Mientras Cristina Fernández atravesaba su convalecencia, muchas cosas ocurrían puertas afuera de su habitación pero puertas adentro de su residencia. El círculo íntimo de su hermético gobierno absorbió el previsible golpe de la derrota electoral, más o menos tolerable en la medida en que le redujo pero no lo privó de su mayoría legislativa; logró de la Corte Suprema el magnífico obsequio de la constitutionalidad de la ley de medios, que le permitió cambiar el clima y el eje del... Continúa →
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Moreno
Guillermo Moreno encarna la idea que la presidente tiene sobre el funcionamiento de la economía y sobre lo que debe hacerse para “ordenarla”. Despedirlo sería renunciar a sus más profundas convicciones. ... Continúa →
Desconfianza
A comienzos de noviembre el gobierno decidió dar otra clase práctica sobre su acariciada convicción de que la economía debe estar sujeta a la política. Preocupado por una sostenida demanda de dólares que drenaba lentamente las reservas del Banco Central, impuso una serie de restricciones al mercado cambiario, disfrazadas como medidas tendientes a evitar el lavado de dinero y la financiación del terrorismo (sic). El goteo de reservas no se redujo, sino que aumentó. Pero las actitudes intervencionistas revivieron frases adormecidas en el inconsciente de todos los argentinos (“el que depositó dólares…”) y el público comenzó a retirar de los bancos sus legítimos ahorros en divisas. De inmediato surgió un mercado negro, cuya distancia de la cotización oficial fue creciendo día a día. El gobierno, que desoyó en las épocas de vacas gordas las recomendaciones sobre creación de un fondo anticíclico, vio con alarma que los dólares se le escapan por todos los rincones justamente ahora cuando la situación internacional promete ser adversa. Entonces tomó una serie de medidas en el área del comercio exterior, algunas formales, otras informales, algunas sostenidas, otras revertidas de inmediato, para reducir en lo posible la salida de dólares y acelerar su ingreso. Al cabo de dos semanas, y vertido en cifras, el resultado de todas estas maniobras intervencionistas no podría ser más desalentador: las reservas del Banco Central, que antes de las medidas perdían 280 millones de dólares por semana, cayeron en 318 millones en la primera semana, y 686 en la segunda; los bancos perdieron 645 millones de dólares de depósitos en la primera semana, cifra que podría sumar otros 800 millones en la segunda semana; la brecha entre la cotización oficial del dólar y la del mercado negro pasó de ocho por ciento a fin de octubre a 16,55 por ciento el viernes. Dicho en otras palabras, la primacía de la política no consiguió ningún resultado positivo con su incursión en la economía… pero tampoco en su propio terreno.
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Tolerancia cómplice
Hace casi tres décadas, el 28 de octubre de 1983, el peronismo realizaba frente al Obelisco su gran acto de cierre de campaña con vistas a las elecciones que devolverían la democracia al país luego de siete años de dictadura militar. Enfervorizado, el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias, no tuvo mejor idea que incendiar un ataúd de papel con los colores de la Unión Cívica Radical y el nombre de su candidato a la presidencia. Esto fue observado por los centenares de miles que se habían congregado en la avenida 9 de Julio y por muchos más que lo veían por televisión. El gesto, dice la leyenda, mereció el repudio de una ciudadanía hastiada de violencia e intolerancia y condenó al peronismo a la primera derrota electoral de su historia.
Hace unos pocos días, una semana antes de las elecciones presidenciales del 2011, el secretario de comercio Guillermo Moreno, acompañado de una cohorte de matones, transitaba en una camioneta por la avenida Cabildo, cerca de la General Paz. Allí había un vehículo amarillo con leyendas del PRO y algunas personas que repartían folletos electorales en favor de Jorge Macri, candidato a intendente del vecino distrito de Vicente López. No se sabe qué incomodó a Moreno, pero según denuncias y filmaciones, el funcionario y sus acompañantes la emprendieron a trompadas contra los seguidores de Macri.
Si bien los dos hechos relatados son comparables en tanto desmesuradas e innecesarias expresiones de violencia en tiempos electorales, uno es mucho más serio que el otro. Iglesias era un candidato, y su demostración de intolerancia fue meramente simbólica; Moreno es funcionario público, y sus trompadas y patadas tuvieron la contundencia de la realidad. A pesar de la inconcebible gravedad de la agresión del secretario de comercio, ningún analista se atrevería a pronosticar que el episodio vaya a tener la menor incidencia en el comportamiento del electorado. No la tuvieron otros “ataúdes”, como el caso de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Continuar leyendo “Tolerancia cómplice”