Gabriel García Márquez (1927-2014)

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Gabriel García Márquez se hizo famoso escribiendo la clase de literatura que la intelectualidad europea supuso que debía escribirse en América latina. Eran los tiempos gloriosos de la Revolución Cubana, y el desorientado progresismo del Viejo Mundo, con la conciencia culpable por haber silenciado los crímenes de Stalin, encontraba aliviado en la pequeña isla una nueva, inocente, rousseauniana epifanía de la revolución socialista. Las románticas figuras de los barbudos guerrilleros, que entraban en La Habana fumando sus cigarros inmensos acompañados por ritmos caribeños, inflamaban los corazones y las mentes de las universidades europeas. Era la hora del tiers monde, de los damnés de la terre. El problema era la literatura: lo único bueno que les llegaba de América era la perplejidad intelectual de un Borges, la desolación metafísica de un Onetti, incluso la oscura mitología de un Asturias. Nada de eso hacía pendant con los aguerridos comandantes, simpáticos truhanes de novela, lúcidos revolucionarios, que señalaban el rumbo de la historia aclamados por su pueblo, en buen número negro para beneficio cromático de la estampa.

Entonces apareció García Márquez, quien nada casualmente emergió en el corazón del enclave europeo en el Río de la Plata. La novela que nadie había querido publicar en el resto del continente encontró lectores atentos en Buenos Aires, fascinados ante una escritura que por primera vez mostraba la América latina tal como la veían los intelectuales de los países centrales (y los del Río de la Plata): colorida, ruidosa, absurda, maloliente, irracional, supersticiosa, primitiva, rítmica, sanguinaria, despótica, sensual, detenida en el tiempo, al margen de la historia (europea), un lugar donde las lluvias pueden durar meses y las guerras años. Todo un continente, su gente, su espíritu, su geografía y su historia (o la falta de ella) habían quedado atrapados en unos pocos centenares de páginas. Cien años de soledad era, es, una proeza literaria, una hazaña de la escritura: como tal, única e irrepetible, incluso para su autor, el resto de cuya obra parece un archipiélago desprendido de un continente, aunque en uno u otro caso la concisión narrativa haya producido piezas literariamente más perfectas, previsiblemente más duraderas en el tiempo.

Cien años de soledad fue también un gran negocio editorial, probablemente el primer caso en estas tierras de instalación mediática de un producto cultural. La novela se convirtió en nave insignia de otro invento, el llamado boom de la literatura latinoamericana, al que continuamente sus promotores sumaban autores y autores, de valores desparejos y sin nada que efectivamente los relacionara entre sí, excepto el empecinamiento de muchos por imitar la mirada de García Márquez. Pero de ese supuesto boom vivieron varias editoriales (en Buenos Aires, Jorge Álvarez logró hacer un best-seller de Paradiso, el ilegible monumento al barroco literario producido por el cubano José Lezama Lima), y construyeron sus carreras numerosos críticos, profesores, académicos y periodistas.

Europa le concedió a García Márquez el Nóbel que le negó a Borges, aunque Borges haya cambiado la manera de escribir en castellano y García Márquez no haya cambiado nada. Esa preferencia, sin embargo, es comprensible: mientras Borges lanzó sobre Europa y su cultura una mirada americana, nada complaciente y más bien ácida, el colombiano arrojó sobre América una mirada típicamente europea. Realismo mágico es un concepto que sólo tiene sentido en el contexto de la cultura occidental; en una región donde en pleno siglo XXI un presidente dice que habla con un pájaro en el que habita el espíritu de su predecesor muerto, otro asegura que comer pollo induce a la homosexualidad, y una tercera descarga sus frustraciones contra una estatua de Cristóbal Colón, realismo mágico es como suele decirse apenas una variante del costumbrismo. Con su obra mayor, el colombiano les dijo a los europeos, desde América latina, que su mirada turístico-ideológica sobre la región era la correcta, que el realismo mágico era el resultado (vistoso, entretenido, estéril) del mestizaje de la cultura europea con las culturas americanas, y que aquí no había en definitiva otra cosa que color local, sufrimiento, y Fidel Castro. Todos los que conocieron al escritor destacan su condición de periodista nato. Quizás allí resida su mejor caracterización: García Márquez fue por cierto un gran cronista, el último cronista de Indias.

–Santiago González

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