Postales de Cataratas

  1. Postales de Cataratas
  2. El ángel de la frontera
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PUERTO IGUAZÚ, Misiones — Las cataratas del Iguazú, un fenómeno natural sin muchos equivalentes en el mundo, son visitadas anualmente por más de un millón de turistas de todos los países, que las admiran desde la Argentina pero que en su abrumadora mayoría se alojan, comen y compran en Brasil. Al recorrer por la noche el centro de Puerto Iguazú no se encuentra ni el cinco por ciento de los viajeros que durante el día han admirado la belleza panorámica de los múltiples saltos. Incluso varias empresas de turismo argentinas arman sus paquetes con la hotelería brasileña.

Prácticamente el único beneficio económico que recibe la Argentina de contar en su territorio con uno de los escenarios naturales más atractivos de la oferta turística internacional, y con la mejor platea para apreciar sus características únicas, proviene de la venta de entradas al Parque Nacional Iguazú, la reserva que enmarca y protege las caídas de agua y la selva que las rodea. Excepto un poco de hotelería y un poco de gastronomía, todo el resto, la nata del negocio, va para Brasil.

Aunque las cosas empezaron a cambiar en la década del noventa y, por alguna misteriosa, benéfica razón no volvieron atrás como en el resto del país, la ciudad todavía no ha logrado reunir la masa crítica de servicios y atracciones capaz de permitirle competir con sus vecinos de lengua portuguesa. Sus propios habitantes se sienten en inferioridad de condiciones. “Acá no tenemos nada”, me dijo una vecina de la ciudad, tejedora artesanal. “El centro de Iguazú es muy chiquito. Usted va a Brasil, a Foz de Iguazú, y hay unos centros comerciales enormes, y encuentra de todo para comprar”.

Efectivamente, la propuesta de Puerto Iguazú al turista se concentra en un radio de cuatro o cinco cuadras, pobladas principalmente por restaurantes razonablemente calificados en su presentación y sus cartas, y por esos malhadados cambalaches de “artículos regionales” que afean todos los centros turísticos del país. Sobran los dedos de una mano para contar locales con una oferta interesante en calidad u originalidad. Hay un duty free cerca del puente internacional Tancredo Neves, y un centro comercial poco visible pero absolutamente previsible a la entrada de la ciudad.

Cuando se sale del microcentro, se parece a cualquier ciudad del interior argentino: pobre, mal iluminada, sin carteles que identifiquen el nombre de las calles. Se distingue favorablemente por la extrema amabilidad de su gente, su hospitalidad y su disposición a ayudar. La sirve un moderno y puntual sistema de transporte público, aunque la motocicleta y la motoneta parecen ser los medios preferidos para ir de un lugar a otro. Puerto Iguazú probablemente sea la ciudad del país donde más correctamente se maneja, y donde el conductor es más tolerante, paciente y cuidadoso con el prójimo.

A pesar de la cercanía a gigantescas represas, los vecinos dicen que son frecuentes los cortes de luz y de agua. Desde algún lugar elevado se pueden ver a lo lejos los edificios altos de Foz de Iguazú y el resplandor de las luces de la paraguaya Ciudad del Este, una especie de zona franca de incierta legalidad convertida en activo centro comercial. Puerto Iguazú tiene unos 80.000 habitantes, menos de la quinta parte de sus vecinas sumadas. Sin embargo, fundada en 1902, es la más antigua de las tres, Foz de Iguazú nació en 1914, y Ciudad del Este en 1957, apenas ayer.

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Puerto Iguazú fue concebida pensando en el turismo. En 1901, el gobernador Juan José Lanusse propuso a la empresa naviera Mihanovich remontar el Paraná para llevar turistas a las cataratas. Se hizo el intento, que fracasó porque no había un camino practicable para llegar desde el lugar de amarre hasta las cascadas. Una de las frustradas participantes de ese viaje, Verónica Aguirre, cuyo nombre identifica hoy la calle principal de la ciudad, puso dinero de su bolsillo y convenció a otros donantes para la apertura de ese camino. En 1907 se inauguró el primer hotel, y dos décadas más tarde se dio entidad al Parque Nacional.

El impulso creativo de esos pioneros, como ha ocurrido en tantos otros lugares del país, y en el país mismo, se frenó cuando el populismo vernáculo empezó a instalar su perverso sistema de prebendas y mamandurrias. A partir de entonces nadie quiso invertir su dinero como no fuera en actividades de rentabilidad garantizada por algún tipo de protección o concesión estatal. Mientras tanto en Brasil ocurría todo lo contrario: allí la gente apostaba al futuro y corría el riesgo. El estado brasileño hizo lo que debía hacer: no desalentar la iniciativa privada con su voracidad insaciable; al contrario, estimularla tal vez pensando en cuestiones geopolíticas.

La explotación turística de las cataratas por parte de la Argentina quedó así prácticamente reducida al viajero local, con una hotelería pobre, una infraestructura elemental, y una administración burocrática y poco imaginativa, hasta que las transformaciones económicas de la década de los noventa cambiaron las cosas. El aeropuerto fue modernizado para recibir vuelos internacionales y colocado bajo gestión privada, y lo mismo ocurrió con la administración del parque, que ganó no sólo en eficacia comercial sino en cuidado del medio ambiente. Al impulso de esos cambios, se acentuó el proceso de modernización hotelera que hoy sigue en marcha.

