Una apuesta arriesgada

Los economistas podrán sacar a relucir sus leyes, esgrimir sus estadísticas y hacer sus cálculos sobre los efectos de la salida de Luis Caputo del Banco Central, y la etapa que abre el ahora seguro nuevo acuerdo con el FMI. El análisis político se resuelve en una sola comprobación: la conducción de la economía argentina ha quedado absolutamente en manos del Fondo Monetario Internacional. Al FMI lo único que le interesa en este asunto es evitar que la Argentina vuelva a caer en default, algo que el economista Javier Milei considera inevitable cualesquiera sean las condiciones. El nuevo acuerdo podrá sumar 20.000 millones a los 50.000 ya acordados, como fantasearon algunas fuentes cercanas al ministerio de hacienda, o agregar apenas 5.000, como admitían resignadamente las mismas fuentes en las últimas horas. Sea como fuere, ese dinero estará destinado solamente a asegurarle a los bancos que van a poder seguir cobrándole intereses a la Argentina como lo vienen haciendo desde 1977, pero supuestamente sin los sobresaltos de antaño. La economía argentina no va a ver ni uno solo de esos dólares que, idealmente hablando, nunca van a salir de Washington. No van a servir para créditos de fomento, ni para proyectos de infraestructura, ni para auxiliar a empresas locales castigadas por la devaluación. Ni para torcerle el brazo a los especuladores, como dicen que pretendía Caputo. Nada de eso: sólo van a servir para dar garantías a los bancos. La deuda externa, eso sí, va a crecer en 55 ó 70 mil millones de dólares, pero al interés relativamente inferior que cobra el FMI, según suelen subrayar entusiasmados los economistas profesionales. Toto Caputo era un operador ducho en el manejo de mesas de dinero, que creía poder administrar el valor del dólar quemando reservas hoy para recuperarlas mañana, pero el FMI no confió en la viveza argentina, ni en la capacidad de improvisación que nos ha permitido salir airosos de entreveros mucho peores, y el gobierno de Mauricio Macri entregó su cabeza. Pero Toto demostró su genio repentista, y anunció maliciosamente la renuncia en el momento menos oportuno para su viejo amigo, que todavía no se había repuesto de la borrachera de halagos recibidos horas atrás en Nueva York, una de las sedes operativas del capitalismo financiero. Cuando regrese a Buenos Aires, Macri va a presidir un país entregado de pies y manos a quienes le dispensaron esos halagos: si se suma el préstamo del FMI, la deuda externa acumulada supera los 400.000 millones de dólares, de los cuales su gobierno es responsable de unos 150.000 millones. El país no tiene otro plan económico que responder a las “recomendaciones” del FMI, que le imponen una libre flotación cambiaria y le obligan indirectamente a reducir la inflación a cero. El gobierno se niega a reducir sus gastos, de modo que todo el peso del ajuste consiguiente habrá de caer sobre los hombros del sector privado especialmente por vía tributaria. Todo lo que el país trabaje, todo lo que el país produzca, todo lo que el país exporte, será para pagar los intereses de la deuda y solventar el gasto público, que incluye los suculentos sueldos de la clase política, los subsidios para sus amigos, y los planes sociales y beneficios de variada naturaleza canalizados a través de punteros o caudillos progresistas. El progresismo y el capital financiero, aliados entre sí, son los dos brazos de la pinza que estrangula a la Argentina. El gobierno de Cambiemos parece dispuesto a satisfacerlos en todo, porque no se le ha ocurrido otra cosa para llegar al 2019 y reclamar su reelección. Una apuesta arriesgada. -S.G.

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1 opinión en “Una apuesta arriesgada”

  1. Sí, en este casino de gobiernos desde hace más de 4 décadas vamos de punto frente a un ataque en pinzas total del frente externo + frente interno, hoy progresista que no es más que peronismo disfrazado.
    Pero creo que todo este Sistema político colectivo se cae, se cae por sí solo, no va a haber manera de sostener todo esto.

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