenor mexicano que había sido la estrella de la poderosa Radio El Mundo desde su lanzamiento en 1935. Corría 1944, y la carrera de Clavell se encaminaba promisoriamente.

Arvizu, que había reconocido el talento del joven compositor, lo presentó a la editorial Julio Korn, que comenzó a publicar su música. Otros intérpretes comenzaron a buscar sus creaciones, y en un plazo de apenas dos años Clavell se convirtió en el compositor de moda, a caballo del formidable despliegue de la radiofonía argentina.

Sus melodías mostraban una cualidad musical que las hacía fácilmente recordables, y sus letras recorrían en tono menor los triunfos y los fracasos del amor, temas habituales de la canción romántica. Partían de una situación o una imagen sencilla, y la desarrollaban sin complicaciones, más bien centrándose en ella y mostrándola desde distintos ángulos.

Títulos tales como “¿Por qué?”, “¿Qué será de mí?”, “¡Hasta siempre!”, “Porque tú lo quieres”, “Mi carta”, y sobre todo “Somos” y “Abrázame así” pasaron a integrar los repertorios de los más destacados cantantes de habla hispana primero, y luego de otros intérpretes internacionales. El nombre de Mario Clavell ya había trascendido las fronteras del país.

“Somos” fue la más afortunada de sus composiciones, que hicieron suya artistas como Mina y José Feliciano. La interpretación del portorriqueño conmovió especialmente a Clavell: “En la introducción, entre los sonidos de las cuerdas, podía oír los latidos de su corazón”. Pedro Almodóvar eligió la de la costarricense Chavela Vargas para su película Carne trémula.

Los más importantes cantantes argentinos interpretaron sus temas, al igual que españoles como Plácido Domingo y Julio Iglesias, cubanos como Olga Guillot y Alberto Machín, mexicanos como Pedro Vargas y Elvira Ríos, portorriqueños como Bobby Capó y Chucho Avellanet, brasileños como Roberto Carlos y Altemar Dutra, franceses como Mireille Mathieu…

La producción de Clavell superó las 800 canciones, entre ellas “Quisiera ser”, “Cuatro palabras”, “El amor es uno”, “Algo se va”, “Te acordarás de mí”, “A veces, los dos”, “Sin mí, “El viejo del violín”, inspirada en un personaje real de las calles de Buenos Aires, “Y la vida va”, y “Mi maleta”, que fue su último gran éxito.

Todas recorren principalmente los temas sentimentales, pero el compositor reservó también un espacio para la canción humorística. Por lo menos tres de ellas saturaron en su momento las radios argentinas: “El hombre es como el auto”, “Japonesita”, y “Carlos María”, a las que se suman otras como “¡Mardita sea!” o “Es muy fácil el inglés”.

Pero como se ha dicho, Clavell fue también intérprete de sus propias canciones, en una carrera de presentaciones que se inició en 1949 en un salón de Buenos Aires, y culminó en el 2007 en Coral Gables, en Miami, tras abarcar casi toda América y España. En ese lapso, y en ese espacio, hubo además apariciones en radio y en televisión y varias participaciones cinematográficas.

Tanto en su labor de compositor como en sus presentaciones, la actividad de Clavell estuvo marcada por un rasgo que ya es casi una rareza en el ámbito de la canción popular: el buen gusto. Ni sus temas sentimentales rozan la cursilería (algo común en el género), ni sus canciones humorísticas descienden a la grosería.

Palito Ortega declaró a Clarín: “Creo que en la Argentina no tuvo el reconocimiento que sí le han dado en el resto de América Latina, donde aún se cantan sus bellísimas melodías. El vivió un tiempo en Miami, y allí los cantantes latinos siempre le pedían canciones, porque conocían su talento de compositor popular.”

“El cancionero hispanoamericano tiene en las letras de Mario Clavell mucho de qué presumir, y el bolero, tan desvalido en su sencillez, tan susceptible de ser reducido a pura, y a veces, grosera trivialidad, un coto de lujo”, dijo el poeta cubano Orlando González Esteva, al presentar en 2003 en Miami el libro Somos. Una vida de canciones, en el que Clavell volcó sus memorias.

“La originalidad y la belleza de ciertas frases, el esmero prosódico, el perfecto desarrollo de los argumentos… y la naturalidad con que todo esto se incorpora a la música, recuerdan que lo popular no excluye las jerarquías, y que bien puede lo sencillo, por sencillo que parezca y aún sea, encarnar la obra de arte”, agregó.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 1; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *