Sucesión en marcha

Mientras Cristina Fernández atravesaba su convalecencia, muchas cosas ocurrían puertas afuera de su habitación pero puertas adentro de su residencia. El círculo íntimo de su hermético gobierno absorbió el previsible golpe de la derrota electoral, más o menos tolerable en la medida en que le redujo pero no lo privó de su mayoría legislativa; logró de la Corte Suprema el magnífico obsequio de la constitutionalidad de la ley de medios, que le permitió cambiar el clima y el eje del debate, y se apresta a conseguir impunidad judicial mediante las reformas a los Códigos civil y comercial. Dos asuntos críticos le quedaron por resolver a la mesa chica orientada por el influyente secretario legal de la presidencia Carlos Zannini y refrendada con el sello real por el príncipe Máximo: por un lado el tema de la sucesión, ante la comprobación definitiva de que cualquier intento de alteración constitucional para asegurar la continuidad de Cristinia se había vuelto inviable, y ante la comprobación adicional de que ni las energías ni la salud ni la voluntad presidencial alcanzaban tampoco para encarar esa decisiva aventura; por el otro, un desbarajuste económico con infinidad de frentes amenazantes abiertos al mismo tiempo: caída de las reservas, crisis energética, reveses en las relaciones con los acreedores, inflación desbordada, crecimiento estancado o inferior a las expectativas, inversión nula, pérdida incipiente de empleos, crisis en la provisión de alimentos básicos como la carne y el trigo, etc. El politburó de dos o tres miembros consideró que había llegado el momento de poner orden, recuperar la iniciativa y, como aspiración máxima, recrear algún tipo de expectativa como para imaginar un futuro más allá del 2015. El lunes 18 dieron a conocer su plan: Cristina Fernández reapareció en público, pero interpretando un papel completamente distinto: no fue, ni está en condiciones físicas ni anímicas de serlo, la fogosa líder que arenga a sus seguidores y los lanza a la lucha con destemplada oratoria, sino que se mostró cálida, íntima, un poco superficial pero amable, como quien filma un video casero y lo sube a las redes sociales, con perrito y todo. Ese papel, el de animadora y promotora del vínculo afectivo entre sus gobernados y su gobierno, es el que probablemente habrá de cumplir en el futuro, perfectamente en sintonía con su vocación histriónica y las recomendaciones de sus médicos. Jorge Capitanich habrá de ocupar la jefatura de gabinete, con una jerarquía sin antecedentes en la historia kirchnerista. El gobernador del Chaco tiene experiencia en el cargo (acompañó al golpista Eduardo Duhalde)  y un peso específico propio, que probablemente se va a traducir en una mayor ejecutividad y coherencia de todo el gabinete. Esa coherencia seguramente se verá también en el área económica, donde la dupla Axel Kicillof-Guillermo Moreno se impuso sobre Héctor Lorenzino y Mercedes Marcó del Pont. Las continuas reyertas entre los cuatro ya eran insoportables y no hacían más que acentuar las incertidumbres. Los antecedentes de Kicillof y Moreno no son precisamente para entusiasmar a nadie, pero la coherencia siempre es preferible a la incoherencia, y el mercado anticipa una serie de medidas para encaminar la economía en alguna dirección, antes que nada un desdoblamiento del mercado cambiario para frenar el drenaje incesante de divisas abierto desde la introducción del “cepo”, un invento de Moreno. El reordenamiento del oficialismo así descripto es en sí mismo una buena noticia: obligará a reordenar todo el campo del justicialismo, y facilitará al mismo tiempo el ordenamiento de la oposición. El nuevo escenario instala un inesperado jugador en la nómina de aspirantes justicialistas para el 2015, y reduce proporcionalmente los espacios que Daniel Scioli y Sergio Massa creían tener asegurados. Los que en esta instancia agitan el espectro de una profundización del modelo y de un vuelco mayor hacia el delirio del chavismo no parecen tomar en cuenta la personalidad de “Coqui” Capitanich: astuto y ambicioso, no es alguien que vaya a desperdiciar la oportunidad de oro que le han puesto en las manos, y se preste a conducir durante los próximos dos años un gobierno desaforado e irracional. Esto también lo saben, obviamente, quienes le confiaron sus flamantes responsabilidades.

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