David Viñas (1927-2011)

Novelista aburrido, dramaturgo pasable, y ensayista provocador que se dedicó a leer la literatura argentina desde el marxismo

David Viñas fue un novelista aburrido, un dramaturgo pasable, y un ensayista provocador y atrayente que se dedicó a leer la literatura argentina desde una óptica sociológica o política declaradamente marxista, y expuso sus hallazgos con un estilo propio e inconfundible que sería imitado hasta el cansancio en las publicaciones del progresismo vernáculo.

Acometió su trabajo interpretativo con la sutil discriminación y la delicadeza de propósitos de un patovica, y acompañó esa actitud con la creación del personaje David Viñas, con cara de pocos amigos y posturas beligerantes en los años de juventud; con intimidantes bigotazos y arrestos justicieros en la madurez. Antes que David, debió haberse llamado Moisés.

Fue un hombre inteligente, en el sentido de que supo encontrar lo que buscaba entre las líneas del corpus literario nacional, y lo expuso con mucho chismorreo y algunas vislumbres que serán de referencia inevitable en cualquier examen posterior. Allí donde Viñas avanzó a machetazos, otros usarán instrumentos más sensibles pero no podrán ignorar el territorio descubierto.

Viñas escribió once novelas, que van desde Dar la cara (1955) hasta Tartabul (2006), cada una dedicada a examinar un período determinado de la historia argentina. Pero resulta difícil recordar de ellas una situación o un personaje creíbles: estaba demasiado impregnado de ideología, y su manera de escribir ficción era tan unidimensional como su manera de leerla.

Le fue mejor con el teatro. Obras como Dorrego, Túpac Amaru o Lisandro (de 1971, su preferida), le dieron la oportunidad de poner en escena, encarnadas en personajes históricos envueltos en situaciones extremas, las polémicas o conflictos teóricos que le preocupaban. Y, además, educado por la televisión, al público le gusta ver gente discutiendo.

Pero a Viñas se lo conoce más por su trabajo crítico, que inició en la década de 1950 en la revista “Contorno”, definió en Literatura argentina y realidad política (1964), y luego revisó y amplificó en De Samiento a Cortázar (1971), De los jacobinos porteños a la bohemia anarquista (1995), y De Lugones a Walsh (1996), así como en otros libros y artículos.

El planteo inicial es sugestivo: “La literatura argentina es la historia de la voluntad nacional”, dice en 1964, y explicita aún más: “La literatura argentina comenta a través de sus voceros la historia de los sucesivos intentos de una comunidad por convertirse en nación”. Aquí hay ecos de la voluntad constructiva del Viñas que había adherido al frondizismo.

En la revisión de 1971 el punto de vista y el programa han cambiado. Viñas afirma con toda convicción que “el sistema burgués se viene abajo” y que la caída empieza justamente en el Río de la Plata. “Este libro parte de ese hecho … para subrayar ese fenómeno con objetividad y, si cabe, contribuir con sus textos a acelerarlo”.

Aquí el planteo es más radical, y recoge la equivocación histórica y la voluntad destructiva que campeaban en los hoy añorados setenta. La literatura argentina ya no es “la historia de la voluntad nacional” sino “un texto único, corrido, donde la burguesía argentina habla”. La historia es lucha de clases, y en la literatura deben estar registradas las alternativas del combate.

Eso es lo que busca, y encuentra, en el “texto único”. Y si el texto aguanta, el enfoque es válido, aunque su utilidad pertenezca más a la práctica política que a la literaria. Viñas presume de sus herramientas metodológicas, pero por las dudas se pone a resguardo de cualquier reclamo de rigor interpretativo invocando la necesidad de “una andadura periodística y polémica”.

En realidad no hay tal metodología, sino intencionalidad política. La indagación de Viñas, al igual que sus ficciones, persigue menos la comprensión que la denuncia, y el resultado carece de interés porque está resuelto de antemano, sea por los presupuestos de los que parte, sea por la intención que lo anima. Después del libro de 1964, el resto no será sino más de lo mismo.

Lo cual no quiere decir que sus libros no resulten atractivos. Viñas es un fiscal cuyo propósito es probar la culpabilidad del reo: el escritor argentino burgués (o sea todos). Lo interesante, diría lo fascinante, es la acumulación de pruebas, en la que se mezclan fisgoneos, irreverencias, caprichos y arbitrariedades con iluminaciones sorprendentes e interpretaciones agudas.

Y es claro que la “metodología” que invoca se le podría aplicar a él mismo, como representante típico de una clase media impotente y frustrada, que en lugar de crear su propio poder político y económico lloriquea porque los poderosos no reparten el suyo, clama por la injusticia (según Viñas, la palabra que mejor se le asocia), y en un berrinche final decide romper todo.

No otra cosa fue el progresismo de los años setenta, que continúa por inercia hasta hoy y que el intelectual Viñas corporiza tan bien. Su caso podría inscribirse como un capítulo anexo de su historia social de la literatura que, en homenaje a la unidad de estilo, debería titularse: “Frustración, resentimiento y nihilismo setentista: Viñas”.

Sería fácil hacerlo, porque su estilo le perteneció por entero: fue el inventor de los quiero decir… y los digo…, de los andariveles y las manchas temáticas, de las flexiones y las inflexiones, de los títulos compuestos en tríadas (como el que acabamos de sugerir), de las falsas condicionales (si tal cosa, entonces tal otra que no tiene nada que ver con la primera)…

El estilo es el hombre, solía repetir. Viñas se construyó también como personaje: polemista vehemente, inclinado al “yo acuso”, propenso al arrebato físico (“David Piñas” lo bautizó un crítico que padeció esos arranques), izquierdista intransigente, sartreanamente comprometido, colocado siempre en la vidriera (de la confitería La Paz, donde se lo podía admirar).

No hay nada de malo en eso. No pocos escritores y artistas construyen esa clase de personaje público, con el que buscan atraer la atención hacia sus productos (“mi firma es un valor de mercado”, reconoce Viñas). Lo malo es si se lo toman en serio, si terminan creyéndoselo. Hay razones, trágicas, para pensar que Viñas se tomaba en serio. O se sentía obligado a hacerlo.

–Santiago González

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4 opiniones en “David Viñas (1927-2011)”

  1. te zarpaste, man. es obvio que no leíste “prontuario” ni “cuero a cuerpo”: las dos la rompen. no tienen NADA obvio, nada resuelto de antemano. si son medio ilegibles, lo son precisamente porque son puro experimento. son OVNIS totales.

  2. Señor González: Recuerdo haber leído, nada hedónicamente, algunas novelas de Viñas; se sabe que es patrimonio de la torpeza humana la comisión de errores idénticos. No hubiera celebrado, como cierto personaje que pertenece a “Un dios cotidiano”, la caída de Madrid en 1939, pero en rigor de verdad, quizás el vulgarísimo marxismo de Viñas, más similar al blandido por Fanon que por Sartre, bien pudo haberlo hecho, como así lo celebrara Stalin. Fracasó Viñas en su intento por ser un módico Sartre, al igual que Sartre (al que admiro críticamente) fracasara en el suyo por convertirse en un Sartre mayúsculo. Las posteridades, que no suelen ser dadivosas, sabrán otorgar a cada cual lo suyo. Gracias.

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