Al ingresar a la ciudad, sobre la mano derecha, hay una zona denominada Selva Iriapú, más conocida como 600 hectáreas, en la que se están construyendo hoteles de nivel alto y medio, y de dimensiones medianas y pequeñas, siguiendo criterios de armonía y cuidado del medio ambiente. Hay una veintena de proyectos en marcha que se suman a otra decena ya en funcionamiento, casi todos iniciativa de personas o sociedades locales. Buscan ganar al turista internacional con atractivos diferentes que los que ofrece Brasil, y retenerlos más días que los que demanda el fugaz pasaje por las cataratas.

Aunque algunos proponen competir con Foz de Iguazú convirtiendo las 600 hectáreas en un mini Las Vegas, con abundante oferta de casinos, otros piensan que esa opción puede ser rápidamente replicada por los brasileños, y apuntan a viajeros jóvenes, que suponen más inclinados al turismo ecológico, atraídos por los saltos de agua pero también por la selva altoparanaense, mucho más cuidada en la Argentina, sus especies animales y vegetales, sus raras minas de piedras semipreciosas. La oficina de turismo local proporciona un folleto con unos cuarenta puntos de interés turístico en la zona, incluidos aquellos como La Aripuca, que ofrecen un contacto directo con las culturas guaraníes de la zona.

Algunos poblados nativos debieron desplazarse para dejar lugar a los desarrollos hoteleros en las 600 hectáreas, pero a cambio se les proporcionó un hábitat más adecuado, con calles, electricidad y agua potable. “Ellos están contentos con el arreglo”, admitió la tejedora de artesanías, que sólo a regañadientes estaba dispuesta a aceptar los beneficios que los cambios económicos traían a los lugareños. En un momento de la charla se quejó del mal estado de las escuelas. Cuando le mencioné varios edificios modernos y bien construidos que había visto en los barrios más apartados de la ciudad, reconoció que habían sido edificados con aportes de los grandes concesionarios de la zona. “Pero lo hacen para evadir impuestos”, me advirtió.

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La organización del parque Iguazú es irreprochable, y puede competir ventajosamente con cualquier emprendimiento similar en el mundo. Todo está en orden, limpio y en buen estado de conservación. Aunque los principales circuitos interiores son autoguiados, el viajero encuentra personal polilingüe dispuesto a asistirlo en cualquier lugar donde lo necesite. La atención es pronta y cortés desde que el viajero abona su entrada hasta que sale. Todas las construcciones, pasarelas, senderos y el mismo trencito a gas que conduce hasta la famosa Garganta del Diablo,  y que habría encantado a Verónica Aguirre, están en armonía con el paisaje, y nada hay que distraiga de la contemplación de la naturaleza.

En concepto de entrada y estacionamiento, cada visitante debe aportar el equivalente de unos 15 dólares promedio, tal vez menos, de los cuales la mitad van a parar al estado nacional y al estado provincial en concepto de cánones, impuestos y otros aportes. De la mitad restante el concesionario, cuya inversión inicial fue de 25 millones de dólares, debe pagar los salarios, mantener las instalaciones, cuidar el ambiente, y obtener su ganancia. Algunos misioneros consideran que esa ganancia es excesiva, aunque a simple vista no lo parece.

No ayuda a la buena percepción del público el hecho de que la familia del gobernador Maurice Closs forme parte de la sociedad concesionaria, ni que el gobernador sea dueño de un gran hotel en la zona cercana al hito de las tres fronteras, ni que en esa zona se haya diseñado una hermosa avenida costanera, ni que haya todo un proyecto de recreación paisajística del mirador de las tres fronteras, que permite ver el encuentro del río Iguazú con el río Paraná y las costas de Paraguay y Brasil.

Si, como dicen, Closs tiene intereses en la concesionaria del parque y en uno de los grandes hoteles de la ciudad, entonces el gobernador no debe ser un tipo muy inteligente. Este cronista, y como él centenares de turistas, quedó varado en la ruta de acceso a Puerto Iguazú durante cinco horas porque un piquete de docentes provinciales en huelga cortaba el acceso a la ciudad. Niños y ancianos debieron soportar la larga espera en una ruta a oscuras y sin ningún tipo de asistencia ni agua ni alimentos, hubo personas que debieron reprogramar sus regresos por haber perdido vuelos o combinaciones.

Pensé que esa situación debía ser la noticia del día en Misiones, pero me sorprendí al ver que el diario El Territorio de Posadas, el más importante de la provincia, dedicaba su tapa del día siguiente al tema gastado y ajeno del avión malayo. Evidentemente, el periódico no quería incomodar al gobernador. Cuatro días después se solucionó por fin el conflicto con los docentes. Closs, un ex radical filokirchnerista, había capitulado, y accedido al pedido de aumento de… ¡167 pesos en el sueldo básico! Sepa el lector que los precios en Puerto Iguazú, incluído el de la yerba mate, son un 20 por ciento más caros que en Buenos Aires.

Por cierto, el futuro de este centro turístico del noreste argentino no depende sólo de buenas ideas o de buenos proyectos, ni siquiera de disponibilidad de capitales o de disposición a la inversión de riesgo. La incertidumbre permanente de la economía argentina, la intromisión continua del Estado, resta competitividad al esfuerzo mejor planeado, y aun la inversión más modesta es una inversión de riesgo. “Aunque Brasil es caro, está más barato que acá”, me dijo desde su experiencia práctica y cotidiana la artesana misionera. “Para comprar las agujas y los hilos y las lanas que usamos, las tejedoras nos vamos a Brasil”.

–Santiago González

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