Por qué ganó Chávez

Muchos de los que enarbolan las banderas del republicanismo, la democracia y la libertad no pueden entender el respaldo popular a Hugo Chávez, y lo atribuyen a algún tipo de discapacidad intelectual o política del electorado. El fenómeno no es nuevo: echaron mano de similares interpretaciones cuando trataron de explicar(se) la adhesión que concitaron líderes como Juan Perón o Fidel Castro. Entre los tres hay enormes diferencias: Chávez no es tan sanguinario como Castro ni tan inteligente como Perón. Pero un rasgo tienen en común: esos hombres les permitieron a muchas personas en sus respectivos países alcanzar algún grado de dignidad, algún grado de identidad, algún grado de inclusión en sociedades a las que sólo pertenecían nominalmente. Gracias a esos líderes, para muchas personas ser argentino, cubano o venezolano significó algo por primera vez en sus vidas. Ciertamente no alcanzaron ciudadanía en el sentido que esperarían los republicanos, demócratas y liberales, pero alcanzaron su primer par de zapatos, o aprendieron a leer, o encontraron alivio en la enfermedad. Para entender el chavismo hay que conocer cómo era la Venezuela anterior a Chávez. El país nadaba en petróleo, y los venezolanos supieron manejar bien el negocio: la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que regula los precios y la extracción de hidrocarburos según los intereses de los productores, fue creada en la década de 1960 a instancias de Venezuela e Irán. Los vínculos entre ambos países preceden en mucho al chavismo. Una enorme riqueza afluyó a Venezuela, generando una poderosa clase alta y una ambiciosa clase media unidas en un mismo espíritu rentístico, y olvidadas ambas de la suerte de las mayorías empobrecidas del país. Autopistas y edificios modernos cambiaron el perfil casi colonial de Caracas. Adecos y Copeyanos, como se llamaba a las dos principales parcialidades políticas del país, se sucedían en el poder en una parodia de alternancia, mientras los ricos se enriquecían cada vez más, los pobres seguían tan pobres como siempre o peor, y la corrupción se extendía como una gangrena. La primera vez que visité Caracas fue en 1989, cuando Carlos Andrés Pérez asumió la presidencia por segunda vez, sucediendo a Jaime Lusinchi. La ruta que llevaba desde el aeropuerto de Maiquetía hasta la ciudad aparecía bordeada por una interminable villa miseria que se elevaba por las colinas, semejante a las favelas brasileñas o a la porteña villa 31 en el hecho de que la mayoría de la viviendas eran de material sin revocar. Las tensiones sociales iban en aumento, y la solución que las clases acomodadas y sus representantes políticos habían encontrado para el problema eran las rejas. Para ingresar a cualquier oficina comercial, o a cualquier vivienda, había que atravesar dos o tres vallas enrejadas. Sin embargo, la sociedad venezolana parecía tan progresista como la que más, y Fidel Castro fue en esas jornadas la figura más requerida por las espléndidas movileras de los mismos canales de televisión que ahora sufren el acoso del chavismo. Pérez llegó al poder cuando Venezuela sufría los efectos de una caída de los precios del petróleo, y para encarar la situación decidió aplicar políticas de ajuste que como es habitual recayeron sobre los más pobres. Las protestas populares no tardaron en hacerse sentir, y llegaron a su punto culminante apenas semanas después de su asunción con el llamado Caracazo, violentamente reprimido con un saldo de víctimas fatales que algunos calculan en cientos y otros en miles. En esa Venezuela apareció Chávez, con un fallido golpe de estado en 1992, y con una exitosa postulación presidencial en 1998. Este oscuro coronel prometió sacar a las mayorías venezolanas de unos niveles de pobreza que no encontraban explicación, fuera de la desidia y el desprecio, en un país con una renta petrolera envidiable. En buena medida lo logró, como lo muestran los principales indicadores sociales, pero al precio de las instituciones republicanas y las libertades y los derechos individuales. Para esas mayorías, sin embargo, las instituciones republicanas y los derechos individuales son abstracciones, y el alfabetismo, la atención sanitaria y el trabajo son realidades. Son las clases altas y medias las que pueden comprender la importancia de las instituciones republicanas y los derechos individuales, pero cuando tuvieron la responsabilidad de cuidarlos prefirieron mirar para otro lado, dedicarse a sus negocios no siempre limpios, poner rejas y festejar frívolamente a Fidel Castro. Con su desidia ayudaron a engendrar el monstruo, y ahora se lamentan. Las instituciones republicanas se destruyen con facilidad, y cuesta mucho volver a ponerlas en pie. La campaña de Henrique Capriles puede haber sido un paso en esa dirección o una anécdota pasajera. Todo dependerá de que la sociedad venezolana haya renovado seriamente su compromiso con las instituciones, y no esté simplemente apostando a la creciente incapacidad del chavismo para cumplir las promesas que le dieron origen.

–S.G.

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4 opiniones en “Por qué ganó Chávez”

  1. Me parece que, desde su origen, el peronismo K no es otra cosa que el intento por encumbrar una nueva oligarquía formada por políticos, empresarios, sindicalistas, burócratas, jueces, comunicadores e intelectuales. Organizar en escala nacional nada muy diferente a lo que pudieron organizar en escala provincial en S. Cruz.
    Subvertir la democracia institucional y republicana, con esa direccionalidad – ese “modelo”, como le llaman – es, para ellos, el pan nuestro de cada día desde 1976. Son actores – malos, para aquellos que admiramos el teatro -, pero actores consumados en unos papeles donde el actor y el papel ya no se distinguen. Son unidireccionales, incorregibles (parafraseando a Borges) y “van por todo”… ¡Literalmente!
    Chávez, en cambio, es una especie de selfmademan; se hizo solo, con modelos lejanos y sin haber tenido contacto con ellos (salvo con Castro pero desde no hace muchos años); y si llegó a niveles de inflación (de la personalidad, ¡pero también económico-monetario!) tan altos – ese “monstruo” al que usted alude -, tuvo que haber sido – tal como usted lo señala – por los espacios descuidados irresponsablemente por los gobernantes que lo antecedieron… Sospecho que el matrimonio K (pareja simbiótica si las hubo) deben haberle tenido un poco de envidia por ese desarrollo y… por esa sociedad más apta aún que la argentina para el populismo.

    1. Muy acertada su comparación entre los Kirchner y Chávez, y su sospecha sobre la envidia que deben haberle tenido. Gracias por visitar este sitio.

  2. Buen análisis, aunque incompleto. Lo que falta posiblemente pueda ser tema para un comentario complementario. Y es precisamente la explotación política de los pobres venezolanos por Chávez, creando junto a un alivio de sus condiciones materiales un tinglado clientelista para capturar sus votos indefinidamente. En el proceso, incurrió en el acaparamiento del poder y la destrucción sistemática de lo que constituye una organización nacional republicana y federal, el imperio de la justicia y la convivencia de todos los sectores de la sociedad. Al fin y al cabo, casi la mitad del país votó en su contra y son venezolanos que también merecen tener un presidente para todos y no sólo para sus partidarios.

    1. Su comentario describe el monstruo mencionado en la nota. La nota se dedica a describir las condiciones que hicieron posible al monstruo. Las proclamas habituales de los antiperonistas, los anticastristas y los antichavistas más encarnizados (y también las de los antikirchneristas, aunque el kirchnerismo pertenece a otro salón de la infamia, todavía peor) suelen pasar por alto esas condiciones -la falta de respeto a las instituciones republicanas y la exclusión social- para concentrarse en la maldad del monstruo. Cuando no se encara seriamente la modificación de esas condiciones, como ha ocurrido desgraciadamente en la Argentina, la historia tiende a repetirse. Debe reconocerse en el discurso de Capriles un acento menos agresivo y revanchista, lo cual puede ser un indicio auspicioso para los venezolanos.

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