Tres fronteras

  1. Postales de Cataratas
  2. El ángel de la frontera
  3. Tres fronteras

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PUERTO IGUAZÚ, Misiones — En el extremo noroccidental de la provincia de Misiones, el río Iguazú, después de saltar y rugir en las cataratas, desemboca plácidamente en el Paraná. En ese punto coinciden las fronteras de la Argentina, Brasil y Paraguay, un lugar de atracción turística para los tres países, aunque la Argentina es el único que parece explotarlo en serio.

Hacia el lugar conduce la avenida Tres Fronteras, continuación de Victoria Aguirre, la vía principal de Puerto Iguazú, y desde allí se vuelve hacia el centro de la ciudad por la avenida Costanera, un paseo recientemente remodelado, bien parquizado e iluminado, con dársenas de detención para los automovilistas, cuyo trayecto bordea además el puerto local.

En julio de 1903, la Argentina y Brasil decidieron marcar el lugar con hitos de similar factura: unos obeliscos no muy altos, pintados cada uno con los colores del propio país, y coronados por una pirámide equilátera destinada a simbolizar la igualdad, el respeto y la estima entre las naciones. Los paraguayos colocaron su hito más tarde, con otra forma y sin la pirámide.

Para esa fecha Puerto Iguazú era apenas el proyecto de algunos pioneros. Faltaban diez años para la fundación de Foz de Iguazú en Brasil, y un cuarto de siglo para que Vicente Matiauda diera nacimiento a Puerto Franco, la población paraguaya más próxima a la confluencia fronteriza, hoy prácticamente confundida con los suburbios de la muy posterior Ciudad del Este.

Desde mucho tiempo atrás el hito argentino y el brasileño tuvieron entornos parquizados, que sirvieron como miradores hacia el encuentro de los ríos. En el lado argentino se agregó además un monumento a la confraternidad entre las tres naciones, con mástiles para las tres banderas, que también aparecen pintadas en la base.

Ese parquizado sufrió varias modificaciones con el andar del tiempo, y actualmente existe un proyecto para darle mayor atractivo. Debido a las críticas, el gobernador Maurice Closs, que tiene intereses hoteleros en la zona, abandonó su idea original de instalar allí un gran faro, y optó en cambio por renovar el entorno y sumarle un espectáculo de luces y juegos de agua.

La idea de atraer a los turistas que miran desde la orilla contraria no es sólo argentina. Paraguay pensó en habilitar de su lado espacios para gastronomía y artesanías, aunque de hecho desde Puerto Iguazú sólo se pueden ver la rampa donde atracan las balsas que cruzan personas y vehículos desde la Argentina, y los edificios de aduanas y migración.

Brasil, por supuesto, fue más ambicioso. En 1997 inauguró el llamado Espacio de las Américas, una suerte de vasto anfiteatro cerrado de planta circular y más de 2000 metros cuadrados de superficie, claramente visible desde Puerto Iguazú, y concebido como un ámbito de contacto político y cultural “donde la América portuguesa se encuentra con la América hispana”.

Nació con el espíritu de Mercosur y corrió su misma suerte. Aunque llegó a albergar varias reuniones del bloque regional, fue cayendo en desuso hasta que una creciente lo estropeó de mala manera. Se encuentra prácticamente abandonado desde el 2011, y cada tanto se conocen proyectos tendientes a repararlo, tal vez como parte de un emprendimiento turístico mayor.

Al viajero lo sorprende la posibilidad de abarcar tres países con su arco visual, pero por debajo de este nudo de límites nacionales, de competencia comercial, de ambiciones geopolíticas, discurre un sustrato cultural común, de impronta nativa, que ha impregnado también a los colonos europeos y que se manifiesta en el multilingüismo: los habitantes de la zona hablan castellano, portugués y guaraní, y se mueven como en casa en cualquier lado de la frontera.

–S.G.

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