Hace casi tres décadas, el 28 de octubre de 1983, el peronismo realizaba frente al Obelisco su gran acto de cierre de campaña con vistas a las elecciones que devolverían la democracia al país luego de siete años de dictadura militar. Enfervorizado, el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias, no tuvo mejor idea que incendiar un ataúd de papel con los colores de la Unión Cívica Radical y el nombre de su candidato a la presidencia. Esto fue observado por los centenares de miles que se habían congregado en la avenida 9 de Julio y por muchos más que lo veían por televisión. El gesto, dice la leyenda, mereció el repudio de una ciudadanía hastiada de violencia e intolerancia y condenó al peronismo a la primera derrota electoral de su historia.
Hace unos pocos días, una semana antes de las elecciones presidenciales del 2011, el secretario de comercio Guillermo Moreno, acompañado de una cohorte de matones, transitaba en una camioneta por la avenida Cabildo, cerca de la General Paz. Allí había un vehículo amarillo con leyendas del PRO y algunas personas que repartían folletos electorales en favor de Jorge Macri, candidato a intendente del vecino distrito de Vicente López. No se sabe qué incomodó a Moreno, pero según denuncias y filmaciones, el funcionario y sus acompañantes la emprendieron a trompadas contra los seguidores de Macri.
Si bien los dos hechos relatados son comparables en tanto desmesuradas e innecesarias expresiones de violencia en tiempos electorales, uno es mucho más serio que el otro. Iglesias era un candidato, y su demostración de intolerancia fue meramente simbólica; Moreno es funcionario público, y sus trompadas y patadas tuvieron la contundencia de la realidad. A pesar de la inconcebible gravedad de la agresión del secretario de comercio, ningún analista se atrevería a pronosticar que el episodio vaya a tener la menor incidencia en el comportamiento del electorado. No la tuvieron otros “ataúdes”, como el caso de la Fundación Madres de Plaza de Mayo.
Hace tres décadas, la ciudadanía argentina era capaz de sancionar las afrentas con su voto, ahora se ha vuelto lisa y llanamente cómplice de quienes la agreden. El umbral de exigencia respecto de la clase dirigente ha caído directamente al piso, y el nivel de tolerancia a la violencia, la corrupción, la arbitrariedad y la mentira en los funcionarios públicos se ha elevado hasta perderse de vista. Un cinismo generalizado en la sociedad hace que los parámetros de exigencia y tolerancia suban o bajen según tortuosos cálculos de conveniencia inmediata.
Un ejemplo característico de la tolerancia cómplice con la que el gobierno construye sus mayorías electorales: Durante una reunión con dirigentes agropecuarios, y sugiriendo que los ataques a puñetazos figuran en la descripción de tareas de Moreno, la presidente dijo que el funcionario “cumple con su deber y es un hombre honesto”. Tal vez entusiasmado por las promesas que trajo esa reunión para su sector, el presidente de la Sociedad Rural Hugo Biolcatti subscribió en declaraciones radiales la descripción de Moreno que había hecho la presidente. En el tortuoso cálculo de conveniencias del señor Biolcatti, el plasma y Tinelli seguramente no cuentan, pero los negocios con las vacas y la soja son otra cosa.
–Santiago González
Santiago, lo único bueno de tener 38° de fiebre es que me pude poner al día con tu blog. No dejes de escribir!!!!
Aunque lamento las razones, y espero que cambien, gracias por volver a visitar este sitio